Corría el año 280 a. C. cuando el rey de Egipto, Ptolomeo I, construyó en Alejandría el primer museo que se recuerde. Allí vivían y trabajaban artistas y poetas; resguardaban el conocimiento y producían el saber. Siglos más tarde, en el Renacimiento, el escultor y arquitecto Giorgio Vasari proyectó el primer edificio destinado a proteger las colecciones de arte más prestigiosas de la época: el palacio Uffizi, que aún se yergue en Florencia. En 1683 comenzó a funcionar el Ashmolean Museum, en Oxford, el primer museo universitario. Y tras la excavación de Herculano (en 1738) y de Pompeya (en 1748), el Museo Británico se convirtió en el primero abierto al público.

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Y la novedad del siglo XXI llegó el 21 de junio en Odaiba, la isla artificial de Tokio, con el primer museo dedicado por completo al arte digital. El Mori Building Digital Art Museum: TeamLab Borderless, que alberga 55 obras de arte avaluadas cada una entre 1 y 2 millones de dólares, y creadas específicamente para el museo por un equipo de artistas, arquitectos e ingenieros que usaron más de 500 computadores. Ellos conforman el colectivo TeamLab, experto en arte experimental japonés, y trabajan desde 2001 para “liberar el arte de las restricciones físicas”. Su director de comunicaciones, Takashi Kudo, explica que a diferencia de pintar en un lienzo que delimita el espacio o de tallar una escultura que luego no se puede cambiar, en el mundo digital no hay límites porque lo que se ve no es real.

Para visitarlo hay que romper las reglas: en lugar de “no tocar”, hay que caminar sobre las obras y pasearse entre ellas; el contacto es necesario, pues las piezas reaccionan en tiempo real con los espectadores.

En el edificio, construido como una gran caja negra, los visitantes caminan entre arrozales japoneses recreados con más de 470 proyectores dispuestos en paredes, techos y suelos; saltan desde un trampolín hacia una simulación del espacio y se toman un té verde aderezado con una flor virtual.

¿Cómo entenderlo?

En el arte digital, también conocido como arte numérico, intervienen algoritmos y programas de computación y en sus representaciones predomina la imagen visual. Así lo explica Carolina Daza, artista, gestora cultural y directora del espacio creativo Humanese. “De esta forma de arte se desprenden posibilidades casi infinitas porque más que el arte, cambian las técnicas”, dice.

La intención del museo es crear nuevas experiencias con los otros, entender el arte sin fronteras y explorar el mundo con el cuerpo. Las 55 obras de la exposición tienen el mismo concepto del tiempo que el cuerpo humano, por eso reaccionan en tiempo real al contacto de los visitantes.

Todo comenzó, entre otros, con el trabajo del coreano Nam June Paik, quien en la década de los cincuenta exploró por primera vez con la televisión y el videoarte. Su trabajo inspiró a muchos, como al norteamericano Bill Viola. El alemán George Nees también incursionó en el tema, y en 1965 expuso por primera vez sus gráficos creados con un computador. Entre las figuras más importantes de este movimiento también aparecen el neoyorquino Laurence Gartel, el suizo Yves Netzhammer y el mexicano Rafael Lozano-Hammer.

Pero la presencia de la tecnología en el arte también ha motivado cuestionamientos. Muchos, por ejemplo, se preguntan por la real identidad del artista. Y las críticas más fuertes dicen que el arte digital proviene de una habilidad técnica y no de una representación artística. Sin embargo, Daza considera que el cambio está en que el arte se convierte en un proceso de cocreación. Allí participan las máquinas, los algoritmos y la audiencia, que al interactuar crea la obra; todo a partir de la idea del artista.

Un salto en trampolín hacia la simulación del espacio es una de las piezas más llamativas. Como esta, todas las obras pretenden una experiencia inmersiva para los visitantes. En este museo no aplican las reglas tradicionales.

Expandir las posibilidades

Recorrer en silencio los pasillos de los museos ya resulta anticuado. Hoy, el arte digital ha hecho del museo un lugar para explorar con todo el cuerpo. Y un espacio con esas características no solo estimula la proliferación de obras creadas con tecnología, sino que puede marcar un hito en la historia del arte.

Giotto di Bondone pintó las primeras figuras con volumen y profundidad a finales de la Edad Media, y Marcel Duchamp decidió que un orinal podría convertirse en una obra recordada. De ese mismo modo, el primer museo de arte digital puede marcar el inicio de un movimiento en el que las animaciones y los pixeles se convierten en las nuevas herramientas artísticas.

La exposición varía todos los días, debido al movimiento de las obras y a la interacción entre ellas. El precio de la boleta para ingresar es de 3.200 yenes, que equivale a 24 euros o 28 dólares.

La tendencia inaugurada en Tokio no significa que la tecnología estuviera ausente de los museos tradicionales: en los ochenta, estos abrieron el espacio y comenzaron a incluir audioguías, códigos QR y realidad aumentada para explicar sus obras. Además, hoy cualquier persona puede visitar una exposición sin entrar al recinto, por medio de recreaciones en 3D, o recorridos con videos de 360 grados. Plataformas como Google Arts & Culture, las transmisiones en vivo por medio de las redes sociales y las aplicaciones de museos como el Thyssen o el Prado permiten que el acceso a los museos esté a un clic. La era digital ha democratizado el arte.

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