“¿De qué sirve un libro sin imágenes?” se preguntaron hace más de 30 años los pioneros del libro infantil en Colombia, entre ellos los ilustradores Sergio Trujillo Magnenat, Sergio Jaramillo, Édgar Ródez y Alekos, así como los escritores Jairo Aníbal Niño, Triunfo Arciniegas, Yolanda Reyes y María Fornaguera, entre otros.Estos artistas dejaron una huella creativa e inspiradora en las nuevas generaciones, que hoy multiplican reconocimientos por sus novedosas propuestas gráficas y narrativas. Un argumento más para ratificar que este género está atravesando lo que podría llamarse un nuevo boom. Las cifras lo confirman: según la Cámara Colombiana del Libro, mientras en 2006 se publicaban al año 61 títulos de este segmento, en 2015 esa cifra llegó a 853.La última buena noticia del sector tuvo como protagonista a la editorial Tragaluz, que el próximo 4 de abril recibirá una mención de honor en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia –la más importante en el mundo en este segmento–, en la categoría Nuevos Horizontes del Premio Bolonia Ragazzi, por su libro Conquistadores en el Nuevo Mundo, escrito por Carlos Grassa e ilustrado por Pep Carrió (en 2014 la editorial Rey Naranjo ganó también en esta feria y en esta categoría con el libro La chica de polvo).Otra de las grandes noticias para este género literario es que la International Board on Books for Young People (IBBY), un catálogo bienal de libros para niños y jóvenes con sede en Suiza, resaltó este año a tres creadores colombianos: Amalia Satizábal, en la categoría ilustradora; María del Sol Peralta, en la de traducción; y Triunfo Arciniegas, en la de autor.Estos talentos, seleccionados por Fundalectura, representan un híbrido entre la experiencia y la experimentación. El cuento de Satizábal, Ema y Juan, conquista a los lectores más pequeños porque narra con humor y en forma sencilla la historia de un perro y una gata que aprenden a convivir con sus diferencias. Según Janeth Chaparro, coordinadora del Centro de Documentación de Fundalectura, ese título seduce por su nivel gráfico. La obra, publicada en 2015, ilustra el impulso que los editores emergentes como GatoMalo le están dando a las historias narrativas y gráficas. Otro camino ha recorrido la traductora María del Sol Peralta, quien, desde su especialidad de pedagoga, le ha dado al universo infantil la posibilidad de narrar a través de nuevos lenguajes, como la música. Su trabajo, Versos de no sé qué (Panamericana), recoge la obra de seis poetas portugueses y nace, en parte, de las enseñanzas de los precursores de este género visibilizados por editoriales como Carlos Valencia.“Ellos –dice Peralta– sirvieron de referente para autores y editores que se esfuerzan cada vez más por avivar las voces colombianas y fortalecer una estética que dialogue con las nuevas narrativas”. Y menciona nombres como Arciniegas y su trabajo Letras robadas (Océano Travesía): la historia de Clara, una niña “enamorada de las letras”. Arciniegas, autor de obras como Las batallas de Rosalino, reconoce la evolución y el crecimiento de este género en Colombia, y destaca especialmente el impulso que le han dado las editoriales independientes. “El panorama –dice– es ahora más rico y diverso, aunque no lo suficiente”.Su mano derecha en Letras robadas fue la escritora e ilustradora Claudia Rueda, también nominada al premio Hans Christian Andersen 2016 –el Nobel de la literatura infantil– por su obra completa, entre la que se destaca No (2009), Dos ratones, Una rata y un queso (2009) y Todo es relativo (2011). “Aplaudo el trabajo de Claudia Rueda”, dice Jairo Buitrago, también autor de reconocidos libros infantiles como Eloísa y los bichos (2009) –un best seller– y El primer día (2010). Rueda, agrega, “es una ilustradora superimportante en el mundo. Es de las pocas, por ejemplo, que publica con editoriales tradicionales de habla inglesa como Scholastic”.Tanto Buitrago como Rueda representan una ola de artistas que se han abierto puertas a pulso en países como México y Estados Unidos. Sus obras, incluso, se han traducido a idiomas como el japonés, el coreano y el portugués.Según María Osorio, editora de Babel, estos dos representantes de la literatura infantil colombiana han abandonado la publicación local y se han hecho más universales, lo que muestra el esfuerzo individual de escritores e ilustradores por salir del país y cultivar su carrera afuera.Podría hablarse del nuevo boom de un género que tuvo su época dorada en los ochenta, con obras como Chigüiro de Ivar da Coll; que hacia los años noventa vivió su época más difícil debido a que la escasa oferta editorial estaba concentrada en comercializar textos escolares y libros infantiles provenientes de España y Estados Unidos, principalmente.Lo que favoreció el arranque de iniciativas independientes, en parte, fue la aplicación de proyectos y políticas que varias entidades públicas y privadas pusieron en marcha para impulsar la lectura en el país. Dos ejemplos: el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas en 2004, y la Primera Feria del Libro Infantil en Bogotá en 2007.Sin duda, el gobierno ha sido un impulsor. Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, dice que las compras de los gobiernos para nutrir las bibliotecas públicas y los planes de lectura son una “palanca” esencial para la industria editorial. “No sirve de nada un comercial para promover la lectura si no hay libros”.En los países latinoamericanos las compras de los gobiernos representan, en promedio, el 45 por ciento de las ventas del sector editorial. En Colombia, calcula González, esa cifra no llega ni al 5 por ciento en el caso de la literatura para adultos, pero en la de niños y jóvenes llega al 10 por ciento. El camino no ha sido fácil. Una de las razones es que por mucho tiempo las grandes editoriales, como Norma y Alfaguara, dieron muy poca participación a talentos nacionales y privilegiaron libros-álbumes provenientes del extranjero (una excepción a esta tendencia es Nidos de papel, de Yolanda Reyes).En 2005 llegó el momento clave para el renacer de esta industria. Representantes del género empezaron a agruparse para impulsar sus creaciones y surgieron las primeras librerías especializadas, sobre todo, en textos ilustrados.Una década después el escenario es completamente diferente: editoriales emergentes Rey Naranjo, GatoMalo, La Valija de Fuego, Laguna Libros, El Peregrino Ediciones y Tragaluz, entre otras, le han dado a las narraciones gráficas un lugar privilegiado. Muchas de sus publicaciones más conocidas son libros-álbum.A diferencia de las editoriales grandes, estos equipos conformados por artistas y escritores conciben los libros más como objetos preciados y no como simples cartillas de consumo masivo. Y con esa filosofía han logrado abrirse un lugar en las ferias literarias. “Se le ha agregado un valor estético impresionante al género”, dice Isabel Calderón, directora de Comunicaciones de la librería Espantapájaros, especializada en literatura para la primera infancia.Sin duda, evolucionó la industria de los libros infantiles y, al mismo tiempo, la manera en la que se conciben.Las cifras, los reconocimientos, el surgimiento de nuevos autores demuestran que si bien Colombia no llega todavía a ser una potencia en la producción de libros para niños como lo es Chile, sí se han dado pasos de gigante en la última década. “Tener una mención en ferias como la de Bolonia, es una manera de abrir puertas, de que sepan que existimos y hacemos un trabajo de calidad”, dice Pilar Gutiérrez, directora de la editorial Tragaluz.Y aunque todavía faltan esfuerzos (por ejemplo, que haya una mayor presencia de las propuestas colombianas en las ferias literarias más importantes del mundo), no es exagerado decir que la literatura infantil y juvenil está viviendo desde ya una nueva época dorada.