Antes de 2011, año de lanzamiento de la primera temporada de Black Mirror, a Charlie Brooker lo conocían en Londres como cronista y humorista. Pero al crear capítulos de esa serie como ‘El himno nacional’, ‘Oso blanco’, ‘San Junípero’ o ‘Blanca Navidad’, su fama de guionista cruzó las fronteras no solo geográficas, sino de formato. En efecto, el programa migró del canal Channel 4 a Netflix, la plataforma de televisión digital que disparó su difusión y produjo sus dos últimas entregas.A la fecha, la serie tiene cuatro temporadas, divididas en dieciocho capítulos independientes y un especial de Navidad. Quienes la ven coinciden en que su fuerza está en el factor sorpresa. “La gran novedad es que son películas unidas por un concepto: en cada capítulo se cambia la historia, los personajes, los actores. Pero persiste la idea”, indicó a SEMANA el escritor y crítico español Jorge Carrión. Lo que viene después genera en el público reacciones de todo tipo: fascinación y enganche; desagrado e incomodidad. Ómar Mauricio Velásquez, magíster en Hermenéutica Literaria y profesor de Narrativas Audiovisuales en Eafit, dice que la serie “nos gusta porque nos angustia, nos angustia porque nos incomoda, nos incomoda porque nos refleja”.Es un tiempo de nomadismo tecnológico. La mirada va del televisor a la tableta electrónica; del computador al celular. Los movimientos se ciñen al reflejo en las pantallas oscuras, esos espejos negros que, como metáfora, nombran la serie: Black Mirror. El 1 de diciembre de 2011 Brooker escribió en The Guardian: “El espejo negro del título es el que encontrarán en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor, un teléfono inteligente”.Puede leer: Barack Obama, el primer invitado de la nueva apuesta de NetflixLa producción describe un futuro cercano en el que los dispositivos tecnológicos se toman la cotidianidad, en el que la virtualidad está presente en las relaciones humanas, la política, la salud e incluso la muerte. Los protagonistas están lejos de ser individuos comunes. Sus vidas se rigen por una fragmentación que explica el filósofo Gilles Deleuze: se convierten en ‘dividuos’, personas que trasladan su vida de forma simultánea a los perfiles en redes sociales, a los registros electrónicos, al manejo virtual del dinero. Son, al mismo tiempo, cifras y datos. Para ellos lo más importante es ser visibles ante el otro.Desde el piloto de la serie, en el que cuenta cómo el primer ministro británico se ve obligado a mantener relaciones sexuales con un cerdo mientras la escena sale en las pantallas del mundo, Black Mirror ha conmocionado al público por sus relatos poco convencionales. Al ver el programa es fácil identificar la relación de esa realidad posible con la dinámica actual.La especialista en Lógica y Filosofía María Rocío Arango se ha dedicado a analizar la serie en términos sociológicos. Tras su observación, describe que la tecnología se ha convertido en una forma de controlar la sociedad: moldea las relaciones sociales más básicas y transforma no solo al individuo, sino a la familia, la pareja, el trabajo y el entorno.Así, los capítulos son verosímiles porque le muestran al público herramientas probables que no parecen estar tan lejos. Se trata de propuestas tecnológicas cuyas bases ya pueden estar sentadas, como la clonación de ADN para revivir seres queridos por medio de su huella digital, la vida eterna almacenada en un chip o lentes que sirven para decidir qué ver y qué recordar. “Creo que todos los dispositivos que aparecen en la serie tienen al menos un prototipo o un elemento primario para decir que estamos muy cerca de desarrollar este tipo de tecnologías. No sé si es paranoia tecnológica, pero sí una fascinación por caer en la cuenta de que esos mundos son posibles”, dice Arango.Todas estas ideas tienen lugar en una producción que, según el profesor Velásquez, “es una ficción basada en un apocalipsis tecnodigital al que no creemos que vamos a llegar”. Pero en este caso, la línea entre realidad y ficción parece desdibujarse. Esa es la paradoja: se trata de avances posibles e incluso anhelados, pero que al mismo tiempo previenen al público y le generan temor. “Sin duda es el programa más relevante de nuestro tiempo, solo por la frecuencia con la que te hace pensar que todos vivimos en uno de sus episodios”, escribe para The New York Times el crítico de televisión James Poniewozik.Le recomendamos: 10 series de Netflix para aprender historiaPero ¿qué tan cerca pueden estar estas invenciones? Para empezar, si han pasado por la imaginación y el ingenio humano, tienen potencial. A propósito, el periodista español de tecnología José Mendiola Zuriarrain le dijo a SEMANA que la serie juega con opciones tecnológicas que ya están disponibles, y que hay emprendedores que se animan a hacerlas realidad en el mercado: “Yo creo que estamos muy cerca... y muy lejos porque vivimos en un tiempo en el que la tecnología va tan rápido que no se da margen al usuario para adoptar algo nuevo”.Pero más allá de las expectativas digitales, el éxito de la serie se debe también a la coherencia entre el contenido y la forma. El trabajo con los efectos visuales y la posproducción también son protagonistas. El estudio británico Painting Practice, encabezado por Joel Collins, diseña la producción de Black Mirror. “Hemos tratado de no producir cosas demasiado extravagantes, demasiado emocionantes, demasiado fuera del alcance. Se trata básicamente de actuar con moderación. Es un ejercicio de diseño de bajo perfil, de hacer las cosas con sutileza y tener cuidado para no pedirle a la audiencia demasiado”, dijo Collins en una entrevista de El País, de Madrid. De ahí resulta la credibilidad y la cercanía con las máquinas y los software de cada capítulo.Ahora, el ruido de los comentarios obliga a preguntarse si el nivel de la serie se mantiene en su última temporada. Las reseñas en portales como FilmAffinity muestran la contradicción entre una crítica que alaba los capítulos más recientes y un público que los rechaza y afirma que no son como los anteriores. Quizá hay razones para entenderlo: Netflix ha requerido una mayor cantidad de capítulos por temporada; antes eran tres, ahora seis. Y a diferencia de otras series extensas y exitosas, la productora no ha incluido el trabajo de otros guionistas para apoyar las creaciones de Brooker.La serie puede ser víctima del éxito que la precede. Aunque no es fácil encontrar críticas negativas, Jorge Carrión, por ejemplo, dice: “Charlie Brooker es un genio, pero no puede mantener el nivel de ideas excepcionales que mostró en esas tres primeras temporadas, que son canónicas. Ahora ‘Black Mirror’ es una fórmula”. Y asegura que no verá la cuarta entrega: “Hay una traición estética: pasó de ser personal a seguir el modelo Netflix. Bajó el nivel y el riesgo”.Puede leer: Netflix producirá una serie sobre el Amazonas colombianoBlack Mirror produce amores y odios. Ambos sentimientos nacen por la misma causa: la confrontación del ser humano ante una realidad inminente, que puede transformar no solo la cotidianidad, sino los modos de vida y las formas de relacionarse.