George Steiner Los libros que nunca he escrito Fondo de Cultura Económica, 2008 237 páginas Lo que no pudimos hacer en la vida, los fracasos: de eso trata este hermoso libro. Aunque el fracaso también tiene sus escalas. Quien acomete una empresa pequeña, fracasa pobremente. Quien busca superarse a sí mismo, ir al límite de sus posibilidades, fracasa mejor, fracasa en grande. A sus 80 años, George Steiner escribe siete ensayos sobre los temas que lo han obsesionado a lo largo de su vida. Son breves ensayos porque -por diversos motivos- no pudieron llegar a ser libros, como él hubiera querido. De ahí el título: Los libros que nunca he escrito. El tiempo se acaba, la muerte se acerca. Y no hay lugar a engaños. "Pudo ser mejor", decimos. La obra humana es imperfecta; siempre pudo ser mejor. Pero el hecho de reconocerlo no sólo es bello y noble, permite una serena lucidez, un grado único de autenticidad. Tal vez aquí el profesor Steiner, porque sólo pretendía fracasar con honradez, ha escrito su mejor libro.
Resaltar la imperfección de lo que hacemos, desde luego, puede ser un ejercicio retórico. Para demostrar que no es así, que la cosa va en serio, Steiner comienza con la historia de un episodio oscuro. En el primer ensayo, Chinoiserie, sobre el biólogo y sinólogo de la Universidad de Cambridge Joseph Needham, autor de Ciencia y civilización en China, revela una conducta indebida. Hace 50 años, Needham mintió acerca de la utilización de armas químicas en Corea por parte del gobierno de Truman. Y Steiner, que lo descubrió, calló cobardemente. Dos abyecciones que en su momento frustraron su libro sobre Needham, pero que no impidieron seguir admirándolo, como lo demuestra la brillante reivindicación que hace de su obra, hoy caída en el olvido. Estamos notificados. En Los libros que nunca he escrito, los ejercicios de admiración intelectual no implicarán el ocultamiento de las debilidades de carácter, de las pasiones y de los odios. Steiner quiere hacer un retrato fiel, con luces y con sombras, tanto de él como de los autores que lo ocupan. No hay intelectuales puros, no hay teoría pura. Por si las dudas, el segundo ensayo se titula Invidia y trata sobre Cecco d‘Ascoli, contemporáneo de Dante y opacado por su genio. "Cómo puede uno ser un poeta épico con aspiraciones filosóficas cuando tiene a Dante, por así decirlo, en el vecindario". La envidia frente al genio, "la envidia asesina" de Salieri frente a Mozart, de Verrocchio frente a Leonardo, del anónimo ejecutante de una academia de música quien, por el descuido de una puerta abierta, alcanza a escuchar al "insoportable" Glenn Gould. La biliosa envidia que el profesor Steiner ha visto tantas veces en el mundo académico de elite en el que ha vivido durante muchos años. "El maestro puede tratar de engañar a su discípulo describiendo su trabajo como un fracaso, desanimándolo para que no cometa otros empeños". Steiner acepta con gratitud su trabajo de haber sido un divulgador de los grandes creadores. De cualquier manera un destino menor, prescindible, como el de Cecco d‘Ascoli, sobre el cual nunca escribió su proyectado estudio, salvo las conmovedoras páginas que le dedica en ese capítulo. Claro, está hablando de sí mismo. Y hablar de sí mismo, de sus zonas oscuras, sin retoques, con riesgos personales y profesionales, es lo que también hace en el estupendo ensayo sobre Eros y el lenguaje en el que se atreve a hacer alusiones a su vida privada: "Una noche en París, cuando entré en C., oí la queda pero meteórica risa de la libertad misma. Esa risa sigue conmigo". Desde luego, aquí está presente el Steiner brillante que sigue develando la condición judía, el misterio del lenguaje y la barbarie en los seres humanos, la crisis de la educación, el elitismo intelectual y el compromiso político; sus grandes temas, pero ahora con la tras-escena, con el barro de la vida concreta. Un Steiner políticamente incorrecto y sin limitaciones en sus preguntas: "¿Cómo es la vida sexual de un sordomudo?".