George Steiner Necesidad de música Grano de Sal, 2019 280 páginas No es una casualidad que el último libro que publicó George Steiner, su testamento intelectual si se quiere, haya sido sobre la música. La música está presente en sus escritos e hizo parte esencial de su vida: “Mi incapacidad para cantar o tocar un instrumento me resulta humillante. Pero la música consigue ‘sacarme de mi mismo’, o más exactamente, me ofrece una compañía mejor que la propia”. Para Steiner, no hay un solo ser humano en el planeta que no tenga una relación con la música. La música, en forma de canto o de ejecución instrumental, parece ser verdaderamente universal. Es el lenguaje fundamental para comunicar sentimientos y significados: “La mayor parte de la humanidad no lee libros. Pero canta y danza”. Este libro reúne sus ensayos sobre música, dispersos en varias publicaciones y la mayoría de ellos inéditos en español. Por cierto, un trabajo impecable de Rafael Vargas y de la editorial independiente mexicana Grano de Sal. La primera parte contiene textos para melómanos: artículos publicados en revistas especializadas, notas para un concierto o una obra. La tercera, comentarios sobre libros, compositores e intérpretes. Y en el medio, a mi juicio la sección más interesante, en la que Steiner se pregunta por los orígenes y el misterio de la música. “El misterio supremo de las ciencias del hombre”, decía Claude Lévi-Strauss, una afirmación que a él siempre lo desveló. Libros recomendados de George Steiner:
¿Por qué razón, se pregunta Steiner, los tres mitos más antiguos sobre los orígenes de la música son tan brutales y sangrientos? En el primero, Marsias, un sátiro experto en tocar el aulós –una especie de flauta de pan doble– desafía a Apolo a una competencia musical. Apolo toca la lira, Marsias pierde y es desollado vivo. El segundo, es el de Ulises y las sirenas. Mujeres pez, mujeres a medias, mujeres que cantan y cuyo canto es tan maravilloso que uno se acerca a ellas y lo descuartizan vivo. El tercero, por supuesto, es el de Orfeo. “No tendríamos la cultura occidental –el arte, la música, el ballet, la poesía– sin el descenso de Orfeo al inframundo. Es la leyenda primordial de nuestra conciencia occidental”. Steiner no entra en detalle en la relación entre Orfeo y Eurídice, lo que le interesa es el final aterrador de la historia. Orfeo regresa del lugar de los muertos lleno de pesar por la muerte de Eurídice y cuando canta su tristeza con su lira, una multitud de mujeres salvajes –ménades, bacantes– sale del bosque y lo descuartiza. Su cabeza flota en la corriente del río y continúa cantando. Un episodio cumbre de la literatura que ha dado lugar a infinitas versiones de las cuales se destaca Sonetos a Orfeo, de Rilke: “Es imposible detener el canto”. Contrario a lo que se cree, en los comienzos de la música no hay perdón, felicidad y reconciliación, más bien algo profundamente salvaje y ambiguo, más allá del bien y del mal. Por eso, los tiranos y los déspotas –Platón, Lenin–, desconfiaban de la música, de su fuerza anárquica, ingobernable. De la ambigüedad de la música da fe la novena sinfonía de Beethoven, que fue usada por los nazis en su manipuladora política cultural, por los comunistas como símbolo de liberación y es el himno oficial de las Naciones Unidas y del Consejo Europeo. La música carece de sentido, pero está cargada de significado, esa es su gran paradoja: “Puede ayudar a curar una mente afligida o puede enardecerla”. “Estamos hartos de las palabras, de las mentiras y las crueldades que transmiten. La música puede expresar mentiras –ahí tenemos a la Reina de la Noche, en ‘Die Zauberflöte’, o al Mime, de Wagner, en ‘Der Ring des Nibelungen’-, pero no miente por sí misma, no falsifica, como puede hacerlo el lenguaje”. Ante la decadencia de la religión, la música viene a llenar la necesidad de trascendencia que tenemos los seres humanos, por no decir que es la trascendencia misma, como creía Schopenhauer y que Steiner suscribe: “Si nuestro mundo terminara, la música continuaría”.