Un hombre, académico, aspirante a escritor y atormentado, vive en una casa aislada, en los Alpes franceses, con su esposa y su hijo de 10 años, Hiligeni. Ese hombre muere y en el ambiente quedan más dudas que certezas. ¿Fue un accidente, un asesinato o un suicidio? ¿Se cayó desde la ventana del piso superior? ¿Alguien lo golpeó? Solo sabemos que hay un cadáver que apareció sobre la nieve.

Esa es la historia detrás de Anatomía de una caída y buena parte de sus dos horas y media transcurren en un juzgado, donde varias voces debaten la culpabilidad o no de la fría mujer, de bisexualidad declarada.

Esta película francesa, dirigida por Justine Triet, se convirtió en la gran sorpresa de las recientes nominaciones a los Premios Óscar, en los que competirá este 10 de marzo en cinco categorías, entre ellas la de mejor película y mejor dirección, las más importantes de la velada.

Después de tres proyectos que poco atrajeron a la crítica, Justine Triet hace historia con esta película.

Algo similar había pasado en Cannes, pues allí obtuvo la Palma de Oro. En los Globo de Oro ganó como mejor película y mejor guion, y en los Critics’ Choice Awards también se convirtió en la mejor cinta de la noche.

Algunos la definen como una suerte de thriller judicial que describe la pareja como un espacio político. Lo que no entienden muchos es cómo Francia le negó la oportunidad de representar al país en la categoría de mejor película internacional en los premios de la Academia.

En cambio, decidió enviar otro filme, The Taste of Things, con Juliette Binoche, que no quedó entre las nominadas.

Pero Triet, que hasta entonces había dirigido tres proyectos interesantes pero irregulares, se sobrepuso a esa injusticia y está haciendo historia. En diálogo con SEMANA, la directora confiesa que esa caída de la que nos habla en este filme es la caída misma de esa pareja a la que vemos discutir precisamente un día antes de la muerte de Samuel.

Es un diálogo duro, revelador, bañado en dolor, en sentimientos que caminan de un extremo a otro, en miedo al abandono y en resentimientos que se vuelven reproches. La idea, cuenta Triet, era mostrar “el declive de una historia de amor. No solo la de una pareja, sino la de un hijo y su madre. Un hijo que deja de confiar en ella en la sala de un juzgado y pasa a la desconfianza porque aquello que creía cierto de repente ya no lo parece tanto”.

La actriz alemana Sandra Hüller interpreta a una escritora de éxito que es acusada de matar a su esposo.

También buscaba mostrar los conflictos a los que se enfrentan las mujeres de estos tiempos a través de los ojos de la protagonista de la película, una escritora de éxito interpretada por una magistral Sandra Hüller: “El cine es un juego de manipulación, y eso en la película se estudia, por ejemplo, a través de la lengua. A esta mujer, a la que encausan por un posible asesinato, en realidad se la está juzgando a toda ella. Se la juzga también por la lengua que elige, por no hablar francés, por no ser una madre modelo. Me fascinaba explorar ese tipo de manipulaciones; también, cómo existen buenas y malas víctimas a ojos de la sociedad”.

Triet, sin quererlo, dice, también terminó por retratar cómo se ha transformado el concepto de familia. “Es un concepto que no acaba de debatirse. Soy una mujer con hijos y una pareja. También tengo una carrera. Y entiendo la complejidad que implica armonizar cada una de esas facetas. Pero mi padre, por ejemplo, jamás se preguntó nada. Los hombres de antes no se cuestionaban nada. Mi padre salía de casa y volvía cuando quería. Mi madre trabajaba en casa y nunca hubo un solo reproche, porque era la manera en la que entendían la dinámica de pareja. Eso ha cambiado”, reflexiona.

La película, de algún modo, “aborda la reinvención de la familia, cómo hacemos para mantener ahora esos equilibrios de vivir juntos. Siempre he pensado, además, que la pareja es un intento de democracia que casi siempre termina en dictadura. Me intrigaba también cómo el rencor se puede convertir en violencia. Puede ser verbal o física, pero sigue siendo violencia”, explica la directora.

Y lanza una frase que suena dura: “Seamos sinceros, lo raro es que una pareja funcione. En la mayoría de los casos es un infierno. Yo quise adentrarme en ese infierno”.Triet destaca que, en parte, la fuerza de esta película recae en su protagonista, la alemana Sandra Hüller.

“Sandra añadió cosas a esta historia que no estaban planteadas en el guion. Para empezar, no la interpretó como una víctima, ni como una madre que es un modelo a seguir que generara compasión ni como una seductora o femme fatale. Su personaje no es un ángel, pero tampoco un demonio y consigue hacernos dudar”, dice la directora francesa. Lo que sucede, agrega enseguida, es que “más bien tiene una parte monstruosa, una parte que en el fondo tenemos todos los seres humanos y que aflora en ciertos momentos de la vida”, dice Triet.

En opinión de Triet, en tiempos en los que tantas mujeres han levantado su voz y no temen señalar el acoso y sus verdugos, “cada vez hay más películas en reacción al Me Too, películas de hombres que se sienten culpables y colocan a una mujer que salva el mundo en el centro de sus relatos. Yo no tengo esa visión”.