Hace 50 años hablar de música colombiana era referirse a los pasillos y los bambucos. Tan era así, que cuando las emisoras de la época querían programar ritmos que resaltaban el patriotismo no sonaban cumbias ni vallenatos, sino canciones de Garzón y Collazos, Silva y Villalba o El dueto de antaño. Y en las casas y las cantinas de los pueblos se escuchaban frecuentemente composiciones de músicos como Jorge Villamil.Pero con el paso del tiempo, los ritmos del Caribe y más recientemente del Pacífico la fueron desplazando del imaginario colectivo y de la radio. También tuvieron que ver la llegada de música bailable, el boom de emisoras en FM –que afectaron a las cadenas radiales de AM que pasaban la música tradicional y que con el tiempo desaparecieron–, y el interés por destacar más lo regional, entonces invisibilizado por lo que venía del centro del país. “Todo empezó a cambiar a partir de la década de los ochenta –cuenta Jaime Monsalve, director musical de la Radio Nacional de Colombia–. Y no exactamente la música tropical modificó el gusto de la gente, sino la llegada de música extranjera. Además desaparecieron algunas políticas, como la que obligaba a las emisoras a programar cuotas de música colombiana”.Así la música del interior, también conocida como andina, que abarca ritmos como la guabina, los torbellinos, las danzas, el pasillo y el bambuco, entre otros, se convirtió en un nicho. Quedó en manos de aficionados especializados que coleccionan los discos y asisten a festivales como el del Mono Núñez, en Ginebra, Valle del Cauca. Y aunque fenómenos como el de los Carrangueros de Ráquira en los años ochenta, con Jorge Velosa a la cabeza, hicieron pensar en una nueva era dorada, el género siguió fuera de los reflectores. De hecho, para expertos como Juan Carlos Garay, crítico musical de SEMANA, el último éxito andino a nivel nacional fue La cucharita, en 1981. Como dijo Velosa a esta revista, “algunas veces no se programa música andina porque se sigue pensando equivocadamente que las músicas de cuerda son tristes y nostálgicas”.Puede leer: Los retos del Mono NúñezSin embargo, sus músicos no se han estancado y siguen produciendo. Han evolucionado tanto, que actualmente una generación talentosa le está dando nuevos aires con propuestas novedosas, sobre todo en materia instrumental. Para Eliécer Arenas, profesor de la Universidad Pedagógica, quien lleva investigando la música andina desde hace más de 30 años, “hoy es una de las músicas artísticamente más sólidas, estéticamente más sofisticadas, y más interesantes, llamativas y ricas del panorama colombiano. El problema es que la han rodeado muchos prejuicios”.De hecho, que un grupo como Los Rolling Ruanas, que mezcla carranga con rock, se haya llevado una ovación en Rock al Parque el fin de semana pasado, muestra que se están haciendo cosas nuevas. Y como ellos hay otros artistas que, aunque no son tan conocidos, también tienen propuestas interesantes: se trata de bandas como el Quinteto Leopoldo Federico, que acaba de publicar un disco en el que interpreta bambucos con instrumentos de tango; el trío Palos y cuerdas, que ha grabado con saxofonistas de jazz y que alguna vez interpretó sus canciones con guitarra eléctrica; o el trío Nueva Colombia, de Germán Darío Pérez, el precursor que comenzó en los festivales a incluir sonidos más elaborados en su música.Esa nueva generación, sin embargo, no está desligada de la tradición. Sus sonidos surgieron gracias a que interiorizaron la música que escuchaban en la casa cuando eran pequeños y la mezclaron con sonidos del mundo. “Yo estudié cinco años de bandoneón en Buenos Aires, me encanta el tango y soy fan de Piazzola –cuenta Giovanni Parra, director del Quinteto Leopoldo Federico–. Pero también soy bogotano y se me ocurrió imaginarme a la música andina colombiana con los instrumentos del tango. Y no pretendo fusionar géneros, lo que nosotros hacemos es bambuco con otro formato, y no tango”. Algo similar dice Juan Diego Moreno, vocalista de los Rolling Ruanas: “Esta es la música que heredamos de nuestros ancestros, pero para las nuevas generaciones a veces no tiene el mismo significado que tuvo hace unos años. Nosotros tratamos, a través del ‘rock’, de comunicarle mejor esta tradición a los jóvenes”.Le recomendamos: Las universidades también hablan de música colombianaEso se ha sentido en festivales como el Mono Núñez. A pesar de que parte del público y algunos jurados son tradicionalistas y algunas veces no reciben tan bien a las propuestas experimentales, en los últimos dos años han ganado el concurso instrumental grupos como Sankofa Trío, que hace música andina con bajo eléctrico, cuatro y clarinete, o Amaretto Ensamble, que tiene elementos del jazz. “La parte instrumental cada día es más interesante –explica Bernardo Mejía Tascón, director del festival–. Hay fusiones con acordes del ‘jazz’, del ‘rock’, del joropo, y de otros ritmos musicales, pero sin perder las bases melódicas de la música andina”.Otro fenómeno es que los integrantes de la mayoría de esos grupos son jóvenes. Eso también tiene que ver con que la academia ha jugado un papel importante para mantener viva la música andina. “Ellos le están apostando con propuestas interesantes que no se quedan en música de conservatorio, sino que van más allá”, cuenta Pía Burgos, gestora cultural que impulsa el género. Actualmente varias universidades del país –como la Javeriana, el Bosque, la Distrital, la Pedagógica o la UIS– tienen maestrías en tiple, bandola, música colombiana o música latinoamericana, y llevan varios años profesionalizando a los músicos, que en los inicios del género eran empíricos.Le sugerimos: Todavía se puede disfrutar el Petronio ÁlvarezEsos semilleros ya están dando frutos, aunque hace falta más difusión en los medios masivos y el público general. Porque así como muchos sienten como propia la cumbia, el vallenato y la música del Pacífico (con ChoQuibTown o Herencia de Timbiquí a la cabeza), lo mismo debería suceder con los bambucos, los pasillos y la carranga que hacen los grupos de hoy. Porque, al contrario de lo que muchos creen, la música andina está más viva que nunca.