A las nueve de la mañana de un martes, Frank Ramírez, parapetado detrás de unas gruesas y oscuras gafas, habla poco, casi sin ganas, dejando la impresión de que prefiere irse a su habitación del hotel donde ha estado encerrado leyendo los guiones del concurso de Focine. Desde muy temprano tomó el camino del teatro. Un día decidió irse a Estados Unidos, por un año, a probar suerte, y allá se quedó. Entró al Actor's Studio y descubrió que ese grupo estaba en franca decadencia. Sin embargo, guiado por Gene Franco, comenzó a trabajar en obras como Romeo y Julieta con la compañía de Joseph Papp, en Macbeth y en Panorama desde el puente. Usa frases estudiadas, construidas cuidadosamente, mueve mucho las manos delgadas y sólo se anima visiblemente cuando toca uno de sus temas, al parecer, favoritos: la televisión colombiana. SEMANA: ¿Cuál de las dos telenovelas que hicieron historia aquí, La mala hora y El gallo de oro, prefiere usted? FRANK RAMIREZ: De las dos prefiero La mala hora porque le dieron lo que le negaron a la otra: tiempo. Esto del tiempo se observa en cualquiera de los trabajos que uno ve en la televisión colombiana, uno se topa con actores tratando de perseguir un texto y no un personaje, preocupado para que no lo maten el director y la programadora si se toma más tiempo del acordado. La televisión colombiana es un suicidio... es suicida para el actor la forma de hacer televisión en este país. SEMANA: ¿Quién tiene la culpa? F.R.: Es culpa de todos, del sistema, de los productores y las programadoras que buscan abaratar los costos y graban cinco capítulos en un mismo día. Y como los actores aceptan eso, entonces participan de una medida absurda. Ese producto salido en tales condiciones no es bueno, o sea, no pueden venderlo en el extranjero. Ahora, si solo hicieran, por ejemplo, dos capítulos diarios o uno solo, entonces la programadora se vería forzada a vender la obra en el extranjero, para sacar los costos y se preocuparían más por la calidad y así todo sería mejor, pero con este sistema de trabajo... Ahora, a quién se le ocurre pensar que una persona que tiene que escribir 150 capítulos de una telenovela, debe sacar una obra maestra todos los días. Si acaso dos o tres de los capítulos serán muy buenos. SEMANA: Según esto, ¿usted no quiere trabajar en la televisión colombiana? F.R.: Durante mi permanencia estos días en Bogotá he recibido cuatro ofertas... no, cinco, cuatro para el cine y una para la televisión. Las rechacé todas porque los temas y los personajes de las películas de cine no me interesaban para nada y en cuanto a la televisión: ya lo decidí hace rato, no quiero hacer más televisión. SEMANA: ¿Entonces no regresa a trabajar en Colombia? F.R.: Si me ofrecen un guión estupendo, si me dejo convencer por un buen personaje, entonces me vendría enseguida. SEMANA: ¿Ha pensado qué clase de personajes querría interpretar? F.R.: De algo estoy seguro: no quiero seguir siendo León María Lozano, el personaje de "Cóndores", no me quiero encasillar, quiero tomar riesgos con otros personajes, quiero forzar mis capacidades a ver hasta dónde doy, quiero hacer cosas distintas, que no sigan pensando en mí como el mismo personaje con la misma cara y la misma ropa. SEMANA: ¿Pero qué clase de personaje quiere? F.R.: No quiero personajes comunes y corrientes, prefiero los seres marginales, que tengan fuerza, que sean diferentes, que anden al garete, que no respeten la ley, que no crean en nadie, eso es lo que quiero interpretar. SEMANA: ¿Como el Meursault de Camus? F.R.: Exacto. SEMANA: ¿Cómo fue ese choque cultural y síquico con el medio artístico en los Estados Unidos? F.R.: Apenas comencé a estudiar y trabajar descubrí algo duro nada de lo que había aprendido en Colombia me servía porque estaba cargado de los peores vicios de la televisión y el cine de esa época. SEMANA: ¿Qué decidió? F.R.: Volver a empezar de cero, volver a estudiarlo todo, a aprenderlo todo. SEMANA: ¿Por qué se quedó? F.R.: No lo sé, llegué para quedarme un año y poco a poco me fui instalando, meJore el idioma, conocí mejor la literatura inglesa y norteamericana, me conocí mejor a mi mismo. SEMANA: ¿Cómo juzga usted, como espectador, al Frank Ramírez que es actor? F R.: No me gusta verme. Lo más excitante en el oficio de actuar es el "antes" y el estar haciendo un trabajo. SEMANA: ¿Tiene usted un método, una forma de trabajar? F.R.: Pienso que lo importante en un actor es indagar un personaje, o sea, saber cómo camina, cómo se comporta en determinadas circunstancias, cómo reacciona y después de estar compenetrado con él, entonces interpretarlo y en esa interpretación uno se halla ante el examen final y sabe cómo le fue. SEMANA: ¿Nunca asiste a la proyección de sus películas? F R.: Por regla general cuando me invitan o me veo obligado a ir a una de esas premieres, me escapo, me escondo, salgo huyendo, no me gusta verme. SEMANA: De sus trabajos de los últimos años en Estados Unidos, ¿qué se puede rescatar? F.R.: Nada, ninguno de mis trabajos es para recordarlo. Durante muchos años me dediqué a los vaqueros, era un oficio duro, me caía del caballo y tengo el cuerpo lleno de cicatrices, pero ya decidí que no, que jugar a los vaqueros duele mucho. SEMANA: ¿Tiene algún proyecto extranjero en perspectiva? F.R.: Este año trabajaré en una película dirigida por Atahualpa Lichy, "Rionegro", una coproducción de Francia y Venezuela. Está basada en el guión que ganó un premio en La Habana. SEMANA: ¿Entonces, no regresa...? F.R.: Si no me ofrecen un personaje y un guión atractivos, ¿para qué? SEMANA: ¿Como el de la película de Norden? F.R.: Claro, porque ese personaje me fascinó desde el comienzo y el guión era muy bueno. Usted sabe que hay un adagio norteamericano que dice: "Si no está en el papel, no está en el set", o sea, sin un buen guión no se puede hacer una buena película.