Cuando el muro de Berlín cayó, en 1989, se creyó que esto desencadenaría un efecto dominó y que tras él se derribarían otros similares. Pero no fue así. Hoy todavía barrios católicos y protestantes de Belfast están divididos por una pared; 250 kilómetros de cercas eléctricas, minas y un fuerte despliegue militar impiden el contacto entre habitantes de Corea del Sur y del Norte; en Nicosia, la capital de Chipre, barricadas y costales de arena marcan el límite entre la parte controlada por Turquía y el resto de la isla. A estos muros, que ya existían en 1989, se sumaron en la última década el que levantó Estados Unidos a lo largo de su frontera con México para contener a los inmigrantes de este país y el que Israel construyó en Cisjordania argumentando que era necesario para protegerse de los ataques de algunos palestinos.Alexandra Novosseloff y Frank Neisse son dos politólogos que en 2001, frente al muro de 2.170 kilómetros que construyó Marruecos para proteger el territorio que ocupa en el Sahara de las incursiones del Frente Polisario, decidieron contar, con fotos y relatos, la historia de esta y otras siete fronteras casi infranqueables. "Frank trabajaba para Minurso, la misión de las Naciones Unidas en el Sahara Occidental. Al ver ese muro pensamos en que no era el único y que esto contradecía de frente el diagnóstico del mundo que nos pintaron cuando cayó el de Berlín", recuerda Novosseloff, quien también es asesora del gobierno francés en temas de conflictos a nivel internacional.El resultado de su trabajo fue un libro -editado en Colombia por la red de universidades Alma Máter- y una exposición que se estrenó en Ginebra, en el Museo de la Cruz Roja, en septiembre de 2008 y que desde entonces ha recorrido el mundo. A Colombia llega gracias a la Alianza Francesa de Medellín, lugar donde se podrá visitar hasta el 21 de mayo. En su recorrido les llamó la atención que en casi todos los casos los muros separaban poblaciones con mucho en común. Sin recato, afirman que todos estos muros son injustos y fruto del fracaso de la política, y que los sostiene, según Novosseloff, "la falta de confianza, de diálogo y de entendimiento". Constataron, eso sí, que por más lazos que haya entre la población de ambos lados, los muros terminan por extenderse a la mente de las personas. Esto lo vieron en Chipre, muro que, de todos, es el que parecía que caería más pronto. Novosseloff explica que si esto no ha ocurrido es porque "este y otros muros ya se han convertido en algo mental, la barrera existe en la cabeza de las personas y esa es el más difícil de derribar". Algo similar pasa en Belfast, donde las "líneas de paz" separan a católicos y protestantes desde 1969. "En Irlanda hay una amplia mayoría que quiere que esos muros caigan, pero si se le pregunta a la gente si quisieran que esos muros se derribaran ya mismo, entonces reculan, dicen: 'No, tampoco tan rápido'". Otra pregunta aquí es por qué, en la era de la información, todavía el alambre de púas y el concreto son utilizados para aislar pueblos. Novosseloff atribuye esto a que "los ladrillos y el alambre son más visibles. Los gobiernos construyen muros para demostrarles a sus ciudadanos que están afrontando los problemas de seguridad que los aquejan y quieren hacer esto visible. La tecnología solo entra en escena cuando se trata de mostrarse políticamente correctos".Para Pierre Hupet, profesor de Política y Relaciones Internacionales en la Universidad de Antioquia, los muros buscan a corto plazo la protección de una población y nunca son resultado de una decisión bilateral. Luego, a mediano plazo, buscan separar. "Una separación física que permite la reorganización de la sociedad de ambos lados. Ahí empieza el peligro". Por último, pretenden una ventaja que generalmente es territorial, aunque no siempre. "Es una ganancia con frecuencia poco legítima y en contra del Derecho Internacional. Resulta de una situación de emergencia. Y eso crea resentimiento".Pero sin duda la cuestión de fondo está en la paradoja de un mundo cada vez más conectado en lo virtual, pero con naciones y pueblos que impiden la circulación física de las personas. Sobre esto, Novosseloff cree que es la misma globalización la que está alzando esos muros. Y que esta "crea un efecto contrario en esos lugares del mundo que, o no la entienden, o se resisten a aceptar sus efectos". Está convencida de que hay todavía "muchas naciones que se empeñan en subrayar su singularidad. Pero, sobre todo, están las que luchan contra miedos globales como el terrorismo o la inmigración, demarcando su territorio y levantando esos muros sin importar que en muchos casos hagan el ridículo".