En 2000, cuando Ian McKellen se puso por primera vez la máscara de Magneto –el villano de la película X-Men– y conquistó con ese personaje a fanáticos de todo el mundo, ya llevaba medio siglo de trayectoria teatral a cuestas y más de 40 años alternando entre las pantallas de la televisión británica y el cine de Hollywood. Un año más tarde, interrumpió las representaciones en tablas del Rey Lear, se dejó crecer una bíblica barba y tomó en sus manos un báculo para encarnar a Gandalf.

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McKellen celebra sus 80 años con una gira de 80 presentaciones que ponen el acento sobre una prolífica carrera dramatúrgica, muchas veces eclipsada ante el gran público por el alcance mediático de sus personajes de Hollywood. El tour comenzó en Space, su teatro local al este de Londres, con un montaje que trajo a Gandalf a las tablas y culminó con el escenario abierto para que el público improvisara con el actor británico. Las próximas fechas de la gira incluirán el teatro Belgrade, de Coventry, donde debutó como actor; el Wigan Little, donde conoció la obra de Shakespeare, y Above the Stag, único escenario LGBTI de la capital británica. Un recorrido por salas de los más variados perfiles, que revela las facetas del actor e ilustra por medio de su biografía una versión vívida del Londres teatral.

Versátil actor, McKellen incursionó ampliamente en televisión en los años ochenta.

Otras dos paradas son tan decisivas en esta gira como en la vida de McKellen: el 25 de mayo, fecha de su cumpleaños, regresará a un pequeño teatro de Bolton, donde transcurrió su infancia, y el día final de la gira lo llevará de regreso a la sala Olivier, del Teatro Nacional de Londres, donde presentará en solitario Acting Shakespeare, una pieza sobre el dramaturgo cuya obra ha estudiado, interpretado y adaptado a lo largo de toda su vida.

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Quizá la primera escena de esta íntima relación transcurrió en el invierno de 1948, cuando McKellen recibió un pequeño teatro de juguete como regalo de navidad y montó en él su versión de Hamlet, con la silueta de Laurence Olivier recortada en cartulina. Tenía entonces 9 años. Setenta más tarde, entre julio y noviembre de 2018, cerró su largo historial de personajes creados por Shakespeare, con la última de sus interpretaciones del Rey Lear en el teatro Duque de York.

A LOS 9 AÑOS RECIBIÓ UN TEATRO DE JUGUETE COMO REGALO DE NAVIDAD, Y MONTÓ UNA VERSIÓN DE HAMLET CON UN LAURENCE OLIVIER DE CARTULINA

Fueron siete décadas de teatro que incluyeron montajes de Mucho ruido y pocas nueces, Macbeth, Romeo y Julieta, El rey Juan y Ricardo III, entre otras, todo ello mientras estudiaba en la Royal Shakespeare Company, a la que ingresó en 1974, y hacía sus primeras apariciones en la televisión británica entre los años sesenta y ochenta.

Lejos de las tablas, el espectro más amplio de personajes que le tocó interpretar impuso mayor flexibilidad en esa “actividad intensamente humana” que es para él la actuación: un ejercicio permanente de escoger qué lado presentar de la personalidad. El actor expone reflexiones como esta en McKellen Playing the Part, el documental de 2018 en el que despliega su visión en torno a la actuación, la política y la vida. Allí cuenta con el apoyo de un rico material de archivo totalmente inédito, que incluye los diarios que empezó a escribir a los 12 años, tras la muerte de su madre. Justo por esa época, el cine parecía inalcanzable: evitaba las salas para seguir los consejos de su padre de mantenerse alejado de lugares públicos para no contagiarse de polio.

Le tomó muchos años sacarse de la cabeza la idea de que “las películas no lo querían”. A comienzos de los años noventa empezó a abrirse camino en producciones de los grandes estudios de Hollywood, un proceso que consolidaría precisamente de la mano de Shakespeare. En 1995, la película Ricardo III marcó un punto decisivo en la carrera de McKellen en el cine. No solo la protagonizó junto a Annette Bening y Robert Downey Jr. También coescribió el guion y fue el productor ejecutivo de esta versión libre que toma el sustrato político y los agudos trazos de los personajes para situar la historia del tirano en la Inglaterra de los años treinta. Quizá por esa fuerza que trasciende la ambientación y se centra en el trasfondo, McKellen critica que los niños conozcan la obra de Shakespeare en los libros en vez de verla puesta en escena.

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Algunos de los personajes de Shakespeare han recobrado vigencia en la discusión pública ante el panorama político actual. En el caso de Ricardo III, varios académicos han establecido comparaciones con Donald Trump. Al respecto, McKellen siente que el paralelo solo se sostiene porque ambos son reyes y padecen de una incapacidad innata para funcionar socialmente. El actor británico coincide con quienes reconocen la renovada vigencia de la mirada de Shakespeare respecto al poder y la complejidad de quienes lo ostentan.

Patrick Stewart, a quien conoció en los setenta en la Royal Shakespeare Company, fue su su compañero de tablas en una adaptación de ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett, en 2013, y su contraparte en la saga ‘X-Men’.

McKellen tiene un largo historial de inconformidades y tensiones con esas figuras del poder establecido. Van desde su iniciativa de formar un sindicato que lo llevó a fundar la Compañía de Actores en 1971, hasta sus múltiples apariciones como abanderado de la causa LGBTI. Abiertamente gay, aceptó el papel de Magneto en la saga X-Men cuando el director Brian Singer lo convenció de que la historia de los mutantes era una metáfora de cualquier persona rechazada socialmente por la mayoría. La intención de generar empatía entre el gran público fue su principal motivación para aceptar este personaje.

Muchos hombres a la vez: comprometido políticamente, activista gay, caballero de la corte, prolífico actor de cine y televisión, ícono de las tablas y ganador del Premio Laurence Olivier y del Tony, su relación con esta variedad de máscaras no menosprecia ningún escenario. McKellen reconoce esa naturaleza maleable del trabajo del actor como una manera de transformarse muchas veces moldeada desde afuera. A pesar de esta declaración de humilde versatilidad, tras el lanzamiento de El Hobbit, aclaró jocosamente que era un poco más difícil hacer el papel del rey Lear que el de Gandalf.