[Movimiento cuatro: carcelazo]

La materialidad de la imaginación en el oído

Encuentro la fila de familiares formada, cada quien con su bolsa de comida al frente. Somos catorce personas.

Mi hermano vino entre semana. Llevo en el oído su reporte del recorrido: te sientas para el olfateo del perro agotado; luego de pie y de frente contra una pared para el cacheo; caminas detrás de un brazo alzado, otro filtro; vas dejándote en cada control: tus huellas dactilares, tu documento de identidad, la foto de rigor; subes escaleras, saludas a otro guardia que también te contesta silencio.

Al final sales a la terraza enrejada que es el patio donde reciben las visitas, dice a mi oído el recorrido de mi hermano.

Me lo repito.

La materialidad de la imaginación en el oído me conjura la angustia.

El blanco espeso de los pasillos aploma.

Mi bolsa repleta de comida me talla el hombro, y pesa menos, y cada vez nos parecemos más entre las demás bolsas de comida, como si entrar juntos, juntándonos, nos convirtiera en una misma roca.

La forma que tengo de distinguir mis dos primeras visitas, ésta a las celdas de paso, y luego la otra primera, a la cárcel la Picota, es la presencia en el recuerdo de una madre serena y su hija en el turno delante de mí. Madre e hija no me dirigen la palabra, pero como que me van llevando con sus gestos: prepara tu cédula; acá dejas tus pertenencias; mejor ven sin casi dinero; cierra bien esa bolsa, compáctala, no sea y no pase fácil la máquina de escáner y te la anden fisgoneando. Acostúmbrate a la reciedumbre del guardia.

La guía de gestos de madre e hija, el recorrido de mi hermano en mi oído, mi bolsa de comida, cada bolsa de comida entrando van haciéndonos roca y la roca un centro de gravedad que es la consecuencia material de los alimentos, y también la materialidad de la voz de mi hermano en mi cabeza y los gestos de aquellas dos desconocidas en mi corazón, que está roto, rompiéndose, y parece hacerse parte de la roca, blanda, la ablanda, se ablanda rompiéndose, un amasijo, no solo mi corazón, sino todo, nuestras bolsas de alimentos, la consecuencia material de nuestros alimentos, la reciedumbre y el silencio de los guardias y sus bromas estruendosas que solo son para ellos y entre ellos, el perro antidrogas agotado, la geometría del bailecito de las filas, mi hermano en mi oído.

Nos poroseamos: solo así el centro de gravedad sobrevive a la pesadumbre interior ardiendo.

*

Lo encuentro uñilargo, semibarbado, con unos zapatos viejos sin cordones que no son los suyos, el pelo sucio, casi andrajoso.

Lleva el cabestrillo por delante. Y dolor en el cuerpo, puedo verlo, como él puede ver la amargura que traigo cocida a la mandíbula.

Nos sentamos en dos sillas Rimax y me dice “tenemos un plan”.

Meto la cabeza en nuestra bolsa repleta de comida: hay burguesías que él pidió; hay verduras y frutas que yo sumé; hay un pollo asado, pero sé que no es para nosotros. Es un pollo transacción. Decido que la próxima semana traeré dos pollos asados transacción.

Quiere contarme los detalles del plan. Le hago preguntas para ir entendiéndolo.

Solicitarán audiencia de sustitución de la medida de aseguramiento.

Con el hombro así no puedo bañarme solo, me dice. Se va la energía en las noches, me he despertado con el cpap apagado.

Vendrá una visita de medicina legal para evaluarlo y evaluar sus condiciones de reclusión.

La doctora tiene que encontrarme jodido, por eso tengo las uñas así.

Ay, viejo, pienso, y no digo nada, o hago otra pregunta, o saco una servilleta de nuestra bolsa de gravedad porosa y alimentos.

El dictamen médico forense de estado de salud valorará antecedentes y enfermedades actuales: apnea de sueño, úlcera gástrica, reflujo gastroesofágico asociado a hernia hiatal, fractura actual de húmero derecho.

El dictamen médico forense de estado de salud describirá hallazgos de su examen mental, neurológico; de cara, cabeza y cuello; de tórax, de extremidades: “Lenguaje coherente sin alteración del contenido y curso, afecto triste, llanto fácil, adecuada introspección, juicio y raciocinio sin alternaciones…”.

Habrá marco teórico sobre el síndrome de la apnea obstructiva del sueño (saos), discusión de puntos listados y solicitudes de manejo neurológico, requerimiento de uso del dispositivo cpap, controles de ortopedia, dieta estricta, actividad física diaria controlada, sitio de habitación sin frío extremo, acceso a servicio de urgencia en caso de descompensación por la enfermedad del saos.

“[…] en sus actuales condiciones no permite fundamentar un estado grave por enfermedad o enfermedad muy grave incompatible con la vida en reclusión formal”.

Ante un juez, dictamen en mano —Medicina Legal, entidad adscrita a la Fiscalía—, zetien se opondrá a cualquier reconsideración de la medida de aseguramiento de detención preventiva en establecimiento de reclusión.

Dejo de hacer preguntas, el plan queda atrás, la tranquilidad que otorga la palabra plan se me desvanece.

Mordemos manzanas, saco la ensalada que le preparé de almuerzo y se la muestro. Más tarde, me dice, y se me acerca y me va contando con disimulo quiénes son éstos, tales otros, Federico, Eduardo, detenidos por la corrupción de Odebrecht.

No creo que yo entonces supiera qué era Odebrecht; no creo que ninguno de nosotros entonces lo supiera, ni siquiera por completo aquel Federico o aquel Eduardo.

Giro en mi silla y busco, contra las paredes que forman el patio, a la madre y a la hija que entraron delante de mí. las encuentro sentadas junto a un tipo alto, carirredondo, que lleva una camiseta holgada y las escucha mientras come. Ellas son la esposa y la hija de Carlos Garzón; tienes que saberlo, este tipo Carlos ha sido mi ángel guardián.

Miro a mi padre para saber si está usando la metáfora ángel guardián con ironía.

Miro de nuevo al ángel también guardado. Miro el cielo segmentado: parece tan lejos; pero es sólo el cielo de Teusaquillo y el cielo de Paloquemao, donde yo mismo vivo: un cielo cerca, cruzado el mío por cables de la luz, cruzado el de ellos por una malla metálica para evitar que escapen.

Ahora sé también otra cosa: en el desvanecimiento de la palabra plan, volví a dudar de mi padre, porque tuve que imaginar la posibilidad de que se hubiera hecho daño para intentar salir de ahí.

¿cómo fuiste capaz de fracturarte un hombro a propósito?, quise preguntarle, o preguntarle más detalles del accidente, pedirle que me repitiera la secuencia de los hechos, indagarlo: ¿golpearte así, el maldito primer día? ¿por qué traes puestos unos zapatos que no son tuyos? ¿por qué no te distanciaste del alcalde moreno cuando apareció el primer rumor? ¿por qué no te comes la ensalada que te traje?

Enloquecer yo también. Allí en la reclusión también.

Y supe, ese día, una última cosa: en la cárcel, la gente tiene derecho a querer escapar.

*

Lunes. han pasado tres semanas. La mañana se muestra plena desde el cielo azul liso como lienzo inmaculado.

Entonces les cae rumor de traslado.

Carlos Garzón, capitán retirado de la policía, ha trabajado en el Inpec en programas de atención humanitaria al desmovilizado y en equipos de inteligencia como el CIAP (central de inteligencia y análisis penitenciario) y el Gruvi (grupo de verificación e inteligencia del inpec). Conoce gentes. Por ejemplo, la funcionaria del CTI de la fiscalía que coordina aquellas transitorias. Ella es quien lo busca y le cuenta. Garzón le pregunta si Álvarez también está en la lista. Te aviso tu nombre, no otros nombres, Carlos, nojoda.

El aviso llega cuatro horas antes de la hora de traslado. La incertidumbre da lugar a un debate de estrategia presidiaria: Álvarez no quiere irse; Garzón es de la idea contraria: deben arrancar juntos, él conoce la picota, incluso el patio en el que los recluirán, mejor asumir el traslado en parche, llegar en grupo grande, eso nos da seguridad.

Garzón también tiene miedo; Álvarez tiene miedo.

Garzón sabe que hay amigos de él que los esperan en la Picota, pero también imagina enemigos.

Solo hay una cosa peor que estar detenido cuando estás detenido: haber sacado adelante, fracturado, las peores semanas de tu vida pública y privada, empezar a agarrar una rutina y que te caigan con rumor de traslado.

Álvarez debe empezar pronto su fisioterapia. Será más probable que el Estado cumpla su deber de llevarlo a ellas si él está en el centro de la ciudad. Para Villamil, su abogado, para mi hermano abogado, para su socia Dilia, abogada, para cualquier abogado, es más fácil visitarlo allí en Paloquemao que en el extremo sur de la ciudad. Por eso, Álvarez no quiere traslado. Y porque tiene miedo.

El custodio aparece en la reja, grita la lista, son cinco. Álvarez está entre los llamados. Garzón le insiste: Francis, camine. Su insistencia es el chasquido mental de las cien conversaciones que han tenido acerca de cada palmo y operatividad del patio en la Picota al que empiezan a llevarlos: ere-2 (establecimiento de reclusión especial dos), destinado a funcionarios y exfuncionarios sindicados.

Álvarez resuelve confiar, corre, en un brazo, Garzón le ayuda, le ayuda de nuevo, guardan lo que alcanzan en su maleta gris, a toda, Francis, aseguran la máquina cpap, dos almohadas firmes, corren, el bus, las esposas pegadas a las varillas del bus los están esperando. Álvarez las evita de nuevo porque brazo derecho en cabestrillo.

La carrera los hace reír. Garzón es una mezcla de expolicía, abogado, tipo recio y risafácil. Mueren un tanto de los nervios: en los trompicones, en la gritería de la guardia que los apura, y sin acabar de descubrirlo pero empezando a vivirlo, Garzón va haciendo del cuidado de Álvarez su misión: cierto horizonte de sentido humanitario; el pragmatismo virtuoso, del Comando de Inteligencia Penitenciaria, ahora sí del lado humanitario de la rejas.

*Con autorización de Penguin Random House