En código de venas estalladas, de cuerpos que se llevan al límite por almas que han vivido al límite para sobrevivir, se narra esta película; pero también en código de amor romántico, ese que a tanto frenesí puede llevar en sus primeros días, y de amor familiar, que tantas cadenas inescapables establece.
No es secreto que también se narra en código de violencia y crimen, en el marco de un gimnasio que en las paredes lleva lemas como “Pain is weakness leaving the body” (el dolor el la debilidad abandonando el cuerpo) y “No pain no gain” (sin dolor no hay ganancia). Ahí trabaja Lou, gerenciando el sudor de tantos otros y destapando baños cuando se hace necesario. Ahí, un día como tantos, conoce a Jackie, una mujer como pocas. Una sobreviviente de corazón suave pero impulsos fuertes.
Pedazo de película, es esta, de las que se sienten en las entrañas. Amor, mentiras y sangre (Love Lies Bleeding) es una montaña rusa que puede llegar a incomodar en algunas curvas por el mareo que provoca, pero de la cual uno no se quiere bajar jamás, porque sus giros de tono y de narración dejan la boca abierta y al alma oscilando entre la conmoción, la incredulidad y la risa.
Es una experiencia que, hilvanada como está, encadenada como fue encadenada, resulta increíblemente divertida. Esta película no pasa desapercibida, pero claramente no es recomendable para todas las sensibilidades. Sí para quienes encuentran refugio en el vértigo criminal de romance en humor negro.
En ella, un bello romance queer entre Lou, la empleada todera de un gimnasio (en uno de esos pueblos corruptos que colindan con el desierto) y una nueva visitante que la intriga deviene rápidamente en cautivante relato con tonos de noir. Es emocionante, con encuadres geniales y una banda sonora increíble, por las canciones que escoge y por la música original de Clint Mansell, cuyo trabajo al lado de Darren Aronoskfy es memorable y aquí demuestra su peso. Mansell le imprime a la atmósfera de esta entrega su sello, entre palpitante, intrigante y macabro. Fantástico.
Una espiral que asciende para luego enloquecer, esta es una película de alta carga física, que se sostiene en una enorme actuación de Kirsten Stewart en el rol de Lou, una mujer que con sus expresiones faciales dice tanto que asombra. Pero no está sola, se le suman una gran Katy O’Brien, como Jackie, una fisicoculturista de la cual Lou se enamora, cuya entrega corporal es absoluta, cuyas venas estallan y su corazón explota; un Dave Franco, como su cuñado detestable; una Jena Malone como su hermana, una esposa subyugada a su suerte y a sus apegos, así le peguen; y claro, un siniestro y brillante Ed Harris. El veterano actor demuestra, una vez más, siempre, por qué es un gigante y hace de toda película en la que aparece algo mucho mejor.
La Jackie de O’Brien es central en la trama, tanto como lo es Lou, tanto como lo es Lou Sr., en la piel de Ed Harris. Jackie es un personaje altamente dual, a la vez es propulsada por un sueño inocente de competir con su cuerpo en Las Vegas, ese que la va a sacar de su miseria y nomadismo, pero también debe luchar contra el mundo y contras los varios demonios que lleva guardados guardados. En el fondo, eso también la conecta con Lou, quien tiene sus varios cadáveres en el baúl. Y el encuentro de ambas, inevitablemente llevará a más siniestros, con los cuales habrá que lidiar. Y quizá, al final del túnel, a algo de luz.
Dirigida por la británica Rose Glass, esta imperdible locura de película llegó a salas colombianas el 2 de mayo, luego de su notorio paso por el Festival de Cine de Berlín en febrero y de presentarse con funciones agotadas en el BFI Flare de Londres, un encuentro cinematográfico especializado en temáticas queer y LGBTQ+. Y por su factura frenética, amorosa y criminal, y toda el bombardeo sensorial que evoca, recomendamos experimentarla (ese es el verbo para estas películas) en la pantalla grande.