Los narcocorridos han sido catalogados como una música que promueve y exalta la violencia y las malas acciones de los traficantes de drogas. Incluso, en algunos lugares se han prohibido por ser considerados como negativos para la sociedad. Sin embargo, más allá de narrar la historia de un antihéroe los narcocorridos muestran el sentir popular, son otra versión de la guerra contra el narcotráfico y tienen una función social.   “Un migrante en Estados Unidos conduce su auto cerca de la frontera con México. Está asustado; teme que la policía lo detenga y se dé cuenta de que está indocumentado. De pronto suena la canción que exalta a alguien que, a pesar de ser narcotraficante, es generoso, ha logrado sus sueños y sobre todo que no tiene temor. Entonces, quien escucha la canción vive una fantasía de tres minutos”, dice Juan Carlos Ramírez-Pimienta, profesor investigador de San Diego State University-Imperial Valley y autor del libro Cantar a los narcos, para ilustrar cómo se sienten algunos de los que aman los narcocorridos. La población latinoamericana se perfila como una población marginada que tiene mucha presión “un ejemplo de ello es lo que sucedió con Donald Trump, que culpa a los mexicanos de los males de Estados Unidos”, asegura Ramírez Pimienta. Es por esto que los narcocorridos son populares en todo México, pero en especial en Estados Unidos porque de alguna manera reivindican el ‘ser mexicano’, el ser latinoamericano en un país donde hay más de 50 millones de latinos. Carlos Valbuena, autor de El Cartel de los corridos prohibidos, muestra en su libro que los narcocorridos tienen una función terapéutica. “Los narcocorridos o corridos prohibidos –como se conocen en Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú- son una forma de expresar los cuestionamientos del pueblo al discurso del poder. Es además, a través de los narcocorridos, que el pueblo es capaz de cantar sus peores males hasta superarlos”. Para Alirio Castillo, el mayor productor musical de narcocorridos en Colombia, estas canciones permiten la reflexión social, pues los corridos que se hacen en el país cuentan la hazaña del narco pero casi siempre muestran que esa forma de vida tiene un final triste: La muerte o la extradición, tal como lo muestran canciones del Rey Fonseca o de Uriel Henao. Los narcocorridos también pueden ser vistos como una representación social. Ramírez Pimienta cuenta que una de las conclusiones que encuentra en sus estudios de más de 20 años sobre los narcocorridos, es que las letras tienen mucho que ver con la economía del  país. “Mientras el estado de bienestar de las personas es mayor, este tipo de idolatría, a través de los narcocorridos, decrece. Pero, si el gobierno no ofrece salud, vivienda, servicios públicos y si otra persona sí lo hace, la pleitesía se rinde a esa persona, así sea alguien que trabaja al margen de la ley”. Los grupos de narcocorridos más famosos pueden cobrar entre 80.000 y 100.000 dólares por presentación y agrupaciones como los Tigres del norte, Los Tucanes de Tijuana, El Komander o Lupillo Rivera llenan estadios de más de 50.000 personas en todo México y en lugares como Los Ángeles, Dallas, Texas; y en Colombia en ciudades como Bogotá y Medellín.  Judith Canabal, gerente de un resort en Florida, Estados Unidos, y creadora del club de fans de Lupillo Rivera, dice que lo que más que le gusta de los narcocorridos es que es música acerca de la vida cotidiana. “Son anécdotas reales de nuestras vidas y lo más impresionante es en la forma que cantan; con tanta emoción y sentimiento”, dice la fiel seguidora.    Judith también explica que le gustan los narcocorridos porque “a los seres humanos nos causa curiosidad la experiencia de esas personas que viven de una forma tan peligrosa”. Y afirma que, aunque le gusta esa música, “no quiere decir que los que escuchan o cantan narcocorridos estén de acuerdo con el tipo de vida de los narcotraficantes”. Esa fascinación por el antihéroe no solo se ve en los narcocorridos. En los estudios de Eric Lara, historiador e investigador de los narcocorridos se encuentra que los seres humanos tenemos una ambivalencia de disonancia cognitiva. Es decir que convivimos con dos sistemas de valores opuestos que se reconcilian de forma simbólica. Es por eso que amamos Breaking Bad, Los Soprano, El Padrino o los narcocorridos.