Cuando la atmósfera parecía haberse calmado a su favor, luego del escándalo de 2019, cuando la prensa internacional lo acusó de acosar sexualmente a, al menos, 27 mujeres, abusando del poder que detentaba en algunos de los teatros más importantes del mundo, Plácido Domingo enfrenta un nuevo escándalo. Se le vincula con una red de trata de personas, cuyo centro de operaciones estaría en Buenos Aires.

Las cosas aparentemente van en serio. El diario argentino La Nación publicó audios que vincularían al tenor, devenido barítono en los últimos años, hallados en los más de 100 allanamientos para desenmascarar la llamada Secta de Villa Crespo, calificada como “secta del horror”, que se ocultaría tras la fachada de un inofensivo estudio de yoga.

De sobra está aclarar que el suyo no es el único nombre que ha saltado a la luz, pero sí el de más renombre internacional.

Es, desde luego, el precio de la fama por la cual el mítico tenor luchó a lo largo de toda una vida, buscando convertirse en el mejor de todos los tiempos.

LA BÚSQUEDA DEL RECONOCIMIENTO

Muy joven, Domingo tuvo que ponerse a la par de quienes ostentaban el máximo prestigio entre los tenores: Mario del Monaco, Franco Corelli, Giuseppe di Stefano, Alfredo Kraus. Más adelante, gracias al retiro de algunos de ellos y a que se puso por encima de los otros, llegó a la cumbre. Solo que tuvo que compartirla con Luciano Pavarotti. Pavarotti, en posesión de uno de los instrumentos más bellos de todos los tiempos y de un do de pecho que prodigaba con inusual generosidad, fue un rival que Domingo intentó combatir con su canto elegante, un repertorio que no cesaba de crecer y un histrionismo digno de los mejores actores de teatro.

Cuando Pavarotti, en 2007, murió, el trono ya fue totalmente suyo. Pero los mejores años de su voz eran cosa del pasado; sin embargo, su prestigio era lo suficientemente sólido como para mantenerse en la cima inexpugnable. Paralelamente, se inició, sin muchos méritos, en la dirección de orquesta –más de un crítico serio manifestó que esa era otra prueba de que casi siempre las orquestas tocan solas– y fue clamorosamente ovacionado. Cuando la cuerda de tenor no pudo estirarse más, se volvió barítono y siguió siendo aplaudido por sus fervorosos seguidores, así no fuera un verdadero barítono.

Cuando llegó el escándalo del acoso, empezaron a cerrarse puertas, hasta la de la Metropolitan Opera House, de Nueva York, su casa por décadas. Domingo negó los cargos; luego, a regañadientes, los aceptó para después negarlos de nuevo: perdió la credibilidad.

No todo el mundo lo vetó. Con algo de caradura y mucha audacia, regresó a los escenarios que se lo permitieron, hubo manifestaciones en su contra en la puerta de los teatros y ovaciones en escena. Esa es la verdad.

En medio del conflicto ruso-ucraniano circulaban sus fotografías con Putin, uno de los pocos líderes internacionales, quizá el único, que, tras los escándalos, se ha dejado retratar al lado del artista.

DE VILLA CRESPO A LA ARENA DE VERONA

Cuando se divulgó el asunto de Villa Crespo, Domingo expresó públicamente su desconcierto y negó cualquier vinculación con la red. Pero el asunto acaba de pasarle factura, justo en uno de los templos más legendarios de la ópera italiana, la Arena de Verona: “Dos noches para olvidar. Mejor que nunca se repita”, tituló el Corriere della Sera, el diario más influyente de Italia. Otros medios del mundo calificaron su desempeño de auténtico fiasco.

En la primera noche, 25 de agosto, como cantante tuvo una actuación bochornosa, que incluso lo obligó a abandonar el escenario. A la noche siguiente, como director en Turandot, de Puccini, lo hizo tan mal que la orquesta, a la hora de los aplausos, no solo se negó a ponerse de pie, sino que declaró que esa fue “una noche humillante”.

En Verona se calificó el desempeño de Domingo como un auténtico fiasco, y los músicos de la orquesta protestaron por la humillación.

Tal parece, se trata, ahora sí, del final de la carrera de Domingo, de 81 años.

Las causas legales en su contra seguirán su curso: las de acoso y la de Buenos Aires.

EL JUICIO DE LA HISTORIA

Nadie cree que Plácido, como confianzudamente le llamaban sus admiradores y admiradoras, vaya a terminar entre rejas. Entre otras, por su avanzada edad y porque, al fin y al cabo, de la primera acusación muchas de las víctimas se retractaron para no sufrir el escarnio público. De la segunda, hasta el momento, las pruebas se limitan a grabaciones en las cuales se le mencionaría.

Domingo ya pasó a la historia. No como él hubiera querido: como el tenor que más roles interpretó a lo largo de su carrera en la ópera italiana, francesa, alemana y rusa, como el que cuando quiso se volvió barítono o el que, además, era un gran director de orquesta. También por esas acusaciones de acoso, abuso del poder, etcétera. De ese oprobio solo lo van a salvar las grabaciones de época de oro, que, para suerte suya, son muchas.

Carlo Gesualdo, el primero de los asesinos de la música.

Que nadie se vaya a solazar con que fue el primer músico envuelto en un escándalo. A veces la historia reordena a su manera las cosas. A Carlo Gesualdo (1566-1613), sobrino de san Carlos Borromeo y casi con más títulos que la duquesa de Alba, se le recuerda como el más audaz, original y provocador de los madrigalistas del Renacimiento por haber urdido y perpetrado con sevicia el escabroso asesinato de su esposa, Maria d’Avalos, y su amante, Fabrizio Carafa.

Georg Friedrich Händel (1685-1759) y Johann Sebastian Bach (1685-1750), cumbres del Barroco, en su juventud se trenzaban, espada en mano, en riñas callejeras.

Alessandro Stradella, el primer músico en ser asesinado.

Alessandro Stradella (1643-1682), muy amigo de enredos con mujeres casadas, terminó liado con la que no debía y el marido cornudo contrató un sicario que lo apuñaló en Génova. No mucho después, Jean-Marie Leclair (1697-1764), padre de la escuela violinística francesa, murió apuñalado y entre los sospechosos estuvo su segunda mujer, de quien se había separado.

Hoy en día, Leopold Mozart, padre de Wolfgang Amadeus, habría sido acusado de explotación infantil de su hijo. Igual le habría ocurrido al de Ludwig van Beethoven, que borracho golpeaba a quien, ya mayor, era objeto de vigilancia de la policía de Viena, porque, sordo como era, expresaba a gritos sus sentimientos antimonárquicos y tenía la mala costumbre de andar fisgoneando por las ventanas.

Franz Schubert estuvo detenido en Viena y era, como Beethoven, objeto del espionaje de la policía por su simpatía con la izquierda de la época.

Machistas a ultranza todos, hasta Robert Schumann, así quien cargara con la manutención de la casa fuera su esposa, Clara Wieck, una famosa pianista.

A Enrique Caruso su voz lo salvó del oprobio al que se expuso por manilargo.

Enrico Caruso, predecesor de Domingo, era a principios de siglo el tenor más famoso del mundo. En el zoológico de Nueva York encontró muy divertido pellizcar, donde sabemos, a una de las visitantes. Fue detenido, llevado a un calabozo; lo liberaron para permitirle actuar en la Metropolitan. Dado el puritanismo de la época, salió aterrorizado a escena, pero lo recibieron con una salva de aplausos. Su voz estaba intacta y lo protegió como un escudo.

A Domingo, sin la voz, solo le queda el juicio de la historia…