Elena Poniatowska, la escritora emblemática de México, la que ha interpretado a los pobres y a los marginados, es una princesa polaca que nació en Paris en 1932. Su padre, el príncipe Jean E. Poniatowski, era familiar directo del último rey de Polonia y su madre, la mexicana Paula Amor, pertenecía a una familia de hacendados que perdieron sus tierras en la Revolución. Es una mujer a la vez aristócrata de izquierda, elegante y sencilla, extranjera y arraigada. Los extremos y las paradojas, en su caso, le marcaron una enriquecedora distancia: nadie más mexicana que ella, pero también, nadie más crítica de su país que ella. Huyendo de la Segunda Guerra Mundial, sus padres se radicaron en México: “Cuando llegué a México, era 1942, tenía diez años. Era un México muy cálido, muy ‘chaparrito’ (chiquito), lleno de gente dulce. El de ahora es un México grande, agresivo y cargado de vicios”, contó. Años después, la enviaron a un internado religioso en Estados Unidos, pero ya había aprendido algo que sería fundamental en su carrera de periodista y escritora: la música del español popular que hablaba su niñera. Si hay algo que define su estilo es su capacidad para captar el lenguaje oral, la voz que es la esencia de los otros. “Con el nombre de Elena Poniatowska, el Premio Cervantes honra a los miles de chismosos, indignados, desesperados y denunciantes que le han dicho algo. Ninguna bibliografía contiene en forma tan extensa la sinceridad ajena”, dijo Juan Villoro.A los 21 años regresó a México. El futuro que la esperaba era el destino predecible de las mujeres de su generación: un matrimonio arreglado. Se rebeló contra eso y sin ninguna formación,  ni –todavía– pasión por la escritura –en el internado lo único que había aprendido era a rezar–, empezó a trabajar como reportera de sociales y, gracias a su oído sensible, a su capacidad de escuchar, llegó a convertirse en la gran entrevistadora de la intelectualidad y el mundo artístico: Max Aub, Rufino Tamayo, Renato Leduc, Silvia Pinal, Henry Moore, Álvaro Mutis, María Félix, Juan Rulfo y Fernand Braudel terminaron contándole sus secretos. Y, sobrepasando el género de la entrevista, escribió retratos hablados que se convirtieron en libros sobre mujeres: Querido Diego, te abraza Quiela, sobre la primera esposa de Diego Rivera; Tinísima, sobre Tina Modotti, una fotógrafa italiana y Leonora, sobre la surrealista inglesa Leonora Carrington. Obtuvo el primer reconocimiento –nada fácil en una cultura en la que las únicas escritoras reconocidas eran las muertas o las extranjeras– con Hasta no verte Jesús mío, la historia de Jesusa Palancares, una lavandera que combatió en la Revolución mexicana. Esta novela mostraba que los logros de ese movimiento estaban inflados y embellecidos y que  la injusticia y la pobreza, lejos de acabarse, se habían ahondado.  Pero debe su consagración y prestigio definitivo a La noche de Tlatelolco, un reportaje conmovedor que, a la manera de  un mosaico de voces, recoge testimonios de las víctimas de la represión gubernamental al movimiento estudiantil de 1968. Otro libro notable es Nada, nadie, sobre las víctimas del terremoto que asoló a Ciudad de México en 1985: otra vez los desheredados, las voces del pueblo. Elena Poniatowska también ha escrito ensayos, biografías, cuentos infantiles. Aparte del Premio Cervantes, ha recibido el Rómulo Gallegos y el Alfaguara por la novela La piel de cielo. Aunque a ella los premios no la desvelan –sabe que “la fama es un ratito”– y sigue pensando que “el mejor destino para mis libros es que estuvieran en el morral de los estudiantes”.