El cine nacional ha sido todo menos centralista. Casi siempre ha tenido una vocación regional, y basta con remontarse a los años veinte para descubrir que varias zonas del país tuvieron su película. Pero después, y durante muchos años, vendría una producción con cuentagotas hasta que llegó la Ley del Cine (2003), que aumentó el número de filmes en territorios que ahora, más que locaciones, son protagonistas. Y surgieron programas como Relatos Regionales para Cortos de Ficción, del Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC), o Imaginando Nuestra Imagen, (INI), unos talleres de formación audiovisual en los departamentos. Como explica el crítico Pedro Adrián Zuluaga, también se sumó el interés de algunos realizadores por mostrar o denunciar lo que ocurre en las regiones. Las universidades aportan con su infraestructura y no quedan al margen los diversos festivales de cine a lo largo y ancho del país.