Imagine que, con el sudor de su frente, un instinto competitivo feroz y una que otra maña, usted armó un dominante emporio mediático de noticias que extendió a líneas de cruceros y otros negocios. Usted tiene un montón de plata y, además, una influencia real en lo que pasa en el mundo, allá afuera (para su beneficio antes que el de todos). Es una posición ganada a pulso, adictiva y muy pesada.

Con el emporio y las ideas de crecimiento, llegan inversionistas (así como las juntas directivas y las pujas). Y, encima de todo eso, y de la competencia y de un Gobierno que hay que mantener amigo y amenazado al tiempo, los años pasan y le toca pensar en quién va a liderar esa empresa, porque usted ya está viejo y no puede hacerlo el resto de la vida, ¿cierto? ¿Será uno de sus tres hijos? ¿Podría ser su hija? A su manera, cada uno de esos cuatro retoños cree que todo lo sabe; crecieron en el privilegio y vivieron el exceso de lujos y en la frialdad de verlo a usted hacer negocios como un tigre toda su vida. Son su sangre, pero no son como usted y mucho menos crecieron como usted. Y son distintos entre sí, una jungla que se sabe los secretos oscuros y tiene talento para usarlos y lastimarse (muy creativamente).

Detrás del hombre fuerte están los misterios y las fracturas. Pero sacarlo del camino parece exigir la fuerza de un planeta.

Imagine que esa puja por el control de la compañía y de la familia desata una guerra entre ellos, sus hijos, porque quieren quedar bien parados ante usted, pero, subrepticiamente, también quieren tumbarlo y asumir el control. Creen que todo lo saben y que todo lo pueden porque, hasta ese punto, todo lo han podido (pero gracias a su esfuerzo, no al de ellos). Imagine que usted es Logan Roy, el creador y líder de ese clan privilegiado, despreciable y tan vasto en tentáculos que se cree por encima de las reglas (no, sus creadores niegan que se haya basado en Rupert Murdoch, pero...).

El demandante rol del patriarca forjado en el siglo XX que embiste los retos del siglo XXI solo podía trascender en manos de un peso pesado. Y no es exagerado decir que el escocés Brian Cox entrega el papel de su vida en esta rotunda y aterradora actuación que completa tres temporadas desde este domingo en HBO y en HBO Max. Lo último que se supo de esta serie fue que ganó el Emmy a mejor drama el último año que compitió (2020, antes del covid). Ese año, cosa rara, el Emmy no falló.

Succession es un drama familiar cáustico y absolutamente fascinante por su burlón cuento sobre víboras. La serie resuena desde los guiones, actuaciones ácidas e hilarantes, porque si bien Cox es gigante, todo el reparto brilla y los invitados nunca son solo eso (en esta temporada, Adrien Brody y Alexander Skarsgård). A esto se suma una edición nada sutil y el uso magistral y entretenido de la música orquestal de Nicholas Britell, que desde el tema principal la saca del estadio (pero no se queda ahí).

Actor de actores

Un artista entrenado en roles shakespearianos, un tipo de carácter recio y digno nacido en Dundee, Escocia, en 1946, Brian Cox ha dejado huella en el público masivo con muchos papeles secundarios en Hollywood, y proyecto que escoge es proyecto que mejora. En su camino predominan personajes de motivación oscura, voluntariosos o malvados como su Agamenón en Troy (o en sagas como The Bourne Identity y Planet of the Apes), y entre sus roles inolvidables deja a su prepotente Robert McKee en la maravillosa Adaptation, al imprescindible tío Argyle de Braveheart y a James Brogan, el padre del hijo que debe ir a prisión en 25th Hour, de Spike Lee. En esa cinta, Cox narra y protagoniza junto con Edward Norton una de las secuencias más emocionantes de la historia del cine.

Curiosamente, antes que Anthony Hopkins, Cox fue el Hannibal Lecter original en el cine, pero bien sabe no salir a reclamar esos derechos. Y poco importa porque algo es seguro, nadie será jamás como su Logan Roy, un ‘padrino’ legal de estos tiempos. Sobre la serie y sobre el mundo de la televisión, esto le dijo el actor a esta publicación.

SEMANA: ¿Cuál es el reto más grande de interpretar un rol pesado como Logan Roy?

Brian Cox: Los jóvenes son difíciles en este programa, llenos de detalles que molestan; son tediosos, odiosos, horribles, pero Logan también los ama. Los ama así lo irriten “hasta el putas” y ahí está el reto duro, el dilema, pues estos jóvenes no dejan de triturarlo. La tragedia del show es que en el fondo no es culpa de nadie. Porque ellos nacen en ese escenario de privilegios, pero eso no le pasó a Logan, él no cree que tiene derecho a todo, él se ganó todo trabajando. Y los jóvenes tampoco pueden evitar haber heredado lo que han heredado. Las cosas son así. Y como Logan no puede echar el reloj para atrás, es muy claro en decirles “súbanse al bus, chicos, sean ustedes, pero no dañen los muebles”.

SEMANA: Kendall (Jeremy Strong) debía ser el hijo sacrificado por los crímenes de la compañía, pero optó por sacrificar a su padre y ahí quedó colgando la historia. ¿Qué podemos esperar de esta nueva temporada?

B.C.: La historia continúa donde quedó y responde a ¿qué haces luego de mostrar los dientes y ‘matar’ a tu padre? Las obras griegas han tratado el tema, Aristóteles habló de ello, Edipo mata a su padre... Y es fascinante, Logan espera a que sus hijos lo maten y se pregunta cuándo y cómo se dará, o si lo intentaron bien o no. “Ahh, no fueron capaces. ¡Ah!, aquí sigo”. Esos son los nuevos parámetros para esta temporada. La ambición de sus hijos, lo que su hija empieza a proyectar. Todos estos son los retos y los ingredientes para que funcione el drama, y ahí entra Jesse Armstrong, el creador de este gran show.

SEMANA: Se habla del decaimiento del cine y del ascenso de la televisión, ¿cómo se ve usted en este momento?

B.C.: Cuando empecé, el cine abordaba las relaciones entre las personas, trataba sobre dilemas entre humanos. No había superpoderes, no había ni Marvel, ni DC, ni mucho de lo que marca el cine ahora. Me atrajo el trabajo de actores como Marlon Brando, ver a Paul Newman en The Hustler, a James Dean en East of Eden, o cintas como The Defiant Ones, con Tony Curtis y Sidney Poitier, historias sobre personas luchando, sobreviviendo. Ahora, lo bueno de la televisión hay que verlo desde su evolución. En los treinta y los cuarenta, los escritores eran tratados como del montón y tenías algunos como F. Scott Fitzgerald, Dorothy Parker o William Faulkner escribiendo cine. Y a los escritores, que eran novelistas, les caía bien el dinero, pero mucho de ese trabajo jamás llegó a las pantallas.

Sin embargo, eventualmente, los escritores pensaron sobre cómo controlar su trabajo y asegurarse de que ese trabajo se filmara. La manera era convertirse en escritores-productores, y por eso en los sesenta veías el surgimiento de gente como Steven Bochco, David Milch (Deadwood), David Chase (The Sopranos), que terminaron creando grandes series. Así la televisión, la ‘forma larga’ se convirtió, para mí, en el aspecto más poderoso del drama. Y hay una relación con todo lo que sucedió en los sesenta, en el cine, pero con un desarrollo de historia sin límites definidos. Hay un inicio, pero no necesariamente un final, la historia puede seguir. Y eso amo de la televisión, para mí es la más poderosa de las maneras dramáticas hoy. El cine se siente pasado de moda, se perdió un poco, no se les ha permitido a los grandes creadores de cine como Kiarostami liderar la carga. Es trágico. Pero la televisión lo puede hacer ahora, y por eso es un formato tan liberador y emocionante.

La televisión, para mí es la más poderosa de las maneras dramáticas hoy. El cine se siente pasado de moda, se perdió un poco, no se les ha permitido a los grandes creadores de cine como Kiarostami liderar la carga...

SEMANA: Las fronteras no son lo suyo, ¿cómo describe su origen?

B.C.: Soy un escocés, un emigrante, un celta de las tribus perdidas. Aún deambulamos, somos peripatéticos, no alineados a un lugar particular… Aunque Escocia es genial e Irlanda también, pero solo llegamos allá por accidente, un feliz accidente.

SEMANA: Después del 9/11 participó en ‘25th Hour’, de Spike Lee. Háblenos de la experiencia y de la inolvidable escena que cierra esa cinta y su voz navega...

B.C.: Lo maravilloso de 25th Hour es, en dos palabras, Spike Lee. Cuando trabajas con él trabajas con un maestro, y hace evolucionar las historias. Por ejemplo, esa secuencia final era en inicio un discurso muy pequeño que había escrito David Benioff y que extendió porque le pareció genial. Por eso armó toda la historia de lo que “pudo haber sido” de haber tomado ese otro camino. Y todo sucedió muy espontáneamente, no estaba en el guion original. Yo grabé el pequeño discurso original para Barry Brown, el editor. Y cuando Spike lo escuchó lo pensó asombroso y desarrolló el resto. Le pidió más a David y eso surgió. Spike lidera procesos orgánicos, él es así, y sin duda es de los mejores con los que he trabajado.

SEMANA: ¿Cómo se conecta con la humanidad de un tigre humano como Logan Roy?

B.C.: Trato el dilema humano, el dilema de estar vivo, de por qué funcionamos como funcionamos. Creo que Logan representa una vida fracturada. Y sigo descubriendo maneras en las que está fracturado, o de por qué lo está, y cómo ha llegado a donde ha llegado. Él y yo tenemos una cosa en común: nos decepciona profundamente el experimento humano en este punto. Creo que nunca hemos estado tan mal, y Logan entiende de eso, está en ello. Y, de cierta manera, le importa un carajo. Pero hay un misterio en él, y ese misterio se debe mantener intacto. La audiencia quiere saber de qué se trata, pero no puede. Y eso hace increíble este papel, uno de mis grandes roles, no podía pedir más. Él es un misterio, pero simplemente parece un bastardo absoluto. Y lo es, y lo sabe, y no le importa. Y así funciona. Esa es la gran satisfacción del rol.

Logan Roy y yo tenemos quizá una cosa en común: nos decepciona profundamente el experimento humano en este punto. Creo que nunca hemos estado tan mal, y Logan entiende de eso, está en ello. Y, de cierta manera, le importa un carajo.

SEMANA: ¿Realmente cree que estamos peor que nunca?

B.C.: Por un lado, hemos hecho un reguero en Oriente Medio y por otro, mi país, Escocia, debe ser libre de ese horror llamado ‘Reino Unido’, que de unido no tiene nada y nunca lo ha tenido. Por otro lado, veo lo que han hecho las redes sociales, y creo que son irresponsables e inmorales en su manera de conducirse. Y todo se trata ahora de moda, no de realidad, no de verdad. Y somos muy hipócritas frente a nuestro comportamiento y eso no me gusta nada. Lo detesto. Creo que estamos en un lugar malo, pero que saldremos de este periodo (y estaremos avergonzados).

SEMANA: Al final del día, ¿es un optimista?

B.C.: Estamos en un estado de evolución y no hemos llegado aún hacia donde vamos. No creo en Dios o en mitologías sobre alguien allá arriba, pero creo en la evolución. Quizás nos destruyamos en el proceso, pero llegaremos a algo, a un sentido de por qué, por qué humanos, por qué aquí. Esas son las artes dramáticas para mí, ese tema que exploramos siempre, la razón detrás, el por qué dejamos a esta persona por esta otra... Eso me excita, entender nuestras naturalezas, lo débiles que somos y lo fuertes que podemos ser. Pero, sobre todo, lo débiles que somos y cómo nos impactan los hechos, cómo nos arraigamos.