Extraordinaria exposición para una Bogotá que prácticamente no conoce la obra reciente de Botero, y más extraordinaria si se considera que resulta del esfuerzo de la nueva Galería Quintana, y no de la acción de grandes entidades públicas o privadas. Los hermanos Quintana, Mauricio y Fernando, han sido figuras familiares en los circulos artísticos durante los últimos años, como mercantes cada vez más avezados en el área del arte figurativo. Por ocho meses han venido preparando su sede en el norte de Bogotá, mientras completaban la adquisición de las obras para inaugurar sus actividades de Galería.La exposición incluye 18 cuadros y 7 esculturas; cubre el período de los últimos cinco años y señala algunos de los rasgos más notables de la producción reciente de Fernando Botero. Los cuadros muestran aspectos novedosos en la ejecución. Ahora, un sencillísimo manejo de la brocha (quizás inspirado en las experiencias del maestro con la acuarela) hace que el óleo narre los eventos sin entrar casi a describirlos con recursos de modelado volumétrico. De modo que estas figuras, objetos o espacios han pasado a ser esquemas casi de lo que fueron anteriormente: se ha sintetizado la manera pictórica hasta permitir la lectura de la trama del lienzo del cuadro terminado, y así sugerir un elusivo espacio para la pincelada. Las esculturas componen el grupo de obras más sorprendentes dentro de la exposición. El mismo término "escultura" debe ser calificado para utilizarlo en este contexto. En la obra de Botero este género más parece corresponder a la materialización volumétrica de su figuración pictórica a través de objetos complejos, intrigantes e impecablemente fundidos. Ni en las figuras humanas, ni en los animales, ni en los objetos de sus bodegones tridimensionales encontramos la secuencia formal de planos y aristas que ha estado presente en la escultura de siempre. Hallamos, en cambio, las masas distanciadas, manejadas con el sentido de lo atmosférico que impone la calidad pictórica a lo construido en el espacio. Aunque concretas y sólidas, las formas de estas esculturas sugieren alejamientos y desvanecimientos tanto más sorprendentes porque están hechos con materiales duros. Para conseguir sus propósitos, Botero sigue utilizando asuntos y personajes cotidianos de la sociedad colombiana, en un afán por explorar tipologías humanas y circunstanciales estrictamente locales. En contra de lo que predican ciertos circulos estetizantes e internacionalistas, los creadores de la talla de Fernando Botero y Gabriel García Márquez han obtenido altísimos niveles de interés en sus obras, a partir de lo que conocen como específicamente colombiano. Puede decirse que el tema central de esa exposición es el de la colombianidad de sus figuras y acciones, lo mismo que el de las formas (la morfología) con que están encarnadas. Si Botero y García Márquez exploran la realidad rural o provinciana del país, otros creadores como el poeta Mario Rivero, incursionan el área de la experiencia urbana plenamente constituida como tal. Son ellos, los artistas fijados en su entorno, los que nos ayudarán a conocernos. Y es Botero quien, junto con pintores como Grau, Obregón, Beatriz González y otros han contribuido a la visualización de algunas de nuestras más notables o notorias características.