Walter Kempowski Todo en vano Libros del Asteroide Libro virtual Se llama Georgenhof. Pertenece a la familia Von Globig, de la aristocracia prusiana en el ocaso, descendientes de los Junker. Han tenido que vender terrenos para hacer inversiones riesgosas en Inglaterra y en Rumania, y el señor, Eberhard von Globig, se vio obligado a emplearse con los nazis. Su trabajo consiste en buscar provisiones de alimentos para el ejército, por lo cual ahora se encuentra en Italia. En la enorme casa, ubicada en la Prusia Oriental, cerca del pueblo de Mitkau y de Könisberg, la ciudad de Kant, viven Katharina, la esposa; Peter, el hijo de 12 años; una tía arrimada –‘La tiita’– que funge como ama de llaves, y la servidumbre, conformada por dos muchachas ucranianas y un ayudante polaco. Es el invierno de 1945, el Ejército Rojo está llegando, la gente huye en caravanas; sin embargo, en Georgenhof ignoran las señales de la inminente tragedia: “Rodeada de sus viejos robles, parecía una isla negra en mitad de un mar blanco”. La casa es un receptáculo de historias. Los Von Globig abren generosamente sus puertas no solo a la comunidad local –el alcalde, el profesor–; también a los desplazados que vienen huyendo de los rusos: un economista, una violinista, un barón y su esposa, un maestro enfermo. Cada quien trae una historia y revela un carácter. O alguna mezquindad. En pocas palabras, en la descripción de un gesto, de un pensamiento, en un diálogo, la narración nos transmite la psicología de los personajes.
Incluso con una muletilla es suficiente: el heil Hitler de Drygalski, el jefe local del partido nazi, basta para saber que es un arribista y un resentido. Sin ahondar demasiado, entramos con rapidez en sus mentes. Virtudes de un gran escritor, diríamos, y para ser más precisos: destrezas en el uso del discurso indirecto libre. Katharina, bella, soñadora y algo indolente, sobresale entre ellos. Y tendrá su oportunidad de redención, en un episodio que será el punto de quiebre de la trama. El fragor de la Historia, con mayúscula, está allá afuera, y tarde o temprano llegará a la intimidad. Y de qué manera: lo que se cuenta acá es nada menos que el Genocidio Prusiano, en el que murieron 2 millones de personas y se calcula que 12 millones fueron desplazadas. Walter Kempowski, al igual que Irène Némirovsky en Suite francesa, lo saben: se es novelista antes que historiador; la vida privada nunca es secundaria; en las guerras no desaparece la cotidianidad. Aunque Kempowski tiene una intención adicional: quiere crear un microcosmos, un espejo en el cual la sociedad vea su ceguera ante los hechos. No se trata de un juicio; la literatura no juzga. Por eso en cada capítulo conocemos el punto de vista de los personajes; por eso la cita de Martín Lutero como epígrafe de la novela: “Para Ti no valen más que el favor y la gracia de perdonar los pecados; toda acción por nuestra parte es en vano, incluso en la mejor de las vidas”.
Según queda claro en la novela, pocos creían en la derrota. Y no solo por el control y la censura a los medios de comunicación. Había una secreta esperanza de que Hitler, a última hora, correría a los rusos. Y no porque fueran nazis, no por convicción: solo porque una vez que la gente se acomoda a un orden, no quiere ningún cambio. No es ‘la banalidad del mal’ de Hannah Arendt, es la simple banalidad. No por azar, Todo en vano es un clásico alemán sobre la Segunda Guerra Mundial. Es el último libro de un autor que le dedicó su vida a ese tema; solo pudo terminar esta novela en 2006, un año antes de su muerte, que publican en español por primera vez, con una magnífica traducción de Carlos Fortea. Como solía repetir ‘La tiita’: “Las cosas no son tan sencillas”. Y menos esas cosas de hablar sobre la guerra. Lo sabía Sebald y lo aprendió Kempowski, quien deja como colofón una cita suya: “La capacidad del ser humano para olvidar lo que no quiere saber, para no ver lo que tiene delante, pocas veces se ha puesto a prueba mejor que en la Alemania en aquella época”.