“El bebé ha muerto. Bastaron pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera. Había huellas del forcejeo, fragmentos de piel en sus uñitas blandas”. Desde la primera frase de Canción Dulce (2016) la autora Leïla Slimani deja en claro que no se andará con rodeos: la maternidad no pocas veces es frustración.Esa incómoda verdad está duramente retratada en el libro que ya le valió el premio Goncourt –uno de los más codiciados en Francia– y que se lee vertiginosamente, al mejor estilo de un thriller en el qué página tras página la angustia escala un peldaño. En su segunda novela la autora francomarroquí narra la historia de Myriam, una abogada madre de dos niños pequeños que siente que la asfixian con su rutina doméstica. En medio de su frustración, y de la envidia que le produce la libertad de su esposo para continuar con su vida, Myriam contrata a una niñera que parece ser la mejor madre sustituta...  Con 550.000 ejemplares vendidos en Francia, el fenómeno de Leïla Slimani está lejos de ser un caso aislado. Escritoras de todo el mundo están explorando, descarnadamente, la contradicción entre amar un hijo y todo lo ominoso que conlleva ser mamá. Una ola de autoras –entre éstas un destacado grupo de escritoras colombianas– están narrando cómo ser madre, además de ser maravilloso, puede ser frustrante y aterrador. Una experiencia compleja, exigente y agotadora que no se puede vivir de la misma manera en ningún caso. Lejos de mostrar a la madre como una generosa diosa de bondad, las escritoras contemporáneas retratan lados oscuros que habían sido omitidos por largo tiempo.La maternidad como un tema universal ha venido reivindicando espacio en la literatura. Cada vez hay más mujeres que se atreven a escribir con transparencia sobre un vínculo que en palabras de la poeta colombiana Piedad Bonnett, siempre “es muy fuerte y una marca indeleble”. En otro tiempo fue tratado como un tema que no podía generar mayor interés. Sin embargo, obras fascinantes han demostrado que la maternidad es un eje literario tan fascinante como el valor, la muerte y el amor. Entre esas grandes exponentes están Margaret Atwood con El cuento de la criada (1985); la ganadora de un nobel Toni Morison con Beloved (1987); Amy Tan, con El Club de la buena Estrella (1989); Elena Ferrante con su saga de La amiga estupenda (2011); y Lucía Berlin con el Manual de limpieza (2016).Gracias a la narración desde aquellas que la experimentan (o no), también se ha hecho visible la humanidad de la madre, un ser que como todos tiene luces y sombras. Se ha venido develando hasta qué punto es capaz de llegar alguien cuando tiene miedo, cuando se siente sola, cuando su vida no era lo que esperaba, y cuando se descubre que ser mamá no es el fin o el propósito máximo de una mujer.Una de las autoras que trata con crudeza la maternidad es la peruana Gabriela Wiener. En su novela Nueve Lunas (2009) describe cómo fue su proceso de embarazo y cómo a lo largo de nueve meses pasa por tanto. “Convierto mi propio cuerpo y sus memorias en objeto/sujeto de investigación —explicó Wiener—  (…) lo que descubro es ni más ni menos que la experiencia de La Creación y es uno de los aprendizajes más alucinantes de la vida, aunque suene utópico, una metamorfosis (la mía) física, psíquica y moral llena de amor y de dolor, en lucha frontal contra la muerte, contra el mundo y contra un sistema. Algo completamente revolucionario”.Wiener es una mujer liberal, de mente abierta. Tiene una relación de poliamor con su mujer y su esposo. Se ha caracterizado por hacer periodismo gonzo sobre sexo, en el que su propia intimidad también queda destapada. Sin embargo, en su libro deja ver su temor de que su hija sea víctima de los señalamientos de la sociedad por la forma de vida de Wiener: “¿Cómo debía criarse a un ser humano para que sea capaz de atajar las burlas de sus amiguitos a propósito de las descripciones técnicas que hacía su madre del sexo grupal? ¿En qué colegio alternativo debía matricularlo?”.“Fueron muchas las noches que nos desvelaron los insultos. Recuerdo en particular la noche en que mi hermana terminó bañada en orines de la bacinilla de mamá. Pobrecita. Cómo no volverse mala persona después de cosas como esa”. Este es un fragmento de Memoria de Jirafa (2016), un libro de María del Rosario Laverde en el que recoge recuerdos de su infancia y se hace evidente el maltrato que recibió de su progenitora.“La presencia de mi mamá fue muy fuerte —dijo Laverde— sobre todo porque mi papá murió cuando éramos muy pequeños y ella se vio a gatas para responder por tres hijos… Toda ella era frustración. Cuando la gente lee el libro piensa que escribe una hija que odia a su mamá. Pero no, yo descubrí que más que odio o rabia, siento lástima. Yo hubiera querido tener una relación romántica con ella”.Entre las escritoras crudas la autora francesa Annie Ernaux es una maestra. Antecediendo a Wiener, ha hecho de su vida la materia prima de muchas de sus obras. En la novela de auto ficción El Acontecimiento (2001) Ernaux narra a cuchillo cómo fue su aborto clandestino. Cuando se encontraba estudiando filosofía en 1963 quedó en embarazo y no quería tener el bebé. Cuenta entonces cómo fue practicarse un aborto en una sociedad rural, católica y francesa que penalizaba este acto con prisión. Relata también cómo el sistema médico le cerró las puertas y cómo encuentra a una mujer que le ayudará pero a un costo muy alto. Todo esto sin caer en la autocompasión.En La mujer helada (1981) Ernaux ya había reflexionado sobre la maternidad y el vacío que produce la vida de casada en la década de los años 60 y 70. Una mujer relata cómo ha sido criada para ser una mujer inmóvil y vaciada de sí misma para dedicarse a su familia, lo cual suponía —y sigue suponiendo en muchos casos— una continua renuncia a sus deseos. Así también En Madres arrepentidas (2016) Orna Donath recoge testimonios de mujeres que se debaten en un choque de sentimientos: el amor por sus hijos y a la vez la repulsión que les produce ser madres.Le recomendamos: ¿Por qué somos infieles según la literatura?Si por un lado están las madres arrepentidas de las que habla Donath, por otro están las que darían lo que fuera por quedar en embarazo. La maternidad como un deseo casi animal está retratada de forma eficaz por la escritora colombiana Pilar Quintana en La Perra (2017). Damaris, la protagonista de la historia, es una mujer del pacífico colombiano que siente un dolor profundo por no poder ser mamá. Se siente inútil y su vida parece no tener sentido. Entonces decide adoptar a une perra y depositar su amor en ella. La novela, desgarradora como la selva, es también un corte impecable sobre cómo los sentimientos entre madre e hijo se transforman y sobre cómo puede haber momentos fuertes de rechazo por ese ser amado.“Yo viví en el pacífico colombiano de los 30 los 39 años. En esos años veía que mis amigas tenían muchas ganas de tener hijos y como no se embarazaban algunas quedaban reducidas a ese deseo, con un miedo profundo por no ser mamás”, recordó Quintana. Ella había decidido que no quería tener hijos y después cambió de opinión. Cuando estaba escribiendo La perra ya había tenido a su hijo, pero como fue mamá casi a los 40 también experimentó ese temor de la pérdida.En la novela de suspenso La chica del tren (2015) la best seller Paula Hawkins también reflexionó sobre ese deseo de tener hijos sin lograrlo. Y sobre cómo ese anhelo se vuelve un obstáculo para seguir viviendo. Y en Escrito en el agua (2017) está presente el cuestionamiento sobre qué se supone que es ser una buena madre.“Es importante tratar la maternidad desde lo femenino porque los hombres no viven la paternidad como las mujeres experimentan la maternidad. Ellos no se hacen las mismas preguntas, no son juzgados o cuestionados por el vínculo con los hijos. Para las mujeres el tema de la maternidad es algo muy relevante, hay muchas preguntas alrededor del tema, nos consume a todas por mucho tiempo, básicamente desde los 20 años hasta los 50”, dijo Hawkins en una entrevista.En la novela de suspenso La Casa de la Belleza (2015) de la colombiana Melba Escobar la protagonista Karen Valdés es una estilista que viaja a Bogotá para buscar un futuro mejor para su hijo. El salón de belleza es un microuniverso en el que Escobar logra retratar una sociedad colombiana que perpetúa violencias de menor escala pero que son el germen de la sociedad. La discriminación, el arribismo y también esa constante competencia entre las mujeres por ser bellas, son algunas de esas violencias.“De alguna manera el valor que tenemos como mujeres suele estar subordinado a la calificación que nos da un hombre y por eso estamos en un constante concurso de belleza desde chiquitas (…) Eso se transfiere a la maternidad; nos juzgamos entre nosotras mismas para saber qué tan bien está cuidado el niño, o cuál es el más despierto, o qué hijo es el mejor, o cuál habla más idiomas”, dijo Escobar.En la novela una de las clientes de Karen es asesinada. Su madre busca que se haga justicia, trata de encontrar al asesino y que de alguna manera alguien le responda por la muerte de su hija. El dolor de la pérdida de una hija también es el motor para que sucedan varios eventos de la novela.Le recomendamos: La magia del misterio y el anonimato que quieren vivir algunos escritoresSobre la pérdida también habló Isabel Allende en Paula (1994). Es un relato sobre el proceso de la muerte de su hija y cómo puede ser experimentar que la vida se desvanece tras la muerte del ser amado. Paula, la hija de Allende, enferma de porfiria y después de un accidente entra en estado de coma: “Un día más de espera, uno menos de esperanza. Un día más de silencio, uno menos de vida. La muerte anda suelta por los pasillos y mi tarea es distraerla para que no encuentre tu puerta”.Otra historia de amor y dolor es Lo que no tiene nombre (2013) de Piedad Bonnett, un libro sobre el suicidio de su hijo Daniel. La madre escribe porque siente que necesita contar esa historia. Sin proponérselo, también es una forma de encontrar respuestas ante un hecho que no se esperaba. Tenían una familia armoniosa, con un matrimonio estable. ¿Qué pasó? ¿Qué salió mal? ¿Quién tiene la culpa?El propósito era dar testimonio real del profundo dolor que embarga a quien es testigo de un padecimiento de alguien que ama. Bonnett contó que escribir ese libro le sirvió para perdonar a todos los que se equivocaron y también “para aceptar la decisión de Daniel como algo inevitable y su muerte como algo con lo que debía aprender a convivir”.Si vivir la muerte de un hijo puede ser una de las experiencias más desgarradoras, también lo puede ser el temor constante de no ser una buena madre. La argentina Samantha Schweblin lo retrata a la perfección con Distancia de rescate (2014). Allí narra la vida de una mujer obsesionada con el cuidado de su hija, que siempre está midiendo a cuántos pasos está de su pequeña para protegerla. La novela se desarrolla en un pueblo argentino rodeado de hierbas letales y un arroyo contaminado. Hacen parte del paisaje los animales muertos, los niños con deformidades y los abortos espontáneos. En ese contexto, Schweblin muestra lo estresante que puede ser cuidar de otro y que la vida de un ser amado dependa de alguien que también es vulnerable.La culpa maternal también ha sido el eje de algunas novelas. Tenemos que hablar de Kevin (2003) de la estadounidense Lionel Sriver cuenta la historia de una madre que experimenta un gran conflicto porque su hijo adolescente que se convierte en el responsable de varios asesinatos. La autora explora el rechazo, el desamor de los hijos y a la vez la imposibilidad de romper con un vínculo tan fuerte. Otro libro que retrata la culpa es Un amor imposible (2017), de la francesa Christine Angot, quien cuenta cómo el amor por un hombre puede hacer que una madre permita que su hija sea abusada.Este año también se publicó la autobiografía Apegos Feroces de la estadounidense Viviane Gornick. En este libro queda retratada una de relaciones madre-hijo más inquietantes. Gornick reconstruye su infancia desde una fuerte mirada feminista. El hilo conductor son las conversaciones que tiene con su madre ahora que es adulta y sus regresos al pasado. Se hace un gran paralelo entre su mamá que vivía en un eterno duelo por haber enviudado tan joven, y la exótica vecina que a pesar haber perdido a su esposo encuentra en el sexo una fuente de poder.Puede leer: “La literatura no tiene ninguna obligación con la sociedad”: César AiraComo se puede ver hay una especie de boom de la literatura sobre la maternidad narrada por mujeres, que muchas veces tienen en común la forma de abordar el tema: narrando desde las entrañas. También tienen en común que los personajes que son madres eventualmente piensan en lo conflictivo que es formar buenos seres humanos, que es básicamente en lo que consiste la maternidad, y la paternidad, por su puesto. Seguramente vendrán más libros sobre este tema del que las mujeres hasta ahora están hablando con un impulso que no se agotará en mucho tiempo.