Con giros tan inesperados que un guionista de televisión no osaría imaginar por temor a ser tildado de loco, la historia Secuestro del vuelo 601 llega esta semana a las pantallas de Colombia y del mundo entero, y promete dar de qué hablar. Porque, por más absurda que resulte la historia, sucedió, y para contarla y hacerla volar como televisión cautivante, sus creadores mezclaron con inteligencia sus muchos tonos e ingredientes.
La improbable y tensa seguidilla de sucesos que inspiró la producción tuvo lugar en mayo de 1973, cuando un vuelo de SAM salió de la ciudad de Cali y luego de su paso por Pereira, con 84 pasajeros a bordo, cayó preso de dos secuestradores, cuyos motivos y orígenes resultaban poco claros. El secuestro vio a los perpetradores obligar al piloto a buscar Aruba (no Cuba, como tantas veces sucedió en los setenta, por cuenta de guerrillas y revolucionarios) como destino.
Pero, ante la imposibilidad de llegar, por múltiples motivos, se vieron forzados a sobrevolar muchos destinos y hacer varias paradas en el proceso, con decenas de personas presas de un abrasador calor y de la zozobra emocional y física. El siniestro solo concluyó 55 horas después, sin víctimas mortales (excepto por decenas de pollitos inocentes), pero con unos cuantos hechos por contar nada menos que increíbles. Y estos se hilvanan hábilmente, entre la realidad y la ficción, entre el drama y el thriller, en la miniserie de seis episodios que Netflix estrena el miércoles 10 de abril en su plataforma.
No es exagerado decir que esta producción es una gran apuesta del servicio de streaming, dimensionable en el esfuerzo de producción que implicó, con actores de primer nivel, con sets enormes y con secuencias complicadas de realizar. Por eso, sus productores (Miracol) acudieron a dos creadores probados: Camilo Prince y Pablo González, una dupla creativa que por cuestiones de la vida, no por elección premeditada, como le dijeron a esta revista, han hecho carrera en series que nacen de episodios de la vida real. En Netflix empezaron con Historia de un crimen: Colmenares, siguieron con la exitosa El robo del siglo y ahora, como siguiendo una progresión natural, lideran su proyecto más ambicioso y exigente.
SEMANA visitó el set de grabación y fue testigo de las muchas dimensiones que implicó el proyecto, presenciando lo conseguido armando ese set que abrumó tanto como inspiró a los participantes y protagonistas.
En ese proceso, esta revista tuvo la oportunidad de hablar con los dos talentosos creadores y con los protagonistas, Mónica Lopera, en la piel de la azafata y madre Edilma Pérez, y Christian Tappan, en el rol del capitán Lucena (acompañados en la serie por veteranos como Enrique Carriazo y Marcela Benjumea). Ambos confesaron que esta ha sido la producción más exigente de la que han formado parte, un hecho del que, lejos de quejarse, agradecen.
Sobre el origen del proyecto, Prince cuenta que tomaron de piedra angular el libro Los condenados del aire. El viaje a la utopía de los aeropiratas del Caribe, de Massimo Di Ricco, publicado en 2020, en el que el autor recopiló toda la información que había y reconstruyó los hechos. De ahí partieron para investigar sobre la época y el contexto social de los secuestros aéreos. También cuenta que tuvieron la fortuna de hablar dos días con las dos azafatas que vivieron el episodio, sobre sus vidas y lo que vivieron durante y después del secuestro. “Eso nos dio una mirada todavía más humana y cercana a lo que se vivió”, asegura Prince. Y claro, sumaron un trabajo arduo de hemeroteca, compilando toda la información que se publicó. “Es un proceso bastante exhaustivo. Este es el cuarto o quinto proyecto de este tipo que hacemos, y en nuestro proceso le invertimos entre seis y 12 meses al desarrollo y la investigación”.
Esa lectura del libro y esa charla con las azafatas fue clave para darle dirección a la historia. Porque, en un principio, a Prince y a González les llamó la atención el hecho de que “dos mujeres, Edilma Pérez y María Eugenia Gallo, dos azafatas, decidieron subirse voluntariamente al avión, y una de ellas tenía cinco hijos”, dijo González. Ese hecho estructuró la serie, porque Edilma se volvió el personaje principal y la columna vertebral desde la cual se construyó la historia, una que “es muy coral, pero que tiene esa línea central de la protagonista”, añade.
A la hora de escribir su guion, que tiene una perspectiva femenina marcada, los showrunners sumaron voces femeninas, tanto en el trabajo de guion como en el de la actuación. “Buscamos una escritora que tuviera hijos, con esa mirada de ser madre y tener aspiraciones profesionales, como la que vive la protagonista. Y también fue importante dar con Mónica Lopera, una intérprete que también ha vivido esa experiencia, pues tiene un hijo de siete años. Ella nutrió mucho esta historia con lo que ha vivido”.
Al respecto de los retos que le representó este personaje de una madre que se monta a ese avión sin tener mucha consciencia de la situación, por el amor a sus hijos, porque no puede perder su trabajo, porque está sola en el mundo, y que con el desarrollo de los hechos va tomando las riendas de la macabra situación, Lopera comentó: “No he hecho nada más exigente que este proyecto. Es el que más me ha llevado a mis límites, a conocer mis miedos, de qué soy capaz o no (¡y soy capaz de mucho!). Desde el principio fue un proceso muy complicado, positivamente, pues exigió entender las escenas, la entrega física, sentir el calor en el avión, trabajar con la restricción del movimiento, con los olores, con la ropa pegada... Todo ha sido un reto, pero en beneficio de la historia”.
Qué rescata de su personaje, le pregunta esta revista, y la actriz contesta: “Yo soy mamá y sé lo difícil que es muchas veces poder trabajar y poder ser todo, amiga, esposa, novia, hija, amiga, mamá, profesional, y reconciliar todas las cosas, y que mi personaje lo defienda y luche por ello, ese es su valor más bonito”.
Por su parte, Christian Tappan se metió de lleno en su rol de capitán de vuelo (uno machista y algo misógino, muy de la época) y disfrutó profundamente conocer lo que implicaba ser un piloto en los años setenta, con todo el tema de rangos que representaba y, además, considerando que podía ser más exigente de lo que puede ser hoy, cuando hay más ayudas tecnológicas.
El actor, que ya ha formado parte de series con personajes de la vida real, contó que ya ha interpretado tres personajes basados en la vida real. En El robo del siglo, en Escobar: el patrón del mal y en esta producción. Tappan cuenta que El robo del siglo tuvo algo más de libertad, por lo cual decidió investigar muy profundamente la historia antes que la minucia del hombre real que interpretaba. En esta serie, cuenta, siguió un método parecido.
Sobrellevar este tipo de historias a la pantalla, asegura que hay que tener algo de responsabilidad social en cómo contarlas, pero a la vez ser entretenidos al hacerlo. “Como televidentes, hay que entender que estas series son también algo para entretenerse, y no estar siempre pensando con qué nivel de apología se están pensando las cosas. Los europeos lo tienen solventado. No viven pensando si se cuenta la Segunda Guerra, se cuenta, y no siempre desde la apología. Y desde nuestro lado, nuestra responsabilidad es no distorsionar la historia, que los personajes se mantengan en un límite de ficción permitido por lo que sucedió”, concluye.