Es una película que no da respiro. La más intensa, de lejos, y quizá la mejor del director británico. Y eso es mucho decir, porque ha demostrado desde su ópera prima que tiene cosas relevantes por expresar y un estilo notable para contarlas.
Desde el cine, en Ex Machina (2014), Alex Garland abordó la inteligencia artificial a un nivel distinto de involucramiento humano; elevó cuestionamientos sobre los desarrollos biotecnológicos en Aniquilación (2018); y denunció la megalomanía de los gurús del siglo XX en la gran miniserie Devs (2020). Lleva tiempo explorando estos temas de vanguardia social tecnológica, pero en este nuevo estreno, que llega el 18 de abril a pantallas colombianas, va en contravía, desechando esa vena futurista que lo marcó para poner a su audiencia en otra frecuencia. Una de intensidad terrorífica, una de distopía a centímetros. En esta, la tecnología juega un rol mínimo, porque hay que enfocarse en mantenerse respirando.
Civil War retrata una era en la que Estados Unidos, como se le conoce hoy, federal y “unido”, no existe más. California y Texas se han sublevado contra el Gobierno de Washington y, como en la década de 1860, en su primera guerra civil, estadounidense mata a estadounidense como liquidaría al nazi o al japonés en 1940, al peor enemigo.
Pero el mundo es este que se vive ahora. Es decir, no es una imagen distante la que pinta Garland. Esta guerra civil es una guerra de este siglo, tan desprovista de códigos y de respeto por la vida como las peores. Con fosas comunes, con ejecuciones arbitrarias y fáciles. Con el tipo de situaciones macabras que se trata de tapar con eufemismos hoy en Gaza, pero en el actual líder mundial. Y logra el efecto de imaginarse eso. Qué tal si ese infierno se viviera en ese territorio, con la muerte como posibilidad en cada esquina. Y desde el punto de vista que escoge, Garland retrata el conflicto tan francamente como puede, desde la primera línea.
Es en esta época de guerra no tan inimaginable, para nada inimaginable, que conocemos a los protagonistas: Lee, una experimentada fotógrafa de guerra (Kirsten Dunst), y Joel (Wagner Moura), su dupla, reportero de guerra. Ambos cubren juntos este conflicto y sus ansias profesionales los empujan a ir tan lejos como puedan para conseguir la historia, la chiva que el mundo debe conocer, la palabra de ese presidente demente. En paralelo a ese diente profesional afilado, especialmente con Lee, pero también registrada desde la demencia necesaria de Joel, vemos las cicatrices psicológicas de haber hecho ese trabajo por demasiado tiempo. Quieren entrevistar al presidente, pase lo que pase, así sea llegando a un territorio que los considera enemigos. Como si fuera poco, en ese proceso también se enfrentan a sí mismos.
Los conocemos mientras registran un combate entre civiles y fuerzas represoras en Nueva York. Allí, en el camino de Joel y de Lee, se cruza Jessie (Cailee Spaeny), una joven fotógrafa que quiere hacer lo que Lee hace y aprenderá a las duras.
Lee es una leyenda en su campo. La fotógrafa más joven en integrar las filas de la reputada agencia Magnum ahora es una veterana que trabaja para Reuters y no puede evitar cuestionarse si todo ese trauma embotellado, producto de registrar lo peor del ser humano por décadas, ha valido la pena. “Hice lo que hice como advertencia”, se plantea en un punto, pero es obvio que ahí están, que un infierno igual o peor llegó a su país.
El periodismo y sus efectos también pasan al tablero en Civil War, y es notable elevar que, por un lado, el sacrificio de estas personas que dan la vida por alertar al mundo de los horrores parezca ser en vano; y, por otro, que por más que así se sienta, lo seguirán haciendo. Porque es como una droga y porque siempre será necesario. Si tan solo una conciencia se informa para robustecer su opinión ante el horror, ya el sacrificio habrá valido la pena. Y, aun así, esos cuestionamientos personales, éticos, morales, son una particular, muy normal y muy fuerte clase de autotortura.
En el camino, antes de zarpar hacia Washington, en el trayecto que marca esta película, también se suma Sammy (Stephen McKinley Henderson, que, como Spaeny, trabajó con Garland en Devs), un veterano reportero de guerra que ofrece un contrapeso importante a los impulsos de Joel y de Lee, y suma una dosis de sabiduría que permite darles perspectiva a las crisis que enfrentan. Con respecto a Lee, con ella trabajó antes, la conoció de joven, tan joven como lo es Jessie ahora.
Los cuatro zarpan en esa camioneta, desde Nueva York hasta Washington, pasando por Pittsburgh, entre calles bombardeadas, con gente colgando de puentes como en los peores tiempos de la esclavitud. Lee no quiere enseñarle a Jessie lo que implica su oficio, no la quiere ver recorrer ese camino de apagar preguntas para no torturarse, de dejarles las preguntas a quienes ven sus fotografías. Pero, a la vez, le es imposible no verla como su reflejo en el espejo, con la certeza de que no se detendrá.
Entre ambas se crea un lazo. En esa relación de estas mujeres con la fotografía es interesante cómo Garland plantea la fotografía análoga, de rollos y película, como la que termina registrando los hechos determinantes, el quiebre de la ola. Pero mucho sucede hasta llegar allá. Y hay que ver el filme para sentirlo en la piel y en la respiración, y, sí, averiguarlo.
Fiel a su marca, el director presenta su historia densa y tensa con sofisticación audiovisual, con encuadres tremendos, con un color particularmente frío, en música y en sonido, y apoyado en un reparto excepcional, porque Dunst deja un enorme rol, y el resto sube el nivel de acuerdo con la exigencia drenadora de espíritu de esta historia.
Esta es una película de guerra que no se guarda puños o choques. No matiza su brutalidad. No se queda en ella, pero no la esconde. Y precisamente se justifica desde el enfoque de reporteros y fotógrafos de guerra, que se ponen en la línea del fuego y, por ende, ven el fuego y todo lo que quema, incluida el alma. Es imposible no pensar que hay que estar algo loco para serlo. Y también que esa locura no puede desaparecer, porque las guerras tampoco van a terminar.
Si a veces evoca un filme de zombis, de apocalipsis, es porque Garland tiene cancha en esto. Escribió 28 Days Later, la gran película que Danny Boyle llevó a la pantalla grande y protagonizó Cillian Murphy, el reciente ganador del Óscar. Pero, para gran efecto, a diferencia de esa cinta, esta distopía está a la vuelta de la esquina. Esa es su virtud. Eso la hace tan efectiva y perturbadora. Por eso es tan relevante e importante.
Porque la guerra es cruenta y está a punto de definirse. La brutalidad es constante, el gatillo fácil de los que en nombre de un Estados Unidos puro aniquilan a un ser humano con la facilidad moral de matar un mosquito. En esa falta de ley encuentran su mejor momento, y ahí quiebra la ola...
*’Civil War’ se estrena en cines colombianos y en IMAX el 18 de abril.