Precedida de elogios de la crítica y el público durante el Festival de Cannes este año, esta semana se estrena por fin en Colombia La vendedora de rosas. Se trata del primer largometraje de Víctor Gaviria desde Rodrigo D: No futuro, cinta que, a pesar de tener evidentes problemas de sonido, cautivó la atención del país por la crudeza con que reflejó el problema de la juventud desarraigada de la capital antioqueña. La vendedora de rosas guarda cercanas similitudes con Rodrigo D. En primer lugar el escenario es prácticamente el mismo, el de las comunas de Medellín con sus calles polvorientas y sus claustrofóbicas casas a medio construir. En segundo lugar sus protagonistas, actores naturales que no hacen otra cosa que representarse a sí mismos. Y en tercer lugar el tema, el de una generación de adolescentes para quienes su mayor esperanza en el día a día es la supervivencia. Basada en el cuento de Hans Christian Andersen La vendedora de fósforos, la película narra los últimos días en la vida de Mónica (Leidy Tabares), una huérfana de 13 años que se gana la existencia vendiendo rosas en los bares de la ciudad y distrae sus angustias chupando pegante. Pero también es la historia de su combo, un grupo de niñas y adolescentes comerciantes de droga y malechores indefensos para quienes la felicidad es tan inalcanzable que el solo robo de un reloj es motivo de celebración. La cinta habla con patética sinceridad sobre los problemas de violencia, de droga y de prostitución dentro de los cuales crece una generación perdida sin remedio, a espaldas de una sociedad que les ha negado incluso la capacidad de soñar. En medio de un ambiente que no ofrece oportunidad alguna la historia que sustenta la película, a veces reiterativa en su narración, es en realidad lo de menos. Gaviria, como en Rodrigo D., concentra su atención en el entorno, en la descripción de una fracción de vida cuya autenticidad es tan intensa que no necesita de trucos en su argumento para mostrarse tal como es. En este sentido el filme invade los terrenos del documental con una naturalidad que hace imposible pensar que se trata de un relato de ficción. Y la verdad es que no lo es. Leidy Tabares no es actriz, como tampoco lo son sus compañeros de reparto. Los escenarios son los mismos donde habitan y, por supuesto, sus esperanzas son iguales a las reflejadas en pantalla. Como lo ha repetido en varias ocasiones el propio Víctor Gaviria, más que una denuncia La vendedora de rosas "trata de ser una ventana de humanidad. Porque si no podemos cambiar el mundo a nuestro gusto, puesto que él mismo cambia todos los días hacia lugares imprevistos de alivio y de dolor, por lo menos podemos cambiar nuestra mirada, enriquecerla, humanizarla con todos los matices".