El amor estuvo presente no solo en la obra de Fernando Botero. En su vida personal, varias mujeres marcaron la historia y acompañaron las búsquedas artísticas de un hombre descrito como encantador, culto y un conversador exquisito.
Su primer gran amor fue Gloria Zea. Se conocieron en la Universidad de los Andes en 1955, cuando ella era una bella estudiante de Filosofía y él, un pintor recién graduado de Europa. Ella, alumna; él, su atractivo maestro de pintura. Pronto, todos en el salón descubrieron que la atracción de ambos era demasiado evidente. Sí, se habían enamorado perdidamente y, en medio del escándalo, a Botero lo expulsaron de la universidad.
Solo seis meses después dejaron a todos con la boca cerrada: se casaron y pronto la pareja se mudó a México, donde Botero comenzó a exhibir su obra. En 1959 nacería su primer hijo, Fernando. Y un año más tarde, de regreso a Colombia, llegaron dos más, Lina y Juan Carlos.
La relación entre Zea —fallecida en 2019 por una enfermedad renal— y Botero terminó en 1960, pero su amor por el arte y siete nietos los unió de por vida. Juntos también afrontaron el caso que involucró a Fernando Botero hijo, como ministro de Defensa de Ernesto Samper, en medio del escándalo del 8.000 y que a la postre lo tuvo en la cárcel varios años.
Para entonces, Zea se había convertido en una importante gestora cultural, fundadora del Museo de Arte Moderno de Bogotá y exdirectora de Colcultura, y Botero, en uno de los artistas más reconocidos del planeta.
En medio de ese brillo, a la vida del maestro llegaría la vallecaucana Cecilia Zambrano, con quien se casó en 1964, un año en el que la obra del artista fue galardonada en el Primer Salón Intercol de Artistas Jóvenes. La pareja vivió en Nueva York y posteriormente viajó a Europa. Seis años más tarde, nació Pedro Botero, el cuarto hijo del artista. Pero la tragedia los sorprendió durante una estadía en España, en 1974, cuando la familia sufrió un accidente automovilístico: Fernando y su esposa sufrieron varias heridas, pero Pedrito, como el maestro lo llamaba, corrió con menos suerte y falleció enseguida.
De ese dolor nació Pedrito a caballo, una de sus obras cardinales, y una fractura en su matrimonio, que en 1975 terminó en divorcio.
Años antes, y sin saberlo, Botero había conocido a la que se convertiría en el amor de su vida: Sophia Vari. La historia ocurrió así: ambos se encontraron hace más de 50 años en una cena en París. En esa época, ella era Sophia Canellopolos y estaba casada con un próspero industrial de su país. Botero tampoco estaba libre. Seguía casado con Zambrano. Pero el propio artista narraría años más tarde que había quedado impresionado. “En ese momento pensé que era la mujer más divina que había visto”, comentó.
Dos años después, sin embargo, ya separado, el recuerdo de ese flechazo lo hizo buscarla y comenzaron a salir. Inicialmente, las conversaciones sobre arte servían como coartada. Pero el arte dio paso al amor, aunque no fue fácil. “Mi matrimonio era fatal, de conveniencia, pero no quería una relación fuera de él. Además, el éxito de Fernando con las mujeres me daba miedo. Yo creía que la relación era imposible”, aseguró Sophia, que falleció en mayo pasado.
Pero, como en las grandes historias de amor, contrariando sus ideas, ella se enamoró locamente y abandonó a su marido para hacer su vida al lado del colombiano.
Botero también quería una tercera oportunidad, aunque sus matrimonios fallidos lo cansaron del idealismo romántico. Entonces, supo que había hallado a su alma gemela. Decidieron no casarse, pues “el matrimonio convencional asfixia”, y en cambio compartieron una vida exenta de celos, reclamos, hijos y dramas. Durante 48 años los unió la misma idea: tan importante era el tiempo de pareja como las horas para sí mismos. “Es un contrato renovable día a día”, dijo Sophia. “Aunque uno sabe que está libre, en el fondo uno quiere estar con la otra persona”.