Mario Vargas Llosa Tiempos recios Alfaguara, 2019 353 páginas Le sientan muy bien las dictaduras a Mario Vargas Llosa. No solo lo hacen lucir menos derechista: lo rejuvenecen literariamente y le devuelven el furor perdido en los últimos años. En esta última novela, Tiempos recios, sobre el derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz, en Guatemala, revivimos aquel entusiasmo que nos produjeron en su momento Conversación en la catedral y La fiesta del Chivo. El escritor peruano explicaba en una reciente entrevista que su atracción por las dictaduras obedece a que siendo muy niño llegó al poder el dictador Odría y ahí estuvo hasta cuando ya se había convertido en “un hombre hecho y derecho”. Se robó su infancia y su juventud y por eso el tema de los dictadores “se me quedó en el inconsciente”. Suscribo esa interpretación: siempre será mejor escribir con el inconsciente.  

Pero la atracción por el tema es algo anecdótico o de interés biográfico. Lo valioso acá es cómo el novelista consigue apasionarnos y darle relevancia y vigencia a unos hechos históricos ocurridos en una “República Bananera”, en los años cincuenta. Aunque esta expresión peyorativa no aparezca en el libro ni una sola vez, Guatemala funge como tal: “Coronel Díaz, se lo digo de manera muy clara. Usted no es aceptable para los Estados Unidos como Presidente de Guatemala. Usted no puede reemplazar a Árbenz. Se lo digo oficialmente. Si no renuncia, aténgase a las consecuencias”. 

En un país de dictadores, Jacobo Árbenz fue elegido por votación popular, en elecciones libres y con un programa liberal que pretendía, básicamente, una reforma agraria, no expropiando a los terratenientes ni a la poderosa United Fruit, simplemente entregando las tierras baldías de la Nación a los indígenas. Ah, y para financiar la educación –qué pena- cobrarle a la United Fruit un poco de impuestos por primera vez en medio siglo. Algo inaudito para Sam Zemurray, dueño de la compañía bananera quien decidió contratar al publicista y lobista Edward I. Bernays para que convenciera a la opinión pública norteamericana de que Árbenz era un peligroso comunista –en realidad era un admirador de Estados Unidos, país al que quería emular- y Guatemala un bastión de la Unión Soviética. Lo admirable –o lo perverso- de su maquiavélica y exitosa estrategia, consistió en que el objetivo de Bernays para hacer creer dicha ficción no fueron los republicanos sino los demócratas y la prensa liberal y seria como The New York Times y The Washington Post. Desde luego, los tiempos de macartismo y de Guerra Fría abonaban el terreno. Y después dicen que las redes sociales se inventaron las fake news.  La paranoia y la ingenuidad de la opinión y el gobierno norteamericano, en cabeza de la CIA y el Departamento de Estado, desataron una sangrienta represión y caza de brujas: inventaron comunistas donde no los había. La marioneta encargada de llevar a cabo esa infame tarea fue el oscuro coronel Carlos Castillo Armas. Una política errática y torpe que legitimó la lucha guerrillera en América Latina y aplazó cincuenta años la consolidación de la democracia, es la reflexión histórica que abren estos “tiempos recios”. Otra novedad, es la activa participación del dictador Trujillo de República Dominicana en este golpe y en los que siguieron. 

Con maestría, los hechos son contados desde la perspectiva de los protagonistas, no cronológicamente, lo cual crea un gran clímax narrativo. No he hablado de Abbes García, el matón dominicano, ni de “Miss Guatemala”, Marta Borrero Parra, la amante de Castillo Armas, los dos grandes personajes del libro entre otros buenos personajes. Por cierto, al final, a manera de epílogo, aparece un encuentro que tuvieron Mario Vargas Llosa y la real Marta Borrero Parra, quién le advierte al escritor que está novelando su vida: “No se moleste en mandarme su libro, don Mario. En ningún caso lo leeré, pero se lo advierto, lo leerán mis abogados”. Así pierda la demanda, le daremos la razón a Vargas Llosa.