Muy pocas bandas en el mundo son capaces de ofrecerle a su público una treintena de canciones en una hora y cuarenta minutos de concierto, al menos, no de esta forma avasalladora y maravillosa. El largo de sus cortes tiene todo que ver pero, sobre todo, tiene que ver la voluntad de la banda de intensear a su público y casi no darle respiro. Y cuando lo da, generalmente durante su material más nuevo, más pausado, menos volcánico en su reacción en el público, se puede apreciar a esa banda al frente. Esos matices se agradecen en un espectáculo con este tipo de carga generacional.
Esta banda de cuatro piezas, que viene dando lata maravillosa desde finales de los ochenta, con separaciones, reuniones e incorporaciones, y un ritmo firme que la pandemia no pudo descarrilar, ofrece un viaje exaltante en la mayoría de temas que lanza, himnos engranados en la mente de su rebaño que solo con tres acordes desataban delirio y exaltación.
Realeza del indie porque estuvieron ahí para alimentarlo, Pixies han inspirado a incontables músicos, artistas, personas, y no es extraño asociar sus canciones a lugares o a momentos (noventeros en adelante). Yo escucho “Gouge Away” y pienso en mi amigo Juan Manuel, que me la presentó y que solía cantarla; y si suena “Hey” me voy a uno de esos viajes que sellan parches y los marcan de por vida. Eso por mencionar solo dos temas del maravilloso Doolittle (1989), disco del cual tocaron diez ayer en la noche (Surfer Rosa y Come On Pilgrim le siguieron en prominencia). Anoche revisité todos esos lugares mientras Pixies hacía lo suyo; sé que no estuve solo.
En la interpretación que ofrece se nota que la banda abraza la fortuna de latir fuerte, de su imposibilidad de perder vigencia. Y eso es innegable al haber sido testigos de que, noche a noche, con este nivel, reviven y ratifican el peso de su arrebato artístico. Porque suenan inmaculados en gran parte de su espectáculo (una guitarra falló y siguieron al tema siguiente, nada más). Los gruñidos que son alaridos, o alaridos que son gruñidos de Frank Black (o Francis Black, o como prefiera recordarlo) y sus falsettos sonaron como salidos de la máquina del tiempo.
Porque claro. Ellos son la máquina que funden pasado y presente. La batería de Lovering, el tempo de la tromba aceitada, no falla en sumar emoción desde su matemática sostenida y sus insistencias estratégicas en el platillo crash. Por su parte, Joey Alberto Santiago regala muchísimos de los sonidos más sentidos por la gente, en líneas de guitarra y solos que se sienten como tatuajes, en ese diálogo de capas con la guitarra de Frank Black y el bajo de Paz Lenchantin.
Kim Deal no integra la ecuación desde hace décadas, y se le extraña siempre como pieza clave de este sonido, pero la platense Lenchantin ya comanda el bajo y la voz femenina como pieza abrazada (forjando ese hecho desde 2014, en cuatro discos e incontables conciertos). Si miran la foto aquí abajo, verán en su expresión facial la misma que la banda que hoy integra le dibujó a los miles reunidos en el Chamorro City Hall. Anoche, la cara de Paz fue la cara de todos.
*Solo durante la salida apretada del público las expresiones faciales cambiaron hacia la pragmática seriedad y paciencia, pero no fue tan crítico como para amargar el conciertazo recién apreciado.*
La indetenible capacidad de ráfaga que ostentan los de Massachusetts (y La Plata), que raya con lo absurdo, ya la habían demostrado en su primer paso por Colombia, en un set de una hora, el 4 de abril de 2014 en el Estéreo Picnic. Pero ayer, con su setlist extendido, de regreso en la capital, la ratificaron con su irreverente onda.
No hay tiempo para charlas con la audiencia en este concierto, pero sí se establece rápidamente su código: abrieron con “Gouge Away”, cerraron con la voz de Lovering en “La La Love You”, y en medio fueron una ola que revolcó pulsiones noventeras con un aire de rebeldía y de mamagallismo que no tiene época porque es una manera de ver, un prisma desde el cual siempre va a ser maravilloso sentir.
Todas las almas
Antes de Pixies, a las 8:30 de la noche empezó su concierto 1280 Almas. La banda bogotana entregó una muy poderosa hora de sus éxitos y estableció el tono de la noche desde su interpretación y un muy buen sonido. Si bien esa la misión del grupo que abre un espectáculo, no suele suceder en esta medida tan notable (que suene tan bien). La respuesta de la gente sirvió de testimonio a su recorrido, a su afinada actualidad y a lo bien escogidos que estuvieron para dar la nota inicial a este toque de alma noventera y caminos que prosiguen.