Hace 25 años, cuando comenzó a sonar en la radio una canción de Carlos Vives titulada La tierra del olvido, mucha gente se sorprendió. El éxito arrasador de Los clásicos de La Provincia, publicado en 1993, hacía pensar que Vives había encontrado una fórmula que no tenía pierde: interpretar clásicos del vallenato con un sonido cercano al pop. Pero mucha gente se preguntaba: ¿eso que suena sí es vallenato? ¿Y cuál clásico de la provincia es? En el álbum, publicado el 25 de julio de 1995, había repertorio tradicional como Fidelina, La cachucha bacana y Diosa coronada. Pero también traía varios temas originales que trascendían la etiqueta del vallenato. A La tierra del olvido también la permeaban la cumbia, la gaita, sonoridades que evocaban la herencia indígena e incluso el hiphop.

Vives estaba decidido a avanzar. Cuando comenzó el proyecto, solo tenía claro el título, una manera de reivindicar una mirada hacia lo propio, hacia la tradición. “No me importaba que me cancelaran los contratos que tenía en ese momento con CBS (hoy Sony Music) para grabar discos de baladas. Literalmente quemé las velas”. Como señala Richard Blair, quien se unió al grupo como productor, “Uno de los varios talentos de Carlos Vives es saber armar un buen equipo”. Blair trabajaba para el sello Real World, del cantante inglés Peter Gabriel, y se había enamorado de Colombia cuando grabó el álbum Candela viva, de Totó la Momposina. “Carlos intuyó que era el momento de aprovechar el éxito de ‘Los clásicos de La Provincia’ para expandir el concepto del vallenato, sacarlo de su zona de confort y de sus formas conocidas y rígidas. Entonces, buscó a un guitarrista rocanrolero, un compositor y melómano, y un productor inglés”. Blair se refiere a Ernesto ‘Teto’ Ocampo, a Iván Benavides (piezas fundamentales en el desarrollo musical) y a él mismo. Ocampo y Benavides tenían conocimientos y experiencias en el mundo del rock y del jazz, pero también habían explorado ritmos y sonoridades de la música colombiana. Comenzaron a crear el álbum en una finca en Santandercito, Cundinamarca, donde los integrantes del proyecto se instalaron para armarlo casi desde cero. Ocampo, director musical del proyecto, encontró la manera de tocar el vallenato con la instrumentación de una banda de rock y, como señala Blair, “Durante ese proceso inventó un nuevo folclor. Eso no era ‘rock’, sino música moderna con un ‘swing’ caribeño, abierta y ‘groovy’”.

En este disco, Vives entendió el folclor como algo vivo, listo a recibir influencias y colaboraciones de otras culturas. Blair traía el método que le enseñaron productores como Daniel Lanois y Brian Eno, en Real World. En Santandercito escribieron y ensayaron, buscaron arreglos y sonidos y determinaron qué funcionaba y qué no. “Muy pocos pueden producir y hacer la ingeniería a la vez y yo no soy uno de ellos. Entonces, vino el ingeniero Chris Lawson, lo que me permitió concentrarme en la música y la parte psicológica. De saber cuándo intervenir, cuándo dejar que la magia fluyera”, cuenta. Se trasladaron luego al estudio Audiovisión, en Bogotá, donde grabaron el disco en ocho semanas, un lapso inconcebible entonces. “El estudio era como un ensayadero que también permitía la posibilidad de grabar. Yo estaba muy consciente de la importancia de captar la magia. Una cosa es poder tocar el arreglo de arriba abajo sin errores, y otra dejar fluir la música, dejar entrar la magia. No estuvimos buscando la perfección sónica ni musical, sino el ‘feeling’, el poder emocional que es lo que comunica con la gente”, señala Blair. Con las bases completas grabaron voces y mezclaron en el estudio Criteria, en Miami. “Haber hecho esa canción es el gran momento de mi vida”: Carlos Vives El disco salió a la venta en julio de 1995 y no vendió tantas copias como Los clásicos de La Provincia. Pero, como señala Vives, este álbum internacionalizó su carrera. Iván Benavides le había dicho en Santandercito: “Carlos, con lo que estamos haciendo vas a vender menos discos que con ‘Clásicos de La Provincia’, pero vas a tener una carrera más larga”. En efecto, el paso del tiempo lo ha corroborado. Pero este disco no solo le permitió a Carlos Vives seguir vigente un cuarto de siglo después. También fue el punto de partida para muchos proyectos en Colombia e incluso en América Latina. Blair destaca que Vives entendió la importancia de mirar el folclor como algo vivo, listo para recibir influencias y colaboraciones. “Quiso devolverle a la música su contexto folclórico, rudo, callejero, hasta místico. Entendió que el ‘rock’ y esa cultura del ‘blue jean’ y el pelo largo era primo hermano de la parranda y el músico descalzo”.

Como señala el libro Travesías por la tierra del olvido, de los investigadores Manuel Sevilla, Juan Sebastián Ochoa, Carolina Santamaría y Carlos Eduardo Cataño (Editorial Javeriana, 2014), “La crítica especializada y la memoria colectiva reconocen la influencia de este segundo disco sobre un importante sector de la música popular colombiana contemporánea. De las guitarras, percusiones, voces y conceptos allí plasmados se derivaron numerosas propuestas que, de una manera u otra, ocupan un lugar visible dentro del extenso panorama musical del país en la actualidad”. Así lo resume Iván Benavides: “‘La tierra del olvido’ fue fruto de un laboratorio creativo que nos permitió crear un concepto poderoso, en el que lo local dialogaba con el mundo. Allí pudimos reconocer nuestra herencia y nuestros vínculos con la Colombia profunda y al mismo tiempo sentirnos cosmopolitas y contemporáneos. Lo que hace 25 años fue innovación y ruptura hoy es memoria”.