Sabían que tenían que derrotar a la historia: ilustres librerías habían cerrado como Biblos, Buchholz, Caja de herramientas, Verbalia y Mundial. Sabían también que tenían que derrotar al presente: a las nuevas formas de comprar en línea, a las grandes superficies, a los libros electrónicos y a unas estadísticas que indican que en Colombia se lee poco. No les importó.Cuando se creía que eran un producto del pasado, las librerías independientes han vuelto. Una de las razones por las cuales son distintas, la pasión.Mauricio Lleras, de la librería Prólogo, confiesa: “La idea siempre me dio vueltas en la cabeza, cuando yo era un niño mi padre me llevó a la Bucholz y allí pasé una mañana entera mirando libros. Yo para esa época no sabía leer”.Así como esta, en los últimos diez años en Bogotá surgieron Casa tomada, La madriguera del conejo, ArteLetra, Babel, Tornamesa, Luvina, Espantapájaros y La valija de fuego, entre otras. En el resto del país aparecieron, o se mantuvieron, Ábaco (Cartagena), Libélula (Manizales y Armenia), Al pie de la letra (Medellín) o Expresión Viva (Cali). En la mayoría de los casos son lugares que filosóficamente van más allá de ofrecer un ejemplar. Ana María Aragón, de Casa tomada, lo explica: “No solo es venta, es un encuentro con los libros”.Y bajo esta idílica relación, el fenómeno crece. Estas librerías, concebidas como grandes centros culturales, no son solo lugares de socialización, en los que un cliente puede pasar allí horas leyendo, sino también espacios para descubrir autores, crear comunidades de lectura, conocer editoriales independientes, tener diversidad bibliográfica, disfrutar de publicaciones únicas, algunas viejas, y contar con el acompañamiento del librero. Una de las premisas es hacer sentir cómodo al lector cuando compra, generarle confianza. Si para ajenos estas ideas suenan a locura, no es así para los libreros. Detrás de cada uno hay diversos propósitos. Marco Sosa, de La valija de fuego, dice que empezó con algo más de 200 libros y con muchas ganas. Y, según él, el hecho de que la librería hoy en día esté más viva que nunca, después de seis años, demuestra que aún hay páginas por escribir y libros por recorrer.Así como los dueños de estas librerías son conscientes de que con este negocio no se harán ricos, también creen saber cómo espantar la quiebra. Uno de los puntales es no pagar arriendos costosos. ¿Pero sí venden libros? Adriana Laganis, de ArteLetra, no lo duda, hay un pasado que no se puede repetir. Ella podría asegurar que todas las librerías que cerraron tuvieron un incremento en sus ventas a medida que fueron creciendo, pero las condiciones locales de negociación no eran equilibradas, tampoco existían herramientas administrativas que facilitaran el manejo de inventarios y el control de los robos. Y, además, era difícil conseguir personas que quisieran trabajar en este oficio y ayudar a defender los principios y valores que sus fundadores idearon. Los libreros entienden que para sostenerse, casi que como los mosqueteros, deben unirse. Y lo hacen con la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (Acli) a través de la que han logrado consolidar, con el apoyo del Ministerio de Cultura, desde hace dos años siete ferias regionales para llevar los mismos contenidos que se ofrecen en Bogotá. Este año también tuvieron un espacio en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo). Sin embargo, uno de los eventos pioneros es el Festival de Librerías Arcadia en el Parque de la 93 de Bogotá, que nació hace tres años para reconocer y hacer visibles a las librerías de la ciudad que no contaban con un evento pensado para ellos. Este ha tenido gran éxito: en promedio asisten 5.000 personas durante el fin de semana, que este año irá del 19 al 21 de septiembre. Su programación, que tiene actividades para niños, incluye firmas de libros y presentaciones musicales.Para Juan David Correa, director de Arcadia, el festival “es un espacio que quiere ser incluyente, que busca que el plan cultural de los bogotanos entienda el valor de los libros como posibilidades de asomarse a millones de mundos y experiencias”.De esta manera, el lector y el libro ganan en grande con estos eventos. Como explica David Roa, gerente de La madriguera del conejo: las ferias organizadas por libreros se caracterizan por su libertad y por su criterio, ofrecen ejemplares que creen los mejores sin tener en cuenta el sello editorial. Así todos estos proyectos fortalecen comercialmente a las librerías independientes, al sector editorial y a la ‘biblodiversidad’.La fiesta del libroEn las últimas semanas se han realizado otras tres ferias en el país.Una de las grandes estrategias para acercar al público a la lectura, y para fomentar que se editen nuevas publicaciones, han sido sin lugar a dudas las ferias que se hacen en el país. Bucaramanga tuvo su turno del 25 al 30 de agosto, luego Cúcuta, del 1 al 6 de septiembre. Actualmente, del 12 al 21, se realiza la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. La de Bucaramanga, que dirige Karen Vásquez, es un proyecto de la Unab, se organiza sin muros, ni paredes, sin restricciones, lo que permite que toda la comunidad vaya y la disfrute. Es gratis y el recurso humano con que se realiza la feria son justamente sus estudiantes. Este año se dio el lujo de tener como invitado al premio nobel John Coetzee.Mientras tanto, la VIII Fiesta del libro de Medellín, según su director, Juan Diego Mejía, tiene como principal objetivo la promoción de la lectura, especialmente entre los estudiantes. Se puede entrar a todas las actividades gratuitamente y tiene además una ciudad invitada, Tijuana, ciudad fronteriza con Estados Unidos. Otras dos novedades son el primer salón latinoamericano del libro infantil y juvenil, con presencia de las editoriales independientes que existen en América Latina. Y la primera versión de un salón del libro digital. En total asisten 362 autores de 17 países.