Julia CagéSalvar los medios de comunicaciónAnagrama, 2016144 páginasEl problema, a grandes rasgos, ya lo sabíamos: apareció la red y cada vez más la gente empezó a leer los periódicos y las revistas allí, cambió el papel por la pantalla. Los medios escritos reaccionaron, montaron sus páginas web y, la verdad sea dicha, se frivolizaron. Llegaron más lectores, claro, lo que no llegó fue la pauta que se quedó anclada en los impresos hasta que las redes empezaron a desprestigiarlos y en cierto modo a reemplazarlos: cualquiera podía opinar, cualquiera podía dar una noticia. Finalmente, la publicidad se movió a otros lugares, a eventos de impacto, a los canales de los nuevos líderes de opinión en las redes. No a los medios en la red. Y ahí empezó la crisis de verdad: cerraron periódicos –muchos de ellos centenarios–, echaron periodistas, los que sobrevivieron se redujeron al límite. Y ahí vamos. Con millonarios comprando periódicos y revistas –lo cual no es nada bueno– y con una respuesta un poco tardía de los impresos: apostarles a la calidad y a cobrar por los contenidos. Esto último, una apuesta arriesgada, un tiro al aire, “porque hoy nadie está dispuesto a pagar por obtener información”.Puede leer: Un país sin redención y un periodismo cínicoJulia Cagé, economista francesa, doctorada en Harvard, nos hace una detallada cronología de este conocido panorama, y lo enriquece con cifras y ejemplos, de medios de comunicación de Europa y Estados Unidos. Y va a lo sustancial de este asunto. ¿Cómo podemos alegrarnos de que un especulador inmobiliario, aliado con un agente de telefonía móvil, ‘salve’ al periódico Libération? “Al igual que una democracia no puede sobrevivir si la financiación de su vida política está en manos de un reducido número de individuos de infinitos recursos, tampoco los medios de comunicación, garantes de la calidad del debate democrático, pueden verse bajo la influencia exclusiva de millonarios de bolsillos sin fondo”. La información es un bien público y un pilar de la democracia. No es un producto como cualquier otro. Es un oficio, aunque en tiempos de cultura digital en tiempo real, de blogs y redes sociales, de sobreabundancia informativa, de proliferación de internautas, de tuits que se vuelven noticia, de fake news, no lo parezca. Es indispensable tenerlo presente: “El periodismo consiste en investigar, verificar, situar en un contexto, jerarquizar, dar forma, comentar y publicar una información de calidad”. Y la calidad cuesta, la investigación de The Washington Post sobre los sacerdotes pederastas costó un millón de dólares. Periodismo y calidad, en el soporte que sea. Julia Cagé cree que el soporte impreso terminará desapareciendo, morirá, aun así, se había podido evitar lo que más parece un suicidio que una muerte natural.Le recomendamos: “Los verdaderos rivales de la prensa son Google y Facebook”Aunque sea un bien público, la información y el periodismo no pueden ser producidos por el Estado, tampoco por el mercado. Por eso es necesario crear un modelo que sea viable económicamente, sin sacrificar la independencia y la libertad. He ahí la cuestión. Y el punto central de este libro, que es proponer un nuevo modelo de sociedad de medios de comunicación adaptado al siglo XXI. Para empezar, los medios informativos deben ser tratados como parte de ‘la economía del conocimiento’, al igual que las universidades, que tienen una figura de fundación sin ánimo de lucro y pueden recibir ventajas fiscales y aportes de capital, irreversibles, de sus fundadores, quienes en este caso solo tendrían límites en el derecho al voto, no en sus aportes, y los pequeños donantes, también participarían de acciones. Ni el modelo del millonario intervencionista, tampoco el cooperativista ‘de un voto por cada trabajador’, que no ha sido exitoso. En síntesis, una figura mixta, inspirada en experiencias como las de The Guardian y las del grupo Bertelsmann, propietario de Penguin Random House, que han sido salvaguardadas gracias a las fundaciones que las dirigen. ¿Utopía? Tal vez. No por azar el prólogo del libro lo hace Thomas Piketty, brillante en su análisis del capitalismo monopolístico, pero un tanto romántico en las soluciones que propone. En todo caso, no son muchas las opciones para salvar los medios de comunicación.