La valentía de perseguir los sueños no la tiene cualquiera. Todos tenemos sueños, sin duda, pero el coraje de hacer lo necesario para ir a buscarlos no es de todos, aunque estemos a una decisión determinada de distancia. Y es fácil explicarlo. Ir detrás de los sueños implica un salto, arriesgarlo todo e ir en contra de voces externas (algunas muy cercanas) que dirán que se está loco al solo pensarlo, que es mejor no intentarlo.
Hay sueños que pueden costar amistades, familia, relaciones afectivas, un hogar, posesiones materiales y hay sueños que pueden costarle a los osados la vida o, en su defecto, sus mejores aspectos: la risa, el gozo de la música, el aprecio de respirar, el alma considerada y humana. Porque en este mundo supremamente desigual, en el que los genocidios pasan como una noticia más y las muertes de miles de seres humanos son normalizadas como meras estadísticas, hay diferentes clases de sueños, así como hay distintas clases de ciudadanos. No debería ser así, pero lo es. Para algunas personas, para la mayoría en esta tierra, perseguir sueños es nada menos que heroico, un acto de rebeldía contra el orden establecido, porque tienen todo en contra.
Seydou y su primo Moussa son dos de esas personas que, bajo estándares occidentales, nadan contra la corriente. Dos jóvenes senegaleses de 16 años, los protagonistas de Io Capitano, de Mateo Garrone (conocido por Gomorra y Dogman), película merecidamente nominada al Óscar, que se estrena este 7 de marzo en el país, trabajan duro en construcción para ahorrar lo suficiente y buscar un futuro en Europa. Y no es que Senegal los trate mal. Allá tienen familia, tienen una cultura popular que habitan desde la música y el baile, tienen la risa de acompañarse, conocerse, molestarse, pelearse y perdonarse.
Pero también sienten que están para cosas distintas. Juntos se proyectan en el viejo continente, a pesar de las advertencias de que no hay tal paraíso, de que tantos han muerto en ese mismo camino que quieren emprender. No obstante, Seydou y Moussa se ven tocando la música que tanto les gusta. Seydou es el talento más natural de los dos, pero Moussa lo apoya y lo impulsa musical y anímicamente. Van los dos, o no van. El sueño es compartido.
Tan humanos como cualquiera de nosotros, aspiran a triunfar y tener una vida mejor, y ojalá ayudar, a lo lejos, a esa familia que dejan atrás sin previo aviso. Como lo dictan sus sabios, los jóvenes piden permiso a los ancestros para hacer el viaje, para el cuál al fin están listos. Han reunido el dinero que sienten suficiente para arrancar su aventura.
El infierno está en todos los rincones, el cielo está en nosotros, parece darnos como mensaje esta película. Porque no pasa mucho tiempo antes que aterrizajes forzosos de toda clase le muestren a los protagonistas la cara más brutal del camino que emprenden.
Vemos el mapa de su recorrido, pero esto no es Indiana Jones. Seguimos su odisea valiente por miles de kilómetros en el inclemente desierto del Sahara, de Senegal a Níger y a Libia… Y la recorren en buses, en interminables caminatas a pie entre dunas elevadas y un sol calcinante y también hacinados en camiones. En ese proceso bordean la muerte, ven caer a otros viajeros y son testigos de cómo estos, en una especie de selección natural de la circunstancia, son dejados atrás sin la más mínima consideración.
Y en cada parada, claro, un sinnúmero de coyotes humanos dispuestos a robar y a explotar a quienes osaron apostar por una vida lejos de sus ciudades o aldeas, por perseguir un sueño, por huir de una pesadilla o por necesidad. Y eso hacen, de muy crueles maneras.
En esos momentos más oscuros, Seydou no deja de pensar en su madre, en las palabras de advertencia que le dio sobre quienes querían ir a Europa y sobre cómo no quería que él fuera un muerto más entre tantos que emprendieron la travesía. Habla con ella en sueños, incluso, en una hermosa secuencia que propone Garrone inspirado en la cultura ancestral de sus protagonistas. Y suenan mucho más duras las advertencias recibidas ahora que se han vuelto casi realidad, pero la cinta no se queda en esa lección, porque estos chicos son más que una estadística. Son hijos de sus madres tenaces, y a su manera les honrarán, porque ya no hay vuelta atrás.
Su destino les ha dejado de pertenecer y la prueba es de resistencia hasta poder recobrarlo. Para seguir adelante, es decir, para seguir vivos, deben resistirse a la desesperanza, a su propia separación y a ser contaminados de espíritu por las atrocidades que presenciaron y de las que fueron víctimas. En ese proceso, Seydou y Moussa también encuentran ángeles humanos dispuestos a apoyar, a alentar, a inspirar.
Como espectador, habiendo visto noticias en estos últimos años de cientos de incidentes de barcos de migrantes ilegales en ruta a Europa naufragando sin rescate oportuno en el océano (estadísticas, estadísticas), se sabe que ese episodio es inevitable en esta odisea. Si esa cruzada deparó el desierto, ¿qué traerán las aguas del Mediterráneo?, ¿acaso la muerte?
A lo largo de ese primer infierno de arena Moussa cambia de muchas maneras, cae en la desesperanza del torturado pero no cae. En las aguas ratifica que lo que quiere el mundo es dejarlo morir, a él y a muchos como él. Y se resiste. En su travesía por el océano, Seydou se convierte en ‘Io Capitano’, en ese Odiseo que bajó al Hades y salió de él sin perder su humanidad, sin perder a su primo adorado, sin perder a ninguna de las vidas que dejaron en sus manos, ante su pánico e incredulidad.
Ver su transformación es de lo más emocionante y poderoso que se puede ver en esta temporada de cine, y eso es mucho decir porque está cargada de tremendas películas. Io Capitano está nominada a ‘Mejor película en lengua extranjera’, compitiendo contra cintas como La sociedad de la Nieve y la favorita Zona de interés. Garrone deja una gran obra, que además está musicalizada maravillosamente.
¿Cumplen el sueño? El sueño que empieza no es el mismo que acaba, así que no hay respuesta concluyente a esta pregunta, que además pierde relevancia para dar paso a otras reflexiones más existenciales. Porque Seydou y Moussa no están tan lejos de nosotros en Colombia, están, a su manera, en el Tapón de Darién, entre Venezuela y Colombia, entre el Cauca y el Valle, entre Chocó y Antioquia, entre el norte y el sur de esta ciudad, y en tantos otros lugares del planeta en el que la migración es necesidad y apuesta.
Las actuaciones son impresionantes, especialmente para primerizos como Seydou Sarr, interpretando a Seydou, y Moustapha Fall como Moussa. Sarr entrega uno de los papeles del año, poniéndole rostro a esa juventud que tiene valores humanos y que se resiste a perderlos ante la cara más asquerosa de la humanidad. Con algo de ayuda, pero lo consigue. ¿Lo conseguiremos nosotros?