En febrero de este año, el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) estaba haciendo los estudios para la ampliación del TransMilenio en la localidad de Usme en Bogotá, cuando encontró una pieza tallada en piedra, fragmentos de cerámica y agujeros.

El inesperado hallazgo puso en marcha una excavación arqueológica que descubrió 26 tumbas, restos de cuerpos humanos, vasijas y fragmentos líticos y de cerámica del periodo muisca.

Que esos vestigios de la vida y la cultura de los muiscas estuvieran allí, cabía esperarse. El lugar está cerca a la Hacienda El Carmen, donde hace unos años se descubrió una necrópolis indígena.

Los descubrimientos arqueológicos están cargados de poesía: la tierra revela los secretos de la antigüedad, permitiéndonos imaginar cómo era el día a día de las personas que, en este caso, vivieron más o menos en la época de la llegada de los españoles. Y al revelar detalles de su cotidianidad, también hablan de su visión del mundo y de su idea de la muerte.

Sobre eso, precisamente, habló SEMANA con el antropólogo colombiano Carl Henrik Langebaek, autor de Antes de Colombia (2021), Los Muiscas (2019) y Arqueología colombiana: ciencia, pasado y exclusión (2003), entre otros. He aquí algunos apartes de la conversación.

¿Quiénes eran los muiscas?

La pregunta parece fácil, pero no lo es porque los españoles llamaron muiscas a los indígenas que encontraron en la sabana de Bogotá. Con el tiempo el término se fue utilizado para llamar a otros pueblos parecidos en Boyacá y Cundinamarca, que son los que hoy conocemos como muiscas. Pero todo parece indicar que no eran homogéneos. Cada grupo era diferente.

Tenían cosas en común, quizá la más importante que participaban en rituales y festejos compartidos. Dicho de otro modo, iban a las mismas fiestas, y allí intercambiaban productos, forjaban alianzas matrimoniales y acordaban alianzas de guerra, entre otras cosas. Eso les daba unidad, pero no los hacía iguales.

Todos hablaban lengua chibcha, que sabemos que se originó en Costa Rica hace unos 3.000 o 4.000 años. Ello significa que esas poblaciones migraron de Centro América a América del Sur, y que dieron origen a muchos grupos indígenas, por ejemplo, los de las Sierra Nevadas de Santa Marta y del Cocuy.

¿Cómo entendían el mundo?

Según la cosmovisión de los muiscas había muchos riesgos de que el mundo se acabara. Ese pensamiento era muy común entre los mesoamericanos.

Los muiscas creían que el universo perecería, pero que volvería a nacer. Esa idea de renovación es muy distinta a la de los cristianos, los judíos y los islamistas, que creen que el mundo tiene un comienzo y un fin. Los indígenas, en cambio, piensan en ciclos de construcción y de destrucción.

Una de las responsabilidades políticas más importantes de los líderes era mantener el mundo en equilibrio y en funcionamiento el mayor tiempo posible. ¿Cómo se lograba eso? Mediante reglas de comportamiento muy estrictas y haciendo ofrendas permanentemente. Estas últimas estaban destinadas a mantener en equilibrio un mundo frágil.

¿Cómo veían la relación entre las plantas, los animales y los seres humanos?

En las sociedades indígenas esa división tiende a ser mucho menos radical que como la entendemos nosotros. En general, para las comunidades indígenas las plantas, las personas, los objetos y los animales tienen una vida social. Los objetos nacen, viven y mueren, igual que las plantas y los animales.

Entre los muiscas también existía esa visión, y para ellos las plantas eran particularmente importantes. Por ejemplo, asociaban la mazorca con los hombres, y veían las hojas que la cubrían como una especie de vestido comparable a los que utilizaban los seres humanos.

¿Cómo era su relación con los dioses?

En el mundo muisca los humanos podían dialogar con los dioses e influenciarlos; podían pelear con ellos y hasta ganar.

Los caciques también estaban encargados de esos diálogos con las divinidades para mantener el mundo.

¿Qué ha revelado la arqueología sobre los muiscas?

Cada vez encontramos más evidencias de que era una sociedad mucho más igualitaria de lo que se pensaba. Había jerarquías y se respetaban, pero no existía la desigualdad económica de nuestras sociedades. Hoy hay una retorica igualitaria, pero eso no se traduce en la economía. En las sociedades indígenas era al contrario: el lenguaje respetaba las jerarquías, pero no se traducía en diferencias económicas terribles.

Otra cosa que se ha encontrado es que había mucha gente; no eran poblaciones pequeñas. Especular es muy difícil, pero diría que en el país entero había una población de alrededor de cuatro millones de habitantes. Eso no es muy inferior a la población de España en el siglo XVI.

También sabemos que había regiones como la Sierra Nevada de Santa Marta, que para la llegada de los españoles tenían mucho más habitantes de los que hay hoy. La población estaba bien distribuida, si bien en la Cordillera Central, en los Andes Orientales y en el alto Magdalena había más gente que en otras regiones del país.

¿Tenían algún tipo de escritura?

No había escritura, pero no, como suele pensarse, porque carecieran del desarrollo intelectual para inventarla. Claro que lo tenían.

La escritura surge en sociedades interesadas en cobrarles impuestos a las personas. En las que nosotros llamamos ágrafas no existe la idea imponer un tributo y de hacer un censo para saber qué cobrarle a cada uno.

En ese sentido, hasta podría decirse que era una virtud que no tuvieran escritura. Lo que pasa es que uno juzga las cosas con los ojos de hoy.

¿Cuál era su visión de la muerte?

Los vivos mantenían una relación con los muertos, seguían en comunicación. Ese punto es clave para entender la importancia de los ancestros y de muchos rituales.

Los muiscas vivían donde enterraban a sus muertos, y cuando alguien les preguntaba de dónde venían, respondían: de donde mis ancestros están enterrados. ¿Y dónde los enterraban? En el piso de las casas. Vivos y muertos coexistían literal y ceremonialmente.

Las personas eran sepultadas con sus objetos, y los españoles interpretaron eso como si los muiscas creyeran que los muertos necesitan sus cosas en el más allá. Probablemente hay algo de verdad en eso, pero fundamentalmente tiene que ver con que para ellos los objetos no tienen existencia independiente de las personas que los poseen. Entonces, si la persona se acaba en este mundo, los objetos, que también tienen vida, dejan de existir.

Carl Langebaek | Foto: EDITORIAL DEBATE
Antes de Colombia, libro | Foto: EDITORIAL DEBATE