El fenómeno más importante a nivel global para el sector musical es el regreso en pleno de los conciertos en vivo. La música, al igual que las artes escénicas, fueron las principales damnificadas desde todo punto de vista por la pandemia del covid-19. Con las restricciones sociales, la oferta virtual se incrementó a todo nivel. Las plataformas de conciertos vía streaming tuvieron un momento privilegiado para su expansión y, por un momento, en medio de esa época surreal que vivimos, parecieron estar llamadas, si no a reemplazar, por lo menos a ubicarse en el primer lugar de los hábitos de consumo musical.
Situándonos al final de 2022 y mirando hacia atrás, la suerte de las plataformas nos recuerda el fenómeno de los libros digitales, pues, a la larga, resultaron ser solo una opción más para algunos de los asistentes ya cautivos de las agendas locales.
Y si bien lo anterior deja ver la luz al final del túnel, ésta no brilla plenamente. Todos estamos de acuerdo en que la tendencia apunta hacia una dirección positiva, pero hay matices.
Por ejemplo, la taquilla de los conciertos de artistas nacionales, y esto no es nuevo, sigue siendo su karma a pagar. Qué difícil es convocar público para escuchar a músicos colombianos sean concertistas, solistas, grupos de cámara o jazzistas. La asistencia solo parecería funcionar para los coterráneos, si los espectáculos en los que se presentan son gratuitos.
Hay solo una excepción que siempre me ha parecido curiosa: la ópera. Para su público importa poco si el género lírico es producido por compañías nacionales o extranjeras, interpretado por cantantes colombianos o internacionales, realizado al parque o en un auditorio. Incluso, las músicas más arraigadas en el folclor nacional, que en cuanto a boletería se refiere, antes de la pandemia gozaban de buena salud, en 2022 no lograron el éxito en la taquilla que sí logró el género lírico. Ariadna en Naxos. Las bodas de Fígaro y El elixir de amor, llevadas a escena en su gran mayoría por elencos nacionales, agotaron dos y tres funciones.
Parecería que, a excepción de los ejemplos asociados al teatro musical, los artistas colombianos y la boletería, desafortunadamente, ni en 2022, ni antes de la pandemia, han ido de la mano. Interesante cuestionar este fenómeno. ¿Nos acostumbramos a la gratuidad de los espectáculos de nuestros artistas? ¿No nos interesa escuchar propuestas nacionales de música que podríamos considerar foránea? ¿Incide la percepción de inseguridad y el caos del tráfico bogotano?
Pero, aunque la reactivación durante 2022 no ha sido completa en cuanto a público se refiere, y persisten los lunares mencionados del pasado, sí quisiera recalcar que Bogotá, a diferencia de la gran mayoría de las ciudades de la región, mantiene una programación verdaderamente internacional. Esto ha sido posible gracias a la terquedad de las instituciones que persistieron en navegar en medio de la tormenta.
Por otro lado, y sumado a la volatilidad del precio del dólar, el declive en la programación de espectáculos internacionales en los auditorios latinoamericanos no ha permitido a nuestros teatros reactivar las alianzas que hacían manejables los costos de contratación.
Ahora bien, si las plataformas que ofrecen conciertos vía streaming, tipo Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, solo representan un medio más de consumo para un porcentaje muy reducido de melómanos, por otro lado las plataformas de audio, tipo Spotify, sí lograron acabar con la compra de discos, y especialmente con su manufactura. Basta asomarse a una de esas vitrinas abarrotadas de souvenirs, aparatos de reproducción y libros, que aún persisten en llamarse discotiendas, para entender que la música grabada en formato físico pertenece a un pasado que nunca volverá.
Claro, es verdad que aún se intenta prolongar la agonía de estos artefactos ya ‘clásicos’, y que el mercado de segunda tiene un nicho de compradores asiduos; también es cierto que algunos artistas independientes insisten en prensar uno que otro trabajo. Pero es evidente que ninguno de ellos representa la tendencia del consumo.
Expuestos los contrastes entre el ‘Lado A’ y el ‘Lado B’, a saber, el consumo de streaming versus el consumo en vivo, así como el de los artistas nacionales versus la taquilla, solo me queda hacer una pregunta: si en el mejor de los casos el CD es un artículo de promoción para los músicos, si el consumo de la música en las plataformas solo representa algunos céntimos de dólar para los artistas nacionales independientes y si el público no está dispuesto a pagar una boleta por ver sus conciertos: ¿entonces?
*Director revista Tempo