El nuevo disco de la pianista Claudia Calderón es osado, incluso para los parámetros de una nueva música colombiana que energiza el folclor y lo emparienta con toques de jazz o de rock. Y eso que en este caso la música no avanza hacia los ritmos modernos sino, por el contrario, hacia un encuentro con su pasado más recóndito. Claudia es experta en el joropo colombo-venezolano y ya nos había regalado dos grabaciones estupendas (Piano llanero I y II) en que se enfrentaba a ese repertorio, enriqueciéndolo desde el piano. Ahora, sin embargo, lo entremezcla con el son jarocho de México y hasta con el fandango dieciochesco español en un ejercicio que, sabemos al final, de caprichoso no tiene nada. Vamos por partes. Cuando Claudia Calderón estudiaba en Alemania quiso acercarse a los ritmos colombianos para ampliar su espectro como intérprete. Descubrió que el piano se prestaba para la cumbia y, sobre todo, para el joropo. La razón era que el piano suplía perfectamente lo que en los grupos autóctonos corre por cuenta del arpa: “El arpa está implícita en el piano. Están todas las cuerdas ahí, simplemente que no se tocan con la mano sino con los martillos, lo cual lo convierte en un instrumento de percusión más pariente del címbalo y del salterio. Pero a la vez el piano le saca otros potenciales al joropo como el volumen, los colores y los matices”. En su nuevo disco, llamado Piano Xarocho, la exploración avanza un paso más. Ahora resulta que el mismo piano, dentro del mismo fluir de melodías y arpegios, puede evocar primero un joropo brioso de nuestros llanos orientales y luego un son alegre del puerto de Veracruz. ¿De dónde vino la idea de juntar estas dos músicas, separadas en la geografía por más de tres mil kilómetros? La pianista cuenta que todo comenzó en una reunión con músicos mexicanos. “Me di cuenta que el son jarocho se prestaba para hacer improvisaciones a la llanera, y que estas dos músicas eran primas hermanas. El joropo le da electricidad al son y al juntar los dos se crea una chispa”. Pero la investigación de Claudia fue incluso más profunda en lo histórico, y descubrió que estos dos ritmos de América tienen un ancestro común en el barroco español: el fandango que “llegó en los galeones, con los mercaderes, los comerciantes, los aventureros, pero también los músicos, sus guitarras y sus coplas octosílabas”. En la mitad del disco, una interpretación del “Gran Fandango” tomado del Quinteto No. 4 de Luigi Boccherini (quien vivió en España durante esa época que relata Claudia) cierra la teoría con un hermetismo diáfano. La sensación final, más allá de haber asistido a un recital impecable de joropos, sones y fandangos, es la de una luz que se posa sobre estos tres géneros para esclarecer que, después de siglos y vaivenes, vuelven a encontrarse y a reconocerse.