Ha pasado año y medio prácticamente sin pisar la calle por las amenazas de muerte que recibió a causa de su desinhibido discurso contra el islam. Ahora, Mila, una francesa de 18 años, defiende su “verdad” contra el “oscurantismo”.

La historia de la joven suscita un torbellino de pasiones en torno al derecho a blasfemar y las presiones que ejerce el islam radical, alimentado por el libro que ha publicado y varios procesos judiciales, como el que se celebrará el lunes en París contra 13 personas acusadas de haberla acosado por internet.

El “caso Mila” empezó de repente, como tantos otros en las redes sociales.

En Instagram, Mila, una joven de ojos azules, corpulenta y con el pelo tintado y medio rapado, se dedicaba a cantar, a hablar de maquillaje... pero con una audiencia bastante limitada.

Pero el 18 de enero de 2020, a la adolescente, de 16 años en aquel entonces y que se declara “pansexual”, es decir, indiferente al género o al sexo de sus parejas, le preguntaron: ¿tienes alguna “preferencia por las blancas, las árabes, las negras”?

“Simplemente, respondo que las árabes y las negras no son especialmente mi tipo y que no me atraen físicamente”, explica Mila en su libro.

Eso dio lugar a que un chico, que llevaba tiempo intentando ligar con ella de forma bastante “pesada”, la insultara “en nombre de Alá”.

Ante el ataque, Mila decidió cortar el video que estaba haciendo, pero eso no impidió que empezara a recibir las primeras “amenazas de muerte y de violación, de nuevo, en nombre del islam”.

“Que se muera”

“Se me heló la sangre”, explica. Volvió a empezar un video y contestó, sin rodeos: “el islam es una mierda [...] A vuestra religión, a vuestro Dios, yo le meto un dedo por el culo, gracias y adiós”.

La vida de Mila se volvió un “infierno” con el abanico de insultos y de ataques violentos, a menudo anónimos, que empezó a recibir: “Que se muera”, “te mereces que te degüellen”.

El torrente de odio fue tal que se vio obligada a recibir protección policial y a dejar la escuela, pues ningún establecimiento la quería en sus aulas.

Ahora, para pasar desapercibida las pocas veces que sale de casa, se atavía con ropa que hace que parezca una “mosca”, pese a que lo que “quiere” es “vivir libre”, según declaró hace poco a la cadena de televisión LCI.

El peligro parece constante: durante un viaje de estudios a Malta el año pasado, un chico que se encontró allí de vacaciones la reconoció y la amenazó de muerte y de violación, antes de ser detenido y condenado allí mismo.

Frente a las amenazas, la joven ha decidido erigirse en baluarte del combate universal por la libertad de expresión.

Su familia es de tradición atea y a Mila le parece estar viviendo una época tóxica: “ya no tenemos derecho a burlarnos, a criticar o a insultar las religiones, ni siquiera cuando son intolerantes, sexistas u homófobas”.

“Blasfemia”

A Mila no le van los eufemismos y prefiere ir directa al grano. Insulta a quienes van a por ella y echa mano de una antífrasis muy empleada por la ultraderecha, que designa irónicamente al islam como una “religión de amor y de paz”.

Y a quienes la acusan de “atizar el odio” o de “provocar”, Mila, con quien la AFP intentó contactar, en vano, les pide que no “inviertan la carga de la prueba”. “Me agreden y me defiendo”, suelta, tajante, en su libro.

Buena parte de la clase política francesa la defiende. “La ley es clara: tenemos derecho a blasfemar, a criticar, a caricaturizar las regiones”, sostuvo el presidente galo, Emmanuel Macron, en febrero de 2020 para apoyarla.

Un respaldo insuficiente, según Mila, que ve en Francia un país “frágil y cobarde”.

Frente a una “generación de repliegue identitario”, Mila prefiere hacer de la libertad bandera en las redes sociales, su infierno y su paraíso. Las redes “atontan a mi generación”, mientras que el acoso “es uno de los principales fondos de comercio” de Twitter, denuncia.

Pero nada le gusta tanto como utilizarlas para manifestar su opinión sin ambages, responder o burlarse de sus detractores, y publicar fotos suyas, en ocasiones, desnuda.

“Busco un poco a la gente, los desenmascaro”, afirma. Tras esta juventud “arruinada”, lo peor sería “morir una segunda vez” por el silencio. O una tercera: en cinco años, Mila se ve “quizá quemada en gran parte, quizá sin una pierna, quizá muerta. No necesariamente seguiré con vida”.