Título original: Les faux tatouages

País: Canadá

Año: 2017

Director: Pascal Plante

Guion: Pascal Plante

Actores: Anthony Terrien y Rose-Marie Perreault

Duración: 87 min

El asunto central acá es un romance adolescente, aunque no tiene nada que ver con los estereotipos que se ven en las adaptaciones de novelas juveniles que Estados Unidos produce anualmente por docenas, y que incluyen invariablemente desadaptación escolar, fiestas, música melosa o épica, chispazos sobrenaturales y atardeceres campestres.

Acá la música no es melosa, sino pesada (los protagonistas son fanes del hardcore) y no hay escuela porque están en verano en Montreal.

Los protagonistas son Theosophe, conocido como Theo (Anthony Terrien), y Marguerite, conocida como Mag (Rose-Marie Perreault), que se encuentran por casualidad en una cafetería tras un concierto de metal energético, emocionante, oscuro y ruidoso.

Hay apuntes brillantes sobre estos jóvenes que resultan enternecedores por lo descabellados. Sentados en la cama, ella toca una canción torpemente en la guitarra y le pregunta si él toca.

Ella, de 19 años, flaca, parlanchina y extrovertida, se burla de un tatuaje falso que él se hizo para el concierto y le cuenta que acaba de terminar con su novio. Él, recién cumplidos los 18, acuerpado, taciturno y desconfiado, termina llevándola a su casa en el timón de su bicicleta.

Las tomas son largas y estáticas, las miradas se cruzan y separan. La película tiene la generosidad de darles tiempo a sus actores para que delineen la manera en que una relación se va tejiendo: la desconfianza inicial, la emoción del encuentro, el peligro del sentido del humor que permite reducir distancias, pero que, en caso de malinterpretarse, hace lo contrario.

Puede leer: Sal es una película que invita a jugar

Hay algo de la trilogía del atardecer de Richard Linklater acá, algo también de ese género que estuvo de moda hace una década larga en el cine independiente de Estados Unidos apodada mumblecore, que en sus mejores momentos logró retratar con gracia y soltura las relaciones emocionales de sus protagonistas (aunque en sus peores se redujo a un agujero negro del ombliguismo más puro).

LES FAUX

Lo que salva a este filme del solipsismo es la ligereza con la que se retrata el encuentro de los dos, su forma de capturar el gozo tranquilo y perezoso del verano montrealés y la oscuridad leve que el personaje de Theo lleva consigo y cuya causa la película va revelando gradual y sutilmente.

Hay apuntes brillantes sobre estos jóvenes que resultan enternecedores por lo descabellados. Sentados en la cama, ella toca una canción torpemente en la guitarra y le pregunta si él toca. “No, para disfrutar algo, tengo que ser bueno haciéndolo”, responde. “Tocar la guitarra bien toma como diez años y no tengo tiempo para eso”. Hace tiempo no oía un absurdo tan certero y creíble en una película de jóvenes.

Le sugerimos: Xenofobia y venganza en la películaEn la penumbra

Además, el romance que apenas puede durar 20 días (Theo se comprometió a mudarse con su hermana a un pueblo a cuatro horas de distancia), demuestra la elasticidad del tiempo, que “tener tiempo” puede ser cuestión no tanto de tenerlo, sino de estar disponible.

El retrato de estas dos personas termina por recordarnos cómo un contacto cercano, desinteresado y empático, ligero en el mejor sentido de la palabra, puede servir de bálsamo para afecciones emocionales profundas.

  • Los inquilinos

Película de terror con influencias góticas, sobre una pareja de hermanos en una mansión derruida en la campiña irlandesa.

  • El alma de la fiesta

Comedia sobre una mujer mayor que tras su divorcio decide volver a la universidad, incomodando a su hija y a sus compañeras.

  • El hilo de Ariadna

Una sobrina hace un documental ambivalente y agudo sobre su tía, acusada de torturar durante la dictadura de Pinochet.

  • Ant-Man y la Avispa

La segunda parte de esta franquicia mantiene el tono ligero y fluido, siguiendo las aventuras de un héroe (y heroína) que cambia de tamaño a voluntad.