Las revelaciones recientes sobre la realidad de pesadilla que viven las niñas indígenas en este país, en el que parecen ser sistemáticamente abusadas y usadas como mercancía, solo hace de este documental uno más necesario. La indiferencia ya no alcanza, porque la indignación no es nueva y esta situación tampoco.

Lejos del juicio moral, María Salvaje se puede catalogar como un retrato incómodo de esa realidad de la que poco se habla: la responsabilidad de la sociedad colombiana con la situación de pobreza, exclusión y precariedad en la que viven sus pueblos indígenas y en especial el abuso de las niñas y mujeres indígenas.

Cortesía 'María Salvaje' | Foto: Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos
Cortesía 'María Salvaje' | Foto: Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos
Cortesía 'María Salvaje' | Foto: Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos

El documental narra la transición de la infancia a la adolescencia de María, una pequeña Amorúa; y es en ese marco que su realizadora encuentra una excusa para develar la relación de este pueblo indígena con su entorno y el mundo de los “racionales”, como ellos llaman a . Se trata de una creación de la antropóloga y documentalista Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos, y se vuelve a proyectar en la Cinemateca de Bogotá el 22 y 29 de enero.

La idea nace cuando la directora, en el 2007 llega a Puerto Carreño, una zona de frontera, precaria, aislada y agreste, a trabajar como antropóloga en la restitución de los derechos de los menores y adolescentes indígenas. Allí entró en contacto con los Amorúa, un grupo indígena nómada que habitaba las cuencas del río Orinoco y Meta en los límites entre Venezuela y Colombia. María y otros jóvenes, nietas y nietos de la primera generación que entró en contacto con los blancos o “racionales”, viven exiliados en su propia tierra y su cultura, en un universo de miseria, narcotráfico y prostitución que no brinda un espacio de integración, cuidado o respeto.

María, fue criada en sus primeros años en un hogar sustituto asignado por el Estado, dada su desnutrición severa, tras la muerte de su hermana gemela por la misma situación, sin embargo, su abuela Matilde, líder de la comunidad, logró su retorno para criarla bajo su cuidado, sin perder el contacto con los “racionales”.

Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos conoce a María cuando tiene 6 años. A pesar del deseo de su abuela, María no aprende a leer ni a escribir, le gusta jugar con perritos, suele caminar descalza por las calles del pueblo y fugarse del rancho de su abuela. Durante este tiempo la directora inició las primeras grabaciones, convencida de que en la historia de María y sus primas había una historia de encuentro, entre los “blancos racionales” y los Amorúa, más allá de las diferencias y la discriminación.

Cortesía 'María Salvaje' | Foto: Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos

Y así, durante ocho años, la directora sigue y registra la vida de María y su familia. Y las grabaciones, conversaciones, encuentros y un sinfín de vivencias se terminan por convertir en María Salvaje, un trabajo en el que la inocencia de la niña se pierde para darle paso a una adolescente que busca un lugar en una sociedad que parece negárselo.

Sobre su cambiante definición y valoración de la palabra salvaje, la directora Liliana Sayuri Matsuyama Hoyos concluye: “Salvaje ha sido una idea con la que se ha discriminado y señalado a los pueblos indígenas, en contraposición a la “civilización”. Cuando llegué a Puerto Carreño sentía que era incorrecto usar una palabra como “salvaje”, pero con el tiempo llegué a encontrarle sentido. Especialmente en el caso de María y su familia, entendí que ella tenía un espíritu salvaje, libre, de mujer, indomable, nómada y que además esa rebeldía los había mantenido como un clan con identidad y dignidad, en medio de un contexto de discriminación visceral contra los indígenas Amorúa. Salvaje, en su sentido negativo como falta de raciocinio y sentimientos, serían más bien los hombres que abusan de las niñas y jóvenes indígenas”.