El caso de Marvel Moreno muestra con claridad lo que ha pasado con muchas mujeres escritoras en la historia de Colombia: los estudiosos la ubican como una de las mejores voces de su generación, sus obras llegaron a Francia e Italia (donde ganó el premio Grinzane-Cavour a la mejor obra extranjera) y los críticos alabaron la forma en la que describía la realidad de las mujeres de clase alta en la Barranquilla de mediados del siglo XX. Hoy, sin embargo, pocos la consideran parte del canon de la literatura nacional y los colombianos que no pertenecen a círculos académicos o literarios ni siquiera han oído hablar de ella. Casi nunca la nombran en los colegios, a pesar de que escribió durante el llamado boom latinoamericano. Su nombre volvió a sonar debido a la decisión de sus dos hijas (herederas de los derechos de su obra) de no publicar la novela inédita en la que trabajaba al momento de su muerte: El tiempo de las amazonas. Ellas dicen que como no la terminó, no alcanza la calidad que caracterizó al resto de su trabajo. Pero algunos allegados sostienen que se debe a la oposición de su exesposo, Plinio Apuleyo Mendoza, porque aparece un personaje que no lo deja bien parado. Sea como fuere, la polémica ha servido para poner en el primer plano a una de las tantas escritoras colombianas que no ha tenido el reconocimiento que merece. No solo pasa con las letras. Hace poco, el Banco de la República lanzó una campaña para que los ciudadanos ayuden a alimentar la enciclopedia online de colombianos ilustres, pues de las más de 700 biografías actualmente en el aire, solo 57 hablan de mujeres. Y de ellas, muy pocas son escritoras. Lo cierto es que, a lo largo de la historia de la literatura colombiana, a las mujeres las han tratado como a ciudadanas de segunda clase. A pesar de los elogios de la crítica y de haber formado parte de los movimientos literarios, ninguna está en la lista de los grandes clásicos y conseguir sus libros muchas veces resulta una tarea imposible. Algunas incluso permanecen en el olvido, hasta que alguien en la academia decide rescatarlas. Por eso, nombres como el de Helena Araújo, Elisa Mujica, Meira Delmar o Soledad Acosta de Samper, que deberían hacer parte de lo más reconocido de las letras en Colombia, difícilmente aparecen en la memoria de los colombianos. Le sugerimos: “Uno escribe un libro para darse a uno mismo”: Carolina Sanín “No es que haya una especie de conspiración de los hombres –explica la editora Margarita Valencia–. Pero sí estamos en un sistema y una cultura que consideran que no es correcto ni natural que las mujeres escriban, que aún piensan que su lugar es la casa y las tareas del hogar”. Ese pensamiento, mucho más fuerte hace dos siglos, marcó a una primera generación de mujeres que escribían en sus casas y que, difícilmente, se atrevían a publicar, pues la sociedad lo veía mal. Pero las colombianas han escrito desde la época de la Colonia. Primero lo hicieron las monjas de clausura como sor Josefa del Castillo y Jerónima Nava y Saavedra, que redactaron sus memorias. Y luego las siguieron mujeres de la clase alta como Josefa Acevedo de Gómez. En el siglo XIX Soledad Acosta de Samper escribió 48 cuentos, 43 ensayos, 21 novelas, 21 libros de historia y 4 obras de teatro entre 1833 y 1913. Pero en su época hubo muchas más: Agripina Samper de Ancízar, María Martínez de Nisser o Isabel Bunch de Cortés. Las que obtenían algún tipo de reconocimiento en el momento, con el paso del tiempo, cayeron en el olvido. Con el paso de los años, y gracias a la influencia de escritoras como Virginia Woolf, apareció una nueva generación que narró sobre temas que iban más allá de la casa y de los hijos, que hablaba sobre las preocupaciones de las mujeres y denunciaba los problemas que muchas de ellas vivían: discriminación, maltrato, acoso sexual y la dificultad de ser mujer en un mundo machista. Aquí se destacan Gertrudis Peñuela (más conocida como Laura Victoria, una de las primeras en escribir poesía erótica), Helena Araújo, Elisa Mujica y Monserrat Ordóñez, en un primer momento. Y Marvel Moreno, Meira Delmar, Albalucía Ángel o Fanny Buitrago (quien sigue escribiendo), después. Varios de sus libros tuvieron éxito, pero sus temas, incómodos, llevaron a que algunos las dejaran de lado. “Algunas fueron borradas –cuenta Ángela Inés Robledo, profesora de literatura de la Universidad Nacional–. Aunque pertenecían a los movimientos literarios, no las incluían en el grupo principal y decían que eran las novias o amigas de los hombres que hacían parte”. Las que obtenían algún tipo de reconocimiento en el momento, con el paso del tiempo, cayeron en el olvido. Desde los años setenta u ochenta comenzó lentamente una tendencia por recuperarlas, cuando las universidades comenzaron a rescatar su producción, y ahora toma más fuerza. Hace cuatro años, por ejemplo, Alfaguara sacó una nueva edición de En diciembre llegaban las brisas, de Marvel Moreno, y en junio de este año publicó una nueva edición de sus cuentos. Hace poco, también, la Biblioteca Nacional subió a su colección digital versiones de las obras de Soledad Acosta de Samper disponibles gratuitamente; Ediciones B, además, reeditó Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, de Albalucía Ángel, y otra editorial está en negociaciones para reeditar uno de los libros más importantes de Elisa Mujica. Puede leer: El episodio en el panel sobre Marvel Moreno en Barranquilla, en boca de una de sus organizadoras Para los expertos, eso se debe a que cada vez los ciudadanos tienen más conciencia de la necesidad de escuchar otro tipo de voces y de narraciones, y de que es importante rescatar esas miradas que por mucho tiempo estuvieron en un segundo plano. Hoy, de hecho, a pesar de que las diferencias se mantienen y aún hay episodios de desigualdad –como el año pasado cuando el Ministerio de Cultura llevó a un grupo de hombres a un evento de literatura colombiana en París–, las mujeres escriben mucho más que antes. Nombres como Ángela Becerra, Piedad Bonnett o Laura Restrepo suenan con fuerza en el mundo de las letras y, más recientemente, escritoras como Pilar Quintana o Melba Escobar han tenido mucho éxito. Como dice Ángela Robledo, los hombres habían contado a las mujeres, pero ahora está clara la importancia de que ellas mismas cuenten sus historias y narren cómo han participado en la historia de Colombia. Esa voz hacía falta.