A pesar de haber publicado la primera novela de James Baldwin, Ve y dilo en la montaña, la editorial Alfred A. Knopf rechazó la siguiente. Al recibir el manuscrito de El cuarto de Giovanni en 1955, el editor Henry Carlisle lo consideró un fracaso y le dijo a Baldwin que la publicación de la novela dañaría la reputación del autor.
Aunque Carlisle insistió en que el rechazo no tenía nada que ver con el contenido del libro, Baldwin estaba convencido de lo contrario. Knopf, pensaba, no quería una historia de amor homosexual entre un expatriado americano blanco que vivía en París y un camarero italiano, contada por un negro de Harlem.
Cuando El cuarto de Giovanni fue finalmente publicada por Dial Press en 1956, la recepción fue desigual. La novela fue criticada tanto por su homosexualidad como por no centrarse explícitamente, como se esperaba de Baldwin, en la lucha de la América negra.
Aquí, en cambio, se encontraba la historia de David, el narrador, quien, observando su reflejo en el cristal de una ventana, le dice al lector:
“Mi cara es como cualquier cara que han visto muchas veces. Mis ancestros conquistaron un continente, avanzaron por llanuras cargadas de muertos hasta que llegaron a un océano que le daba la espalda a Europa, a un pasado más oscuro”.
En esta novela, Baldwin se interesa por el privilegio que supone la blancura de David y la consiguiente creencia de que sus propias necesidades y deseos superan naturalmente a los de quienes le rodean.
La novela también analiza lo que significa ser queer cuando la homosexualidad es tan cruelmente castigada por la sociedad que el castigo se interioriza, se autoinflige. ¿Qué significa, se pregunta Baldwin, ser inaceptable para uno mismo?
Casi 70 años después de su publicación, El cuarto de Giovanni está considerada, con razón, una de las grandes novelas del siglo XX. Es un libro que habla de las formas que adopta el amor y que pueden ser difíciles de soportar, y de que conocerse a uno mismo adecuadamente también puede ser difícil de soportar.
Trata de la incapacidad de enfrentarse a los propios deseos y de las cosas terribles que el miedo nos obligará a hacer si nos alejamos de nosotros mismos y de los demás para escapar de él.
Lenguaje perfeccionado en el púlpito
En las primeras páginas, nos enteramos de que la prometida de David, Hella, regresa a América, de que el personaje del título, Giovanni, ha sido condenado a muerte –no se nos dice por qué delito– y espera la guillotina, y de que nos encontramos con David en la peor mañana de su vida. Gran parte de lo que sigue ocurre en flashback, mientras David intenta dar sentido a su relación con Giovanni, a su amor y su dolor, y al momento en el que se torcieron las cosas.
El escritor Colm Tóibín, hablando de El cuarto de Giovanni en The New Yorker, describió a Baldwin como “el mayor estilista de la prosa americana de su generación”. La novela es, en efecto, un objeto de asombrosa belleza. La prosa de Baldwin tiene la rara cualidad de transmitir sentimientos sin dejar de ser deslumbrantemente expresiva, un lenguaje a la vez natural y elegante.
En su primera recopilación de ensayos, Notas de un hijo nativo, Baldwin especulaba con que su estilo se generaba por una mezcla de “la Biblia del Rey Jacobo, la retórica de la iglesia, algo irónico y violento y perpetuamente subestimado en el habla negra, y algo del amor de Dickens por el ingenio bravucón”.
De adolescente, Baldwin, como su padre, se convirtió en un predicador de éxito. En su magistral ensayo autobiográfico, Carta desde una región de mi mente, Baldwin escribe que esta nueva vocación, en la que era extraordinariamente hábil, “significaba que había horas e incluso días enteros en los que no podía ser interrumpido, ni siquiera por mi padre. Le había inmovilizado. Tardé bastante más en darme cuenta de que yo también me había inmovilizado a mí mismo y había escapado de la nada”.
Esta capacidad que Baldwin desarrolló en el púlpito –el poder de persuadir, de animar, de elevar, de condenar con el lenguaje– inviste El cuarto de Giovanni de una resonante fuerza metafísica, recordándonos el esplendor moral y estético que sigue estando disponible a pesar de nuestras fragilidades humanas.
Esto se entrelaza con la profunda e incapacitante ansiedad que acompaña a la revelación de que uno se ha vuelto exquisitamente elocuente simplemente para evitar enfrentarse a una verdad difícil.
David lo admite mientras reflexiona sobre la historia que está a punto de contar:
“Ahora pienso que si hubiese tenido algún indicio de que la persona que iba a encontrar resultaría ser la misma persona de la que llevaba tanto tiempo huyendo, me habría quedado en mi casa”.
La narración de David es tanto un ejercicio de autoengaño como de autodescubrimiento. Conoce por primera vez al italiano en un bar gay de París, y pasan rápidamente de acostarse juntos a vivir juntos en el destartalado y estrecho apartamento de Giovanni. Él es encantador, guapo y, tras invitar a David a beber vino blanco y comer ostras al sol de la mañana parisina, representa las maravillas de Europa, sus alicientes y sus rarezas.
Ofrece a David una vía de escape, la posibilidad de liberarse del peso del destino americano, pero también evoca en él el terror, llamando su atención sobre sus muchas e irreconciliables contradicciones, como americano a la vez repelido y cautivado por su país de origen, y como homosexual petrificado por su atracción hacia los hombres.
En este tumultuoso apego, David sólo se ve a sí mismo, la magnitud de sus propios sentimientos reduce a Giovanni a un instrumento de placer y autodesprecio, oscureciendo la personalidad de su amante.
Paradojas
Baldwin, nacido en Harlem hace 100 años, se trasladó de Nueva York a París en 1948, con sólo 24 años.
Lo hizo, en parte, para escapar del opresivo racismo estadounidense y para tener libertad creativa. A pesar de llegar a Francia con sólo cuarenta dólares, encontró el espacio y la atmósfera que necesitaba para escribir los libros que lanzaron su reputación –Ve y dilo en la montaña y Notas de un hijo nativo– y gran parte de El cuarto de Giovanni.
En El cuarto de Giovanni, Estados Unidos aparece como una entidad inminente e imposible de ignorar, un monstruo del que se puede huir pero al que nunca se puede dejar atrás. Al igual que Baldwin deseaba salir de Estados Unidos, David teme volver a este país. Para sobrevivir en el extranjero, David depende del dinero que le envía su padre, pero las peticiones cada vez más desesperadas de éste para que su hijo vuelva a casa hacen que David piense “en sedimentos en el fondo de un estanque estancado”.
Sin embargo, mientras está de juerga con Giovanni, mareado por la grandeza de París, le asalta una nostalgia abrumadora y el deseo de regresar
“a mi casa, mi verdadero hogar, al otro lado del océano, a las cosas y a las personas a las que conocía y entendía, a aquellas cosas, aquellos lugares y aquellas personas a las que siempre, irremediablemente y pese a cualquier posible amargura de espíritu, amaría por encima de todo”.
Baldwin volvió durante toda su vida a la tensión que provocaban esta atracción y repulsión simultáneas por América, con Francia como una alternativa que era, inevitablemente, a la vez maravillosa y decepcionante.
En 1957, Baldwin regresó a Estados Unidos (más tarde dividiría su tiempo entre Francia y América). En una entrevista de 1962, dijo que, a pesar de los muchos problemas a los que se enfrentaba Francia, la gente poseía “una cierta grandeza y una cierta libertad que son muy difíciles de encontrar aquí [en Estados Unidos]”.
En otra parte, Baldwin señala que la leyenda de París como ciudad del romance y la libertad “está limitada, como están limitadas las leyendas, por ser –literalmente– invivible, y por referirse al pasado”.
Esta paradoja –el París de la fantasía y el París de la realidad son a la vez irreconciliables e inextricables– ocupa un lugar central en la novela, y sirve de marco a una historia de paradojas.
David es un cobarde con una magnífica capacidad para articular su propia cobardía, pero una inmovilizadora incapacidad para deshacer el daño que causa. Relata el enorme sufrimiento que ha infligido, pero nunca es capaz de escapar a la idea de que se trata de su tragedia, en lugar de la tragedia de aquellos que le querían.
El aplazamiento y la indecisión de David, resultado de su incapacidad para reconocer las necesidades de Hella o de Giovanni, finalmente causa su ruina.
El cuarto de Giovanni es una novela intimista, tanto por la profundidad de los sentimientos que despiertan sus personajes como por su profundo conocimiento de cómo tan a menudo, cuando se nos pide que demos testimonio de nosotros mismos y de nuestra capacidad para herir a quienes amamos, nos apartamos.
*Adjunct Lecturer, University of Sydney
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