Poco se ha escrito sobre las milenarias pinturas terracota que adornan las paredes de los imponentes tepuyes del Parque Nacional Natural Chiribiquete, a pesar de que su imponencia y belleza son comparables con las que hay en las cuevas de Altamira (España) y de Chauvet (Francia). Estas fueron dibujadas por cavernícolas hace más de 30.000 años y hoy son consideradas como la primera expresión artística del ser humano. A diferencia de las europeas –que durante años estuvieron abiertas al público y fueron visitadas por miles de personas–, las de Chiribiquete solo han sido vistas por unos pocos pues la topografía del lugar dificulta el acceso y, además, la zona lleva años dominada por las Farc. Llegar a ellas, dice Carlos Castaño Uribe, un antropólogo colombiano que lleva más de 20 años investigado el lugar, requiere de largas horas de caminata por la tupida selva amazónica; pero la infinidad de jaguares, venados, pequeñas figuras humanas y formas geométricas hacen que bien valga la pena.   Hace un par de semanas el diario inglés The Guardian publicó un artículo en el que el cineasta Mike Slee relata lo impresionado que quedó cuando se topó con las pinturas rupestres mientras sobrevolaba Chiribiquete. El inglés había viajado al Amazonas en busca de imágenes para su documental Colombia: Wild Magic y lo que encontró superó sus expectativas. “Llegué a una tierra que el tiempo simplemente había olvidado”, dijo. The Guardian afirma que Slee fue el primero en filmar y fotografiar una de las series de pinturas del cerro Campana. Esto puede no ser del todo cierto. Es verdad, en Chiribiquete aún queda mucho por descubrir, pero esa zona ya había sido explorada por otros, entre ellos Castaño Uribe.   Las investigaciones han revelado que varias imágenes terracota tienen alrededor de 20.000 años, otras 11.000 y unas cuantas datan del siglo XVII cuando los conquistadores españoles llegaron a la región. Esto significa que Chiribiquete ha tenido presencia humana desde hace por lo menos 20.000 años. Como los científicos no han encontrado una gran cantidad de piezas de cerámica pero sí evidencia de fogones con abundante carbón vegetal y restos de huesos y afiladas piedras, han llegado a la conclusión de que el terreno no era un lugar de vivienda sino un sitio sagrado en el que se llevaban a cabo rituales. Los indígenas que hoy habitan las zonas aledañas corroboran la hipótesis y suelen referirse a Chiribiquete como la “maloca de los animales” o “el sitio de los antiguos y del jaguar”. Pero si a través de sus posibles descendientes se intenta averiguar algo sobre la identidad de los artistas o el porqué de las imágenes –como suele ocurrir con las pinturas prehistóricas–, se llega a un callejón sin salida. En 1879 el descubrimiento de las cuevas de Altamira generó una enorme polémica: la antigüedad y la belleza de las imágenes rompían por completo con la teoría de que los cavernícolas eran incapaces de hacer creaciones artísticas porque no tenían una inteligencia tan desarrollada. En un principio, científicos alrededor del mundo desacreditaron el descubrimiento y acusaron a Marcelino Sanz de Sautuola –el arqueólogo que las había encontrado– de haber contratado a un artista para pintarlas. Solo hasta 1902 –gracias a los avances de la tecnología– reconocieron su error y se vieron obligados a formularse preguntas que probablemente nunca tengan respuesta: ¿qué pasó hace unos 35.000 años que llevó a los seres humanos a crear imágenes? ¿Cuál es el significado de estas milenarias pinturas? ¿Por qué dibujaron en lo más profundo de las cuevas donde es casi imposible disfrutar del panorama? Una de las primeras hipótesis formuladas es que los dibujos de animales en movimiento y pequeños grupos de personas que parecen tener lanzas en las manos representaban imágenes y estrategias de cacería. Pero en la segunda mitad del siglo XX el antropólogo sudafricano David Lewis-Williams hizo un descubrimiento que parece refutar esta hipótesis y la teoría que planteó parece concordar con lo encontrado por Castaño Uribe en Chiribiquete. El sudafricano revisó los restos de los huesos de los animales que hacían parte de la dieta de los cavernícolas y se dio cuenta de que no eran los mismos que aparecían pintados en las paredes. En otras palabras, los artistas prehistóricos no dibujaban los animales que cazaban. Las pinturas rupestres –descubrió Lewis-Williams– están directamente relacionadas con las experiencias de éxtasis de los hombres prehistóricos y no con el registro de su día a día. Los bisontes de los europeos y los jaguares de los de Chiribiquete son las imágenes de animales a los que ellos atribuían poderes sobrenaturales, y a los que veían cada vez que se conectaban con el más allá a través de sustancias alucinógenas. La tradición indígena de reverencia al jaguar es ya conocida y se sabe que incluso hoy lo felino juega un papel importante en las culturas de la región. Hace poco más de diez años la teoría de Lewis-Williams fue llevada un paso más allá. Las pinturas prehistóricas estaban asociadas con los ritos y fueron hechas en lugares sagrados donde cientos de personas se congregaban por un determinado periodo de tiempo. Para alimentar a una gran cantidad de gente, hombres y mujeres se rebuscaron la manera de empezar a cultivar y a criar animales. Un grupo de científicos descubrió que el trigo que se come hoy viene de unas colinas en Turquía cerca de las cuales, en 1994, se encontró Göbekli Tepe, un templo al estilo de Stonehenge que tiene unos 12.000 años. Así pues, al parecer las imágenes dieron paso a la agricultura.  Para los que creían que la historia de Colombia era muy corta, Chiribiquete es una demostración que el territorio viene siendo habitado desde hace miles de años y que estos hombres y mujeres fueron capaces de crear obras de arte majestuosas. No en vano el parque y las obras son Patrimonio de la Humanidad.