Los registros de primera mano que he recibido de personas que visitaron el espacio “armado” por Colombia como invitado especial a la Feria de Libro de Madrid 2021 tienen algo en común, cargan nada menos que dolor e indignación. Antes que un stand presentable, se habla de un escenario cercano a una embajada del Carnaval de Barranquilla, a un puesto expandido de artesanías en el aeropuerto (con libros secuestrados en cajas, café y Colombiana) e, incluso, a un punto de congregación de ‘Pepitas Mendietas’ compartiendo datos sobre sus amigas. Todo menos un lugar de autores y lectores en comunión.
Los libros no podían importar menos. Importaba la vitrina. Pero, a juzgar por los hechos, no importaba siquiera que la vitrina fuera bonita, solo que hubiera una vitrina, así diera pena. Este “algo” mal montado, con ayudantes sobre exigidos y espacios vulnerables a la lluvia (que cayó en Madrid para dejar reflejada una organización que rayó con lo negligente) dejó tremendo reflejo. A Colombia suele importarle el “Qué dirán”, especialmente en Europa, ante España. En esta ocasión, ni eso pesó.
Como país invitado de honor, con un presente literario importante, con la más reciente ganadora del Premio Alfaguara, con el legado de García Márquez, la tarea era emocionante y hasta fácil. Solo había que querer hacer que se viera bien. Había que invitar a los nombres, y si no aceptaban, estaban en su derecho, y se seguía adelante. Pero esas negativas eran demasiado para los inseguros, así que ni siquiera les abrieron la puerta en nombre de la neutralidad de voces que no da pie ni a reflexión en su nivel de absurdo.
¿Sorprende? La verdad no, y quizá hay que aplaudir ese hecho por honesto. Porque de haberse planeado un evento con la literatura en el corazón, se hubiera reflejado una realidad que no corresponde. En Colombia se gobierna de espaldas a la cultura fundamental para impulsar las industrias creativas, como si fueran competencia. No lo son, y si naciera un video juego sobre cómo se ha dinamitado el proceso de paz, a su creador tampoco lo invitarían a los congresos naranja.
Lo que se presentó en Madrid, pues, fue lo opuesto a una representación digna de la historia y del presente literario de este país. Colombia proyecta excedentes en abusos de autoridad y violaciones de Derechos Humanos, carencias en equidad y justicia, absurdas cifras de muertes de líderes sociales y medioambientales, y a todo responde con escritos valiosos e ilustraciones dicientes sobre los temas difíciles, que obviamente tocan los contextos sociopolíticos y sus impactos. Eso les corresponde. Eso se les agradece humana y socialmente, más allá de lo monetario. ¿Cómo más procesar estas realidades que deberían provocar vómito y se volvieron paisaje? Pero, yo sé, “qué jartera”, ¿no?
Más allá de lo que dijo el embajador colombiano en España, en un muy franco despliegue de sinceridad, sobre cómo habían optado por la “neutralidad” de los invitados, en el fondo fue a estos invitados a quienes peor humillaron. Algunos aceptaron ir en nombre de sus artes y letras a representar al país y su escena editorial, y lo mínimo que se les podía dar era respeto reflejado en condiciones aptas para mostrar su obra y hablar de ella con orgullo ante un público. Esto no sucedió, y más insultante resultó cuando en el resto de la feria sí existían dichos espacios adecuados. No había que inventarse la rueda. Había que respetar.
En el marco de ese evento, se escuchó a voz del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien no puede regresar a su país, donde la fiscalía lo busca. Colombia no cruza aún esa línea, pero la del desprecio por las voces que hablan del país verdadero que necesita sanar no tiene problema en dibujar una y otra vez.