Un grupo de arqueólogos polacos y peruanos corrió hace poco con una suerte similar a la del inglés Howard Carter, quien en 1922 encontró intacta la tumba del joven faraón egipcio Tutankamon. El oscuro cuarto adornado con coloridos jeroglíficos y atiborrado de muebles, vasijas, libros y joyas respondió y planteó importantes preguntas sobre la civilización del norte del África. El descubrimiento del mausoleo en el Castillo Huarmey al norte de Lima está teniendo el mismo impacto. Cuando abrieron la tumba por primera vez los arqueólogos Milosz Giersz, su esposa Patrycja Przadka y Roberto Pimentel sabían que acababan de encontrar un tesoro, pero desconocían la magnitud del descubrimiento. “Al toparnos con las primeras joyas de plata y oro y con telas de finos materiales supimos que teníamos ante nosotros una tumba real huari”, dijo el polaco a National Geographic. Durante años el grupo había buscado importantes vestigios de culturas precolombinas sin éxito. Varios arqueólogos les recomendaron olvidarse del lugar porque los ladrones habían saqueado todas las tumbas y lo que quedaba en el escenario arqueológico era de poco valor. Pero Giersz, un profesor de arqueología andina de la Universidad de Varsovia, estaba convencido de que algo especial se escondía bajo lo que no parecía ser más que una montaña de escombros. Después de tres años de excavaciones e investigaciones la tumba real, oculta durante más de 1.000 años, saludó al grupo con un penetrante olor a podrido y una colonia de abejas africanas que atacó a los obreros. En la primera planta de lo que resultó ser una pirámide de varios pisos con múltiples cámaras funerarias y un gran mausoleo, había pedazos de cerámica con colores terracota y los esqueletos de un hombre joven y una mujer adulta, ambos sin el pie izquierdo. Se cree que eran dos esclavos a quienes los huari mataron y colocaron a la entrada de la tumba para que fueron sus fieles guardianes. Cortándoles el pie los indígenas se aseguraban de que jamás abandonaran su puesto. Hasta ahora los investigadores han encontrado más de 1.300 objetos entre orejeras de oro y de plata características de la realeza huari, collares, pectorales, anillos, hachas, sonajeras, telares, vasijas de cerámica, cucharas y contenedores de joyas. Y todavía faltan pisos y recintos por descubrir. Las ofrendas –explica Krzysztof Makowski asesor científico del proyecto- destacan por el acabado y por el valor de los materiales usados. “Las orejeras, por ejemplo, están decoradas de manera sofisticada con dorados, plateados, madera incrustada y calda, madre perla y piedras semipreciosas.” Las vasijas encontradas sorprenden por la calidad y por la variedad de motivos y técnicas que llevan a los arqueólogos a pensar que varias de ellas han sido traídas de lejos y otras imitan modelos foráneos. Mucho antes de que Pachacútec y sus sucesores consolidaran el imperio Inca en el siglo XV, los Huari eran los reyes de la cordillera. Sin embargo, el tamaño exacto de su imperio y la sofisticación de las clases dirigentes habían sido motivo de largas discusiones que hasta ahora estaban sin respuesta. El descubrimiento de El Castillo Huarmey demostró no sólo que los huari expandieron su dominio hasta el norte del Perú, lo que los convierte en el primer gran imperio andino, sino que probablemente lo hicieron por mar y no por tierra. Esta conclusión la sacaron los arqueólogos de las múltiples cerámicas pintadas con rojo de todos los colores que muestran a un gran señor sentado en una barca. El imperio alcanzó su esplendor en el siglo VII después de Cristo y la capital, Huari, ubicada al sur del Perú, gozaba de esplendor arquitectónico. El principal ingreso de los huari venía de los impuestos que pagan los pueblos conquistados y los hombres de la tribu se destacaban en el arte de la guerra. Lo que parecía una pequeña montaña de basura era en realidad una pirámide escalonada que mezcla los estilos arquitectónicos de la zona costera con los de la cordillera. La tumba está compuesta por una amplia residencia palaciega, una plataforma con mausoleos y templos funerarios y cientos de cámaras mortuorias a las que se accede por angostos corredores. Los arqueólogos han encontrado los cuerpos momificados de 57 mujeres de altísimo rango a juzgar por el tamaño de sus orejas y los tejidos de algodón y de lana que las cubrían. Parte de los pisos están construidos en madera y en las paredes aún se deja ver el rojo, el crema y el negro con que decidieron decorarlas. En varios de los muros quedaron estampadas las manos de los hombre, mujeres y niños de apenas 11 o 12 años que construyeron la morada eterna del gran señor, cuyo recinto fúnebre aún no se ha abierto. "Este es sin duda uno de los descubrimientos más importantes de los últimos años”, aseguró a National Geographic Cecilia Pardo curadora de arte precolombino del Museo de Arte de Lima. Desde hace unas semanas los tesoros de El Castillo están expuestos en ese museo y hasta ahora la muestra ha sido todo un éxito. La cantidad y la majestuosidad de los objetos, además de las fotos de la imponente tumba, recuerdan a los visitantes que hubo una época en que hombres y mujeres se preparaban para la muerte y la veneraban. Ahora ocurre todo lo contrario. La gente le huye y busca aprisionar la juventud a cualquier precio. Lejos han quedado las reflexiones de los griegos sobre la importancia de saber morir, que ellos consideraban la clave de un vida buena y digna.