En 2007 el gran amor de mi vida hasta aquel entonces me dejó por otro hombre, pero con suerte uno de los compañeros de apartamento que tendría que tener para ayudarme con los gastos, fue un italiano encantador que más de una década después ganaría el premio Pulitzer de periodismo en la categoría de fotografía. Perder a un gran amor que pagaba mucho más de la mitad de los gastos se compensaría con el sabor que ahora tengo de haber compartido baño, cocina y tabaco con alguien que ha alcanzado la cúspide en su campo. Desde 2008 hasta ahora he convivido con una veintena de roomies como los llaman en México, algunos de los cuales han tenido exitosas carreras en este jodido y competido mundo, pero ninguno lo ha logrado como Lorenzo Tugnoli, nativo de Lugo, región de Emilia Romaña, provincia de Rávena, a 46 kilómetros de la ciudad de Boloña.

Foto: Lorenzo Tugnoli Aún conservo su e-mail de presentación: “Soy italiano de 29 años. Estaré trabajando de asistente de un fotógrafo hasta abril”. Lo entrevisté y acepté de inmediato porque fue el único candidato que mostró determinación y yo tenía que pagar pronto el arriendo. Por sus rutinas resultaba imposible predecir que la década siguiente aprendería el oficio de reportero de guerra en Afganistán y cubriría los conflictos en Siria, Libia, Líbano y Yemen. Su base es Beirut, y por lo que leí, durante muchos años debió haber vivido en condiciones muy precarias, comido muy mal y arriesgado su vida en incontables ocasiones. Sin embargo, por la vida que llevó en 2008 en este apartamento del aburguesado Bushwick Avenue, East Williamsburg, Brooklyn, NY, no vi en Tugnoli material del extraordinario reportero de guerra que es en la actualidad, también finalista al premio Word Press Photo de 2019. Noté que tenía pocas interacciones con el fotógrafo que asistía, y una vez aquellas terminaron, se quedó unos meses más en la ciudad haciendo poco. No pretendía conquistar las Américas como su paisano de Lugo el geógrafo y cartógrafo Agustín Codazzi en el siglo XIX. No cargaba su cámara en exploraciones intensas por la ciudad ni llegaba al final de la jornada a hablarme de la cantidad de faces and places que había retratado. No. Salía poco de su habitación, dormía como un lirón, frecuentaba a poca gente. Básicamente dormía, leía y fumaba cigarrillos que él mismo enrollaba junto a la ventana. No se quejaba de la carencia de conexión inalámbrica al internet. Se conformaba con la que encontraba a veces sí y otras no de redes vecinas. No comía carne. No compraba comida preparada en la calle; siempre cocinaba vegetariano y por cierto muy delicioso.

Foto: Lorenzo Tugnoli Un día felicité a Lorenzo por una comida que compartió y comenté como dicen en algunos círculos europeístas de Medellín, mi provincial ciudad de origen: “esto es un boccato di cardinali”. ¿Conoces la expresión italiana?, pregunté. What! No, I don’t.  Resultó ser un argentinismo adoptado por los argentinólogos de Medellín. Alguna vez la madre de Lorenzo pasó de visita, pero no la conocí. Al llegar del trabajo me esperaban los restos de un banquete preparado por ella, el cual por fortuna incluía carne. Había vivido en Argentina, contó Lorenzo, hablaba español y le gustaron los libros en mis estanterías. ¿Qué hace acá este figlio di puttana todo el día?, a veces me preguntaba. ¡Por qué no se va para la puttana calle! Permanecía allí cocinando sus tres comidas y liando sus cigarrillos. En retrospectiva, comparado con la cantidad de sporcos y disorganizzatas con los que he compartido, Lorenzo era todo un gladiador de la limpieza. Tenía iniciativa en limpiar las áreas comunes y no dejaba ni una pestaña en el lavamanos ni un resto de berenjena en la cocina.

Foto: Lorenzo Tugnoli Las últimas semanas de nuestra convivencia le cayó literalmente del cielo una hermosa inglesa, azafata y bailarina aficionada, que a veces dormía bajo nuestro techo, en su cama. Hayley era, como decirlo sin enfadar al movimiento ‘me too’: un biscotti, un cannoli, un bombolone, un tiramisú. Una de las pocas situaciones incómodas entre nosotros se dio un poco antes de su partida cuando ella estaba presente. Había un buen candidato para mostrarle la habitación y debía hacerlo un sábado antes de irme al trabajo a las 11:30 a.m. Dejé sobre la mesa una nota la noche anterior, le mandé un emilio a las 10:30 a.m., le marqué a su celular poco antes de la hora de la visita. Esperé lo que más pude, pero no despertaba la pareja del mar Adriático y los Midlands ingleses. Con el visitante en la puerta del apartamento, toqué la de Lorenzo: él reaccionó sobresaltado y la azafata estupefacta. Ninguna explicación sirvió para los tres y el candidato alemán prefirió marcharse y no volver, mientras que la pareja se encerró a seguir hibernando. A los pocos días Tugnoli y yo nos despedimos con un abrazo fuerte. Solo un e-mail intercambiamos a los pocos meses y luego le perdí totalmente la pista. Hasta que me quedé con la boca abierta y el corazón feliz cuando vi su nombre entre los ganadores del prestigioso Pulitzer en 2019 por su trabajo por encargo para The Washington Post. Ahora rastreo sobre su vida pasada y me entero de la tenacidad de su labor. No se formó en la academia sino con otros fotógrafos en el campo de batalla, del dolor, en medio de los numerosos conflictos del Medio Oriente.

Foto: Lorenzo Tugnoli El acta del jurado del premio Pulitzer a fotografía dice así: “Por una brillante narración fotográfica de la trágica hambruna en Yemen, mostrada a través de imágenes en las que la belleza y la calma se entrelazan con la devastación”. Sobre el trabajo ganador Lorenzo dijo en una entrevista con la revista British Journal of Photography: “The Washington Post tuvo una importante mano en esto, creando una edición que incluyera fotos que son más poéticas junto a las más espantosas, y es esencial balancear estos dos aspectos. Puede ser un reto: es difícil encontrar el equilibrio entre una imagen que solo quiere conmocionar y la que quiere contar la historia de una manera más delicada. Trato de narrar la historia y comunicar la urgencia y la tragedia, y al mismo tiempo mostrar a las personas de una manera respetuosa”. Y esto dijo mi ex compañero de apartamento en una entrevista con The Leica camara Blog: “Tenemos que recordar que el hambre no es un desastre natural en Yemen. Lo que ocurre es una hambruna causada por el hombre, porque parte del país fue bloqueado y la moneda se desplomó. La pobreza y la hambruna han sido utilizadas por ambas partes como una herramienta de guerra”.

Lorenzo Tugnoli. Foto: Archivo particular Ambas partes son los guerrilleros al norte apoyados por Irán y los combatientes del sur apoyados por Arabia Saudita, cuyo príncipe Mohammed bin Salman, al parecer fue comprometido con la orden de ejecutar y descuartizar al periodista disidente Jamal Khashoggi de The Washington Post en la embajada árabe en Estambul el 2 de octubre de 2018. Antes de venir a la ceremonia para recoger el premio le solicité a Lorenzo Tugnoli amistad en Facebook. Aceptó de inmediato y sugerí reencontrarnos y tomar un café y fumar como en los viejos tiempos. Con razón respondió que iba estar extremadamente ocupado pero que tal vez después en otra visita a NY. Lo mejor que puedo hacer ahora es recobrar el tiempo perdido, escribir sobre él y quizás comerme un postre italiano en su memoria. Por audio del Messenger de Facebook me respondí algunas preguntas. “No soy un reportero de guerra, soy un fotógrafo. Luego de marcharme de Nueva York viví en Londres con Hayley un año y después me mudé a Kabul, a Afganistán. En ese momento empecé a trabajar profesionalmente: había pocos fotógrafos y muchos medios buscando fotógrafos. Ahí empecé a trabajar con el Washington Post y con organizaciones como la ONU”.

Foto: Lorenzo Tugnoli Dice que vivir en Kabul fue uno de los hitos de su carrera porque en 2010 había mucho interés en el país sobre todo porque las tropas estadounidenses todavía estaban allá. El interés decayó cuando el grueso de las tropas se empezó a marchar. Dejó Kabul en 2015 y se fue a Beirut, su base en la actualidad. “Nueva York fue muy importante para mi formación porque conocí a muchos fotógrafos y editores importantes. Eso me ayudó a entrar a la industria y esos contactos me ayudaron cuando fui a Londres y luego a Kabul. Tengo buenos recuerdos de ese apartamento y de mi búsqueda profesional de entonces”. Brooklyn, NY.