Varios hitos políticos marcaron a Colombia este 2022: la llegada al poder de un gobierno de izquierda, el debilitamiento del uribismo y de la oposición política, y hechos en materia de memoria, como la presentación del Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad.
A las publicaciones que desde hace mucho tiempo han intentado producir sentidos sobre nuestro pasado, explicar las causas de la violencia, retratar a los victimarios y amplificar la voz de las víctimas, se sumó una producción que busca analizar el presente, explicar los cambios suscitados por estos hitos políticos y plantear, también, la incertidumbre por los tiempos venideros.
Si bien el acontecer político y la producción editorial van a ritmos distintos, ambos se nutren e interpelan: los libros nos ayudan a darle sentido al vértigo de los acontecimientos; los acontecimientos retan los presupuestos sobre los que hemos construido nuestras ideas de democracia, nación e identidad, entre otros temas.
Memoria sobre el conflicto armado
La paz y la guerra, temas centrales de gran parte de la producción académica, literaria y artística de Colombia en las últimas décadas siguieron propiciando nuevas publicaciones, muchas basadas en los resultados de la ‘paz’ o como parte de los procesos de construcción de memoria, pero inscribiéndose al mismo tiempo en las dinámicas de actualidad de la agenda pública.
El Informe Final de la Comisión de la Verdad es en sí un hecho político, al ser recibido por el nuevo presidente, quien se comprometió a implementar sus recomendaciones, y es una relevante novedad bibliográfica compuesta por 11 tomos y 24 volúmenes: pese a no salir impreso (aún), muchas iniciativas ciudadanas están reproduciendo apartes de este trabajo de memoria y verdad que fue declarado bien público.
“De todos los informes y estudios de violencia y memoria que se han hecho, es tal vez el más contundente porque es el resultado de un proceso de negociación de paz que pide, reconoce y exige que se hagan un relato y una narración de lo que pasó, de quiénes fueron los afectados y quiénes los responsables”, asegura Patricia Nieto, periodista y directora de la Editorial de la Universidad de Antioquia, quien considera que aún hay mucho trabajo por hacer con el gran acervo de folios, archivos visuales y orales que deja la comisión. El informe y las recomendaciones serán materia prima para la construcción de nuevos relatos, libros y producciones.
Félix Reátegui, experto y consultor en temas de memoria, asegura que el informe generará una tendencia centrífuga: “Usando esa plataforma y acicateados por ella, las distintas regiones o grupos de víctimas, étnicos, de género o de otro tipo, van a querer plantear su memoria en referencia de lo que la comisión ha dicho, sea para apoyarse, para plantear matices o para confrontarla. Esto es lo que viene; para bien y para mal, el informe se convierte en otro surtidor de memorias”.
En este terreno de la memoria, otras publicaciones destacadas y votadas por académicos y expertos para esta edición son las de María Emma Wills, Memorias de paz, memorias de guerra, que aborda desde una narración entre lo personal y lo académico los procesos de memoria como instrumentos fundamentales para el paso de la guerra a la paz y para la construcción de un futuro donde se profundice la democracia.
Por su parte, el libro de Andrés García, El acuerdo por cumplir. Paz y desarrollo rural en Colombia, que había sido publicado en inglés en 2021, se enmarca en las publicaciones académicas de seguimiento de los acuerdos de paz. Es una investigación minuciosa que ahonda, desde una mirada de economía política, la relación entre política rural y violencia, nos recuerda las deudas pendientes del proceso de paz y aborda uno de los grandes temas de discusión actual: la reforma rural integral. Aunque se enfoca en el periodo del gobierno de Santos, puede dar luces a los encargados de formular las políticas públicas sobre este tema que hoy está siendo retomado.
El libro Villarrica en guerra, con reportajes firmados en su mayoría por Stephen Ferry y Tomás Mantilla, con una novedosa apuesta gráfica y de formato (tipo pasquín), también es fundamental para analizar los nuevos fenómenos y conflictos sobre la tenencia de la tierra en Colombia, con reportajes y fotografías históricas de ese 4 de abril de 1955, cuando las Fuerzas Armadas desplegaron operaciones militares en la Colonia Agrícola del Sumapaz cunditolimense para enfrentar al movimiento campesino alzado en armas.
La poética en las voces de las víctimas
La población civil –los colombianos no combatientes, los campesinos, las madres, las mujeres, los niños y las niñas, los pobladores de las zonas donde se desplegó la guerra– fue (y sigue siendo) la más afectada por el conflicto en Colombia: ese parece ser uno de los temas en los que hay más consenso cuando hablamos de nuestro pasado y nuestro presente. Por eso, los relatos que cuentan sus historias, su dolor y su entereza, que amplifican sus voces, son fundamentales para recordar lo que no se debe repetir, lo que no debería volver a pasarle a nadie.
Cuando los pájaros no cantaban, el capítulo testimonial del informe de la Comisión de la Verdad, que presenta los relatos en primera persona de las víctimas, sus dolores y sus hechos con su propia voz, que le da espacio a la poética para comprender el entramado del dolor y las dimensiones de la victimización y deshumanización, se suma a otros libros periodísticos con relatos de las víctimas como La guerra que perdimos, de Juan Miguel Álvarez, ganador del Premio Anagrama de Crónica, o la reedición de Crónicas del paraíso, de Patricia Nieto, que reúne relatos de más de 20 años de periodismo de guerra en Colombia: mucho de lo que sabemos hoy lo contó siempre y primero el periodismo.
“Hay un interés de las editoriales por estos temas. Varias han incorporado en sus catálogos libros que cuentan historias del conflicto, de la violencia y la resistencia y de la transición hacia la paz, esto era inviable hace cinco años; ahora algunas editoriales están republicando libros que circularon regionalmente con pocos lectores y que hoy están teniendo posibilidades”, asegura Nieto.
El presente: la búsqueda de nuevos marcos interpretativos
La discusión pública ha ampliado y diversificado la agenda temática más allá de nuestro sino de guerra: temas como paz total, transición energética, cambio climático, racismo empezaron a alimentar también la agenda editorial, precisamente tratando de llenar de sentido, análisis y de miradas estructurales estas nuevas conversaciones.
Algunas novedades editoriales de este año, como La izquierda al poder en Colombia, de León Valencia, que narra en primera persona momentos históricos de los que el autor fue protagonista para explicar el camino que llevó a la izquierda a triunfar en las pasadas elecciones, o ¿Para dónde va Colombia?, de Gustavo Duncan, una recopilación de columnas de opinión sobre los últimos veinte años de política, intentan abrirse paso entre estas nuevas lecturas. Se podría decir que ambos se enmarcan en una tendencia editorial que empezó desde 2020 a tratar de explicar los clamores de cambio desatados por las movilizaciones masivas de 2019 y continuaron tras la pandemia: los reclamos por una historia diferente (como los libros publicados entre 2020 y 2021 por Hernando Gómez Buendía, Jorge Orlando Melo o Sandra Borda).
La producción sobre estos cambios es aún incipiente, pero se vislumbran novedades editoriales sobre estos temas. Rodrigo Uprimny, investigador de Dejusticia, acepta que ante las nuevas realidades “estamos un poco huérfanos de marcos interpretativos”. Estábamos acostumbrados a las lecturas sobre la famosa paradoja de la excepcionalidad colombiana: “Con los paros, el ascenso de la izquierda legal al poder, el proceso de paz, la persistencia de la violencia –pero de otro tipo–, nos desubicamos un poco y por eso necesitamos nuevos marcos interpretativos para las lecturas sobre Colombia”.
William Ospina, en su colección de ensayos En busca de la Colombia pérdida, nos sugiere, –en relatos en los que concatena con su riqueza de prosa la historia con el presente y en los que aborda las complejidades identitarias, culturales y políticas del país–, que Colombia ha visto “derrumbarse las sucesivas versiones de sí misma que le había permitido articular la historia”. Por esto, agrega, es urgente un nuevo relato nacional y una nueva manera de ejercer la democracia: “es hora de la memoria. Es hora del territorio. Es la hora de los saberes mestizos. Es la hora de las grandes tareas éticas y estéticas”.
De este 2022 de cambios, que trajo a la mesa debates renovados, hay aún pendientes nuevas miradas, nuevas lecturas, unas mucho más diversas que nos revelen una identidad más rica, más territorial, más racial y que nos inscriban en un mundo en el que ya no somos “excepcionales”.