Es una fortuna tener hermanos, saber que son un lugar seguro, un apoyo y una compañía como ninguna otra. Es una fortuna tener un padre que oriente e impulse. Sin embargo, esa suerte viene a veces a un costo elevado. Porque sucede también, como lo presenta esta película potente que es Garra de hierro, que, a pesar de ese amor inmenso, casi en contra de ese amor inmenso y ese lazo de sangre, el padre que les dio la vida los pone a competir, los presiona, los destruye.
Estas dinámicas de competencia y favoritismos llevan a decepciones, rabias, sentimientos contradictorios. Se puede sobrevivirlas, pero duele. La familia es la familia, un padre es un padre, pero si es tóxico hace más bien a la distancia, y usualmente toma una dosis fuerte de tragedia entenderlo para romper el ciclo. En una de las lecciones inescapables de la vida, se comprende que el lugar seguro y el lugar tóxico conviven a centímetros emocionales de distancia.
Para revelar estos matices de una familia como ninguna, pero disfuncional como todas, con sus alegrías altas y sus fuertes tristezas, sus cercanías y sus distancias, Garra de hierro aborda una historia basada en la vida real, de la dinastía familiar Von Erich. En el marco de la lucha libre, a comienzos de los años ochenta, los Von Erich surgieron con fuerza.
Cuando se habla de lucha libre, la primera descripción que viene a la cabeza es que es falsa. Pero como lo expresa física y verbalmente Kevin Von Erich, el protagonista de esta tremenda cinta, interpretado con sorprendente peso dramático y una tremenda transformación corporal por Zac Efron, esa no es la palabra adecuada. Predeterminada es, quizá, pero no falsa.
La lucha es quizá la más teatral de las actividades deportivas, sí, pero no son falsos ni la entrega física ni la cuidadosa coordinación y coreografía entre esos héroes y los villanos en pantalones cortos que se zarandean en el ring y se retan ante el público, más allá del histrionismo exagerado que ostentan. Tampoco es falso el hecho de que, para cientos de miles de personas en el mundo, la lucha libre es fuente de sustento e identidad. Está llena de historias humanas; ya lo había probado Darren Aronofsky con la genial película de ficción The Wrestler, que en 2009 le valió una nominación al Óscar a Mickey Rourke por su notable protagónico, y ahora lo prueba también el canadiense Sean Durkin en su tercer largometraje, que ya se proyecta en cines de Colombia.
En México, en Colombia, en Estados Unidos y en tantos otros países en los que se sigue la lucha con fervor religioso, esta historia retumba, pero por sus matices familiares y vaivenes emocionales la película tiene el poder de cautivar a los seguidores de esta actividad y a los que no le encuentran gusto alguno. No es pequeña esa virtud de Garra de hierro.
Como grupo de hermanos, la dinastía Von Erich demostraba su talento y su éxito, pero, por un legado de vida y muerte que los seguía, creían maldito su apellido, y razones no les faltaban. Esta no es una biografía al pie de la letra de lo que pasó, modifica ciertos hechos, incluso bajándole al drama de lo que fue la realidad (lo cual parece increíble, porque es dura), pero sí narra algo tan cierto que duele: una actividad puede cimentar a una familia entera y a la vez, con el tiempo, deshacerla de maneras irreversibles.
Liderados por el tenaz impulso del patriarca Fritz Von Erich, el primer luchador de la familia, interpretado por Holt McCallany (a quien se le conoció en la gran serie Mindhunter), los hermanos Von Erich llegaron a la cima del deporte a mediados de los años ochenta. Aquí, la lucha libre es el motor del éxito, de la ambición, de la obsesión, la película se centra en esas antípodas que solo coexisten en la vida real, entre el amor de hermanos y la dedicación a un deporte que los hace equipo y los llena de ansiedad.
En esa grieta se mueve la narración de Durkin, producida por el famoso estudio A24, que no deja de sorprender con todo tipo de temáticas abordadas de manera intensa (como lo hizo con la ganadora del Óscar en 2023, Everything, Everywhere, All At Once). A24 les da oportunidades a cineastas quizá con poco nombre, pero con temas valiosos por tratar desde el séptimo arte.
Al principio de la película se ven los orígenes de la dinastía, en blanco y negro, con Fritz en sus días de fama, creando su famoso movimiento, “la garra de hierro”, con el que aprieta las cabezas de sus rivales y los termina doblegando. Un verdadero villano dentro del ring, Fritz se lleva los abucheos del público. Y, como en el cine, ninguna decisión es gratis, mirar al pasado es aquí mirar al presente. Más allá de eso, en esos días funcionales, Fritz le prometió a su mujer sostener a su familia de esa manera. Eso consiguió.
Cuando se salta al color; los vemos ya grandes a los hijos, siguiendo el legado de su padre, quien aseguraba que por más que la vida les pusiera zancadillas, siendo los mejores, los más fuertes, podían equilibrar la balanza y triunfar. Y entonces se viven secuencias de momentos hermosos de fraternidad por dentro y por fuera del ring, cuando Kevin era el elegido para aspirar al título. Cuando la vida cambia los planes, sobrevienen episodios desgarradores que sus integrantes viven y sobrellevan, unos de mejor manera que otros.
Los éxitos y los fracasos son más subrepticios en la lucha y en las familias. En el deporte, el campeón puede ser el que más atención genere y el que más dinero reciba por un determinado periodo, pero puede ser el más miserable. En las familias, el hijo favorito de hoy será el desplazado de mañana, mientras el nuevo favorito recibe la presión de la expectativa y vive el miedo al fracaso.
Con estos ingredientes se configura un drama familiar potente en el que la lucha libre es vehículo de los traumas y frustraciones de un padre y cómo los transmite a sus hijos hasta llevarlos al extremo de la obsesión. Porque Fritz no pudo ser campeón cuando luchaba. Para él, los poderosos en control decidieron negarle esa posibilidad, y por eso deposita en sus crías esa responsabilidad y los empuja hasta conseguirla. No teme, además, muy temprano en la película, en establecer su ranking de hijos, enumerándolos sin pena alguna, del uno al cuatro. El último, Mike, vaya coincidencia, es ese que no pelea, ese al que le gusta tocar música.
La banda sonora es genial (con un Tom Sawyer de Rush que inyecta fuerza), la edición es muy interesante e inteligente en su manejo emocional, y, ante todo, las actuaciones son imponentes, porque a los roles protagónicos ya mencionados se suman actores de gran presente.
Por un lado, Jeremy Allen White, quien cosecha atención y galardones por cuenta de su rol de la serie The Bear (Star+), entrega en Kerry Von Erich otro gran personaje. Harris Dickinson (quien se dio a conocer en la genial Triangle of Sadness y se destaca en la serie Murder at the End of the World, de Star+) interpreta a un carismático y empático David Von Erich, mientras que Lilly James da vida a la sensata Pam (esposa de Kevin). Maura Tierney da vida a la madre de todos, Doris Von Erich, una mujer que desde su silencio prolongado marca lo mucho que le tolera a su marido y luego, desde una acción silenciosa como pintar, define su propia rebeldía y su ánimo de jamás volver a tapar el dolor.