Basilio Astulez Duque, un reconocido director de coro del País Vasco, empieza el ensayo pidiéndoles a los niños que dibujen un bigote en las últimas notas musicales del pentagrama, para que recuerden sonreír cada vez que las canten. Este es uno de los recursos que el director utiliza para que los niños memoricen notas, movimientos y tonos. Aunque parece sencillo, coordinar las voces de un coro grande es un desafío inmenso, sobre todo si apenas hay una semana para planear la presentación, hay 96 niños con formaciones distintas y, además, edades diferentes. Pero fue el reto que aceptó el vasco cuando el Ministerio de Cultura y la Fundación Batuta le propusieron dirigir el Coro Infantil y Juvenil de Colombia, que se conforma cada dos años desde 2012 a través de una convocatoria nacional. Por el programa `celebra la música’, enmarcado en el Plan Nacional de Música para la Convivencia, se hace una convocatoria para niños de cualquier lugar del país, desde los 10 hasta los 17 años, que hagan parte de un coro o programa musical.
Basilio Astulez en Fusa. La tarea de Astulez es formar a los elegidos en una semana, para que interpreten un repertorio con temas nacionales e internacionales. Los niños, los músicos, algunos funcionarios del ministerio y otros de la fundación, están desde el 16 de noviembre en una ‘residencia artística’ (un espacio de formación intensiva) en Fusa. Allí hay intercambios culturales, clases de música, talleres y ensayos. El 24 de noviembre todo el equipo llegará a Bogotá para realizar un único ensayo en el Teatro Colón y el domingo se presentarán a las 12 del día. El director le dijo a SEMANA que uno de los desafíos es manejar la fatiga vocal y la energía del coro, pues ensayan de seis a siete horas diarias. En el Teatro Colón interpretarán temas de memoria, en unos 10 idiomas. Pájaro Amarillo (de Rafael Campo Miranda), Bonse Aba (canción cristiana de Zambia) y Clap Yo’ hands (de George Gershwin) hacen parte del repertorio que suma unas 15 horas de duración. Por eso Astulez organizó y editó las canciones con su equipo para que la presentación dure una hora y sea divertida y teatral. “Canto lo que sea menos reguetón”
Entre los 96 elegidos hay niños de todas las edades y todas las regiones del país. Melany Morales, por ejemplo, viene de Santander de Quilichao, Cauca, y tiene 11 años. Ella canta todos los sábados en Timca (Taller integral de músicas caucanas y colombianas). Dice que descubrió la música tarde, cuando tenía apenas 9 años, y que le gusta interpretar cualquier género excepto reguetón. Melany compuso tres canciones en dos años. La última, que aún no ha terminado, se la dedicó para su mamá. Aunque sueña convertirse en cantante, la presión de su familia por que estudie algo más la ha hecho considerar el periodismo.
“Si no me dedico a la música me vuelvo contador o dibujante”
A Benjamín Rodríguez Betancourt, de 14 años, tampoco le gusta el reguetón, aunque nació en Medellín, la capital colombiana del género urbano. Canta desde los tres años y uno de sus artistas preferidos es Freddie Mercury. Es la segunda vez que Benjamín está en una residencia, pues en la edición de ‘celebra la música’ de 2016 estuvo en el coro que en esa ocasión dirigió Digna Guerra Ramírez. Le sugerimos:De músico, poeta y loco… Esa vez Benjamín se ganó dos solos y le encantó presentarse en el Teatro Colón. En esa época quería ser músico de profesión, pero ahora también considera estudiar contaduría o arte. Benjamín es uno de los pocos niños que está en la residencia con algún familiar. Por la enfermedad que padece, la Osteogénesis imperfecta -también conocida como la de huesos de cristal-, viaja con su abuela Rocío, que previene sus caídas. “La primera vez que me dejaron salir solo corrí, me caí y me partí el tabique. Luego de eso mi mamá me prohibió salir hasta que cumpla 18”, contó Benjamín. “Lo primero es la música”
De izquierda a derecha: Sofía Chaverra, Whitney Pirazan y Valentina Bastidas. Valentina Bastidas, Sofía Chaverra, de 16 años, y Whitney Pirazan, de 17, se volvieron amigas en la residencia. Todas vienen de distintos rincones del país pero las une el sueño más importante de su vida: dedicarse a la música. Valentina estudia en el Conservatorio de Ibagué y desde preescolar aprendió a proyectar su voz, a leer el pentagrama y a tocar instrumentos. Desde los ocho años canta y ha querido dedicarse a la música, pero en el conservatorio ha encontrado mucha resistencia y falta de confianza. Allí creían que no la iban a elegir para el concierto en el Colón y, para sorpresa de muchos, fue la única de once grado que quedó. Valentina quiere estudiar canto lírico y más que nervios por la presentación siente emoción. Sofía Chaverra es de Bogotá y también canta en una iglesia. Lo ha hecho desde los desde los siete años, cuando también aprendió a tocar guitarra. Su mamá se ha resistido siempre a que sea cantante y le insiste en que lo mantenga como un hobby. Pero Sofía dice que “lo primero es la música”, así que piensa estudiar Ingeniería ambiental con la condición de que no afecte su profesión soñada. Whitney Pirazan ya estudia canto lírico en la universidad Eafit, de Medellín, aunque nació en San Andrés. En sus venas lleva la música de esa isla, donde también nació su tía Emilce Pomare, una soprano reconocida por preservar la tradición musical del lugar. Ella fue quien convenció a sus papás de que le permitieran estudiar música, fue la que le enseñó a cantar en un coro y quien la inspiró a volver al canto luego de que dejara de hacerlo por un año, cuando llegó –sin querer- a Medellín. Whitney canta desde los 9 años y es la tercera vez que gana la convocatoria del ministerio. Además, canta en la iglesia y en otros coros. Por eso tampoco está nerviosa. Tal vez lo más difícil ha sido retener su voz y no cantar tan fuerte como puede. Como las voces en un coro deben sonar uniformes, Whitney ha dejado de lado una de las primeras lecciones de su carrera: “tu voz tiene que ser como un micrófono”.