Una mañana hace pocos meses la señora Julieta González llegó a las oficinas de la Universidad Eafit con una carpeta entre sus manos. Allí estaban organizados unos papeles que sólo había leído ella: las cartas que Gonzalo Arango le envió hace 65 años, cuando eran novios. Las cartas corresponden a los primeros seis meses de 1950, cuando Gonzalo tenía 19 años. En ellas se refleja que más que un intelectual, él en ese momento era un romántico, un ser profundamente sensible. Los textos íntimos dejan entrever la búsqueda espiritual, existencial e intelectual que por entonces tenía el joven que luego sería el poeta nadaísta por excelencia. Leer el enamoramiento de Gonzalo es recordar el poder absoluto del amor. Hay apartes que reflejan el desespero por no saber de ella. “Reinita: cuando ya la esperanza de recibir tu carta se hacía desesperada, llega en un momento en que se me hacían dolorosos los presentimientos: pensé que el amigo que te estima infinitamente ya no volvería a recibir noticias del ser más precioso del universo”. Hay otros apartes más sugestivos: “me satisface como nada tu compañía y es lo único que me basta para creer en los placeres del mundo; existir en ti es agotar el último recurso de felicidad posible”. En algunas cartas sus palabras reflejan un amor desmedido: “(…) tu cariño, Julieta, significa para mis sentimientos tanto como Dios para mi salvación, perdóname que te compare a Dios, pero sea ello dicho en honor a la verdad; no creas que trato de profanar a un ser que para mí es sagrado, pero es que para mí existen dos seres superiores que pueden asegurarme la felicidad: Dios en la eternidad y tú, amable personita, en la tierra, por eso yo los estimo a ambos con igual reverencia”. La correspondencia se escribió en un lapso de seis meses, pero fue tan prolífica para lograr formar este libro de 180 pequeñas páginas. Las cartas fueron revisadas, compiladas y publicadas por el Fondo editorial de la Universidad Eafit en su colección Rescates, una serie que pretende “recuperar textos inéditos o libros que por alguna circunstancia dejaron de circular, no se imprimieron o se volvieron imposibles de encontrar”. Las páginas amarillas, pequeñas y gruesas de la edición, acompañadas de las fotos de las cartas originales escritas a mano, cumplen a cabalidad lo que pretende la colección. Los amantes y seguidores de Gonzalo Arango encontrarán en este libro un lado bastante desconocido de él. No se verá mucho su faceta sórdida, contestataria y rebelde, sino una más bien amable, afectuosa y romántica.   Gonzalo Arango tuvo una vida agitada no sólo en términos de amor (su primera aventura amorosa fue a los seis años, con una hermana de la caridad, sor Mónica). Más allá de eso, agitó a la juventud en los años 70, para algunos fue un vagabundo, desdeñoso e incendiario; para otros, un intelectual con visos de sabio. Fue un aventurero con muchos oficios, pero, ante todo, fue una de las personalidades más sobresalientes de la cultura nacional en el siglo pasado. Nunca dejó de escribir: “Gonzalo gastaba la vida escribiendo como si con ello venciera la muerte, como si en ello le fuera la vida”, recuerda Eduardo Escobar, su colega nadaísta. Enviaba cartas a los seres queridos y no queridos, cercanos y lejanos. Eduardo Escobar reunió un centenar de ellas en el libro Correspondencia violada. Ahora llega a las librerías este compendio más íntimo de cartas de amor. Ocho años después de escribir estas cartas a Julieta apareció el Manifiesto nadaísta: 42 páginas dedicadas íntegramente a argumentar cultural, estética, social y religiosamente la misión por cumplir: 'No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio'. En sus últimos años, antes de morir en un accidente automovilístico en la carretera cerca de Gachancipá, soñaba con crear una comuna de artistas y poetas en la isla de Providencia, pero un camión en contravía se le atravesó en el camino. Ahora hay otra manera de revivirlo: a través de sus palabras de amor.