Simone de Beauvoir vivió fascinada con la idea del devenir del individuo y de cómo se va construyendo su personalidad. De joven encontró en la filosofía de Henri Bergson la teoría de que el ser no es un objeto: es progreso, es actividad y está en constante cambio. Esa idea se convirtió en elemento esencial de su filosofía, y en El segundo sexo famosamente llegó a afirmar: “No se nace mujer; se llega a serlo”.
En una ocasión, Beauvoir dijo que ella no era filósofa; lo era su pareja, Jean-Paul Sartre. La primera parte de esa afirmación no es cierta. La francesa sí se consideraba filósofa y llevó una vida decididamente filosófica. Y eso le significaba reflexionar y revaluar constantemente el mundo, la existencia, el amor, las relaciones con los otros y consigo mismo... “No hay divorcio entre la filosofía y la vida –decía–. Cada paso es una elección filosófica”.
Vida y filosofía no eran conceptos flotantes en su mente. Por eso, en vez de escribir grandes tratados al estilo de Kant o de Hegel, se decidió principalmente por novelas autobiográficas y biografías, con elementos de ficción. Esos géneros literarios le permitían poner ejemplos concretos, plantear preguntas filosóficas en contextos determinados; algo esencial para los existencialistas, que planteaban una ética regida por las circunstancias.
De Beauvoir se ha hablado principalmente para reflexionar sobre feminismo o para juzgar su heterodoxa relación con Sartre. Pero los diarios, los textos autobiográficos y la correspondencia entre ella y varios de sus amantes, divulgados póstumamente, les han dado a los lectores la posibilidad de conocer más a fondo su vida y su pensamiento. La nueva información ha sorprendido a muchos.
Uno de estos textos es la novela autobiográfica Las inseparables, recientemente traducida al español y publicada por Lumen. El libro –disponible en Colombia desde febrero de 2021– narra la apasionada amistad entre Sylvie Lepage y Andrée Gallard, los alter ego de Simone de Beauvoir y de Elisabeth Lacoin, a quien solían llamar Zaza.
Las niñas se conocieron en el colegio cuando tenían 9 años. Sylvie era tranquila y estudiosa. Apenas coincidió con Andrée en el curso, se sintió atraída por su arrolladora personalidad: “Entonces se manifestaba, de la forma más conturbadora, ese don que le había concedido el cielo y me tenía maravillada: la personalidad”. Para Sylvie, esa amistad se transformó en su primer amor, en la primera vez que sintió pasión por alguien. Años después le confesaría a Andrée que desde el día en que la conoció “lo ha sido todo para mí. Tenía decidido que si se moría, yo me moriría acto seguido”.
Las preguntas filosóficas subyacentes en la novela –escrita en 1954, poco después de Los mandarines, con el que ganó el prestigioso Premio Goncourt– aparecen nuevamente en obras como El segundo sexo: ¿qué pasa si, como mujer, está prohibido convertirse en lo que realmente se es? ¿Qué ocurre si, el ser uno mismo, lo convierte en un fracaso con respecto a lo que se espera de una mujer, una amante, una madre? ¿Qué pasa si, como le ocurrió a Andrée, las contradicciones entre la personalidad y las reglas sociales comienzan a descuartizar a una persona? ¿Hay que someterse a la voluntad de la familia, de la sociedad o de Dios a costa de olvidarse de uno mismo, o debe imponerse el yo?
Andrée, al igual que Zaza, murió de encefalitis vírica a los 22 años. Cuenta Sylvie Le Bon de Beauvoir, hija adoptiva de la filósofa y heredera de su legado, que Beauvoir sintió la muerte de su amiga como un crimen: “Zaza murió porque intentó ser ella misma y porque la convencieron de que esa pretensión era algo malo. En la burguesía católica militante en que nació el 25 de diciembre de 1907, en su familia de tradiciones rígidas, el deber de una chica consistía en olvidarse de sí misma, en renunciar a sí misma, en adaptarse. Porque Zaza era excepcional, no pudo ‘adaptarse’, la palabra funesta que significa encajonarse en el molde prefabricado donde nos espera un alveolo al que rodean más alveolos: lo que rebase lo comprimirán, lo aplastarán, lo tirarán como desperdicio. Zaza no pudo encajonarse, trituraron su singularidad. Ese fue el crimen, el asesinato”.
Las inseparables no explora a profundidad el mundo de Sylvie. Su papel pareciera ser el de darle al lector la oportunidad de conocer a Andrée, de deslumbrarse con su personalidad y de ver su entorno. Se intuye que la sociedad no espera lo mismo de Sylvie que de Andrée, y que por ello esta primera tiene la libertad de dedicarse a sus estudios y de pensar en la posibilidad de trabajar.
El padre de Beauvoir formaba parte de la alta burguesía, pero entró en bancarrota cuando sus dos hijas eran pequeñas. Su destino cambió. Pero terminado el bachillerato, Beauvoir pudo continuar con sus estudios y dedicarse a la vida académica.
A los 21 años conoció a Sartre, entonces de 24. Ambos eran destacados estudiantes. Al poco tiempo comenzaron a salir, y Beauvoir llegó a describirlo como “el incomparable amigo de mi pensamiento”. Nunca se casaron, pero durante décadas mantuvieron una relación abierta. En 1990 se publicaron las cartas que se escribieron durante la Segunda Guerra Mundial. En ellas, la francesa contaba de sus amoríos con jóvenes estudiantes, algunas de las cuales vivían luego un romance con Sartre.
Siete años después se publicó la correspondencia entre Beauvoir y su amante norteamericano, Nelson Algren –a quien le confesó que Sartre “era un hombre cálido y animado en todas partes, pero no en la cama”–; y en 2018 salieron a la luz las cartas que se escribió con su último amor, Claude Lanzmann. Lo conoció cuando él tenía 26 años, y ella, 44. Se enamoraron y vivieron juntos siete años.
La francesa protagonizó un siglo en el que “se produjeron cambios sísmicos en las posibilidades de las mujeres. Durante su vida (1908-1986), fueron admitidas en las universidades en las mismas condiciones que los hombres y obtuvieron el derecho al voto, al divorcio y a utilizar anticonceptivos. Vivió el florecimiento bohemio del París de los años treinta y la revolución sexual de los sesenta. Entre estos puntos de inflexión cultural, El segundo sexo marcó un momento revolucionario en la forma en que las mujeres pensaban, y finalmente hablaban con franqueza de sí mismas en público”, dice Kate Kirkpatrik, autora de Becoming Beauvoir, A Life.
Para entender la filosofía de Kant, no es importante saber que solía caminar a la misma hora y que nunca salió de Königsberg. Pero en el caso de una filósofa como Beauvoir, para quien vivir era filosofar y filosofar era vivir, sí suma saber cómo vivió, cuáles decisiones tomó a lo largo de la vida, cómo reaccionó a su entorno, cómo fue haciéndose Simone de Beauvoir y respondiendo a la pregunta: ¿qué le ha significado haber nacido mujer?