Bernardo Atxaga
Casas y tumbas
Alfaguara, 2020
Libro digital
Hasta el punto final no queda claro cuál era la figura que estaba armando esta novela. Hay muchos personajes en épocas distintas, muchos puntos de vista, muchas historias sin relación aparente entre sí. Pero esto no es un defecto sino una virtud. Y un desafío para el lector. Es cierto, las novelas que valen la pena muestran el dibujo completo solo hasta la última frase; que es tan importante como la frase inicial.
Por eso, es posible hacer una antología de grandes finales. Que yo sepa, nadie la ha hecho, y en ella, muy seguramente, deberá incluirse el final de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald: “Y así seguimos adelante, barcos contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado”. Si bien es cierto que en esas novelas que valen la pena debemos esperar hasta las últimas páginas para ver el dibujo completo, no lo es menos que a lo largo de ellas hay anticipos de lo que será esa figura, incluso si son policíacas. Acá, en Casas y tumbas, esto no ocurre: cada nuevo capítulo parece hacerla más borrosa. Un anticlímax que paradójicamente crea una tensión: ¿cómo van a atarse todos esos cabos sueltos? Se atan; finalmente se atan y el dibujo es sugestivo.
A una panadería cercana a Ugarte, en el País Vasco, en 1970, llega un niño, Elías, sobrino del dueño, quien aparentemente ha tenido un trauma psicológico en un internado al sur de Francia. La narración está focalizada en Marta, la cocinera, quien tiene dos gemelos, Luis y Martín. El trauma se resuelve con la aparición de un jabalí, y la explicación del trauma, lo que sucedió en el internado, será el tema de los siguientes capítulos.
En la próxima sección, dos años antes, Eliseo, un pastor de cabras que luego trabajará en la panadería, presta servicio militar en el cuartel de El Pardo, colindante con un bosque que es el coto de caza de Franco –ya cercano a la muerte– y del príncipe Juan Carlos. Entrar en ese bosque prohibido a cazar un jabalí con una ballesta y atender a una urraca que han domesticado es la actividad conspirativa de Eliseo y sus compañeros Caloco, Celso y Donato.
En una nueva sección, años después (1985-1986), Antoine, un ingeniero francés que dirige una mina en Ugarte, en la que trabaja el esposo de Marta, urde una venganza contra Eliseo, quien le ha disparado a uno de sus perros. Las siguientes secciones hablarán de un accidente de Luis en 2012; de un reality sobre el adelgazamiento en la televisión americana, From Fat to Fit; y de la angustiosa espera de Martín –convertido en sindicalista, ya estamos en 2017– en un hospital, velando por la salud de su pequeña hija.
Seis secciones y al final, un epílogo en forma de alfabeto, del autor, para enriquecer la interpretación de lo que hemos leído. Hay que decir que cada sección, en su autonomía, es interesante en sí misma. Un narrador en tercera persona adopta el punto de vista de un personaje. Con los cortes de tiempo y los giros de perspectiva, los vemos distintos y nos sorprenden en cada nuevo capítulo: a nuestras espaldas se han separado, se han casado, han definido sus vocaciones, han envejecido. Una estructura que recuerda El cuarteto de Alejandría –sus personajes varían de libro a libro– y que contiene grandes momentos narrativos: la embriaguez de Marta con Dom Pérignon; el delirio de Luis a causa de la anestesia; el pastiche de Agatha Christie con la venganza de Antoine.
Los temas de Atxaga, sí: animales, cuestiones de familia, el tópico del doble –dos amigos, dos hermanos, gemelos–, paisajes solitarios, minas, ingenieros, luchas políticas, torturas policiales, laberintos mentales, canciones, gags, el espacio rural comunicado con el mundo clásico (un jabalí fue el que le dejó una cicatriz a Ulises; Virgilio hablaba de pastores) y roto a partir de la irrupción de la televisión. ¿Y qué tiene que ver eso con nosotros? Mucho: “Hay dos clases de literatura: la que propone una vuelta por fuera (crímenes en Norlandia, pasiones en la corte china del siglo XII, traiciones letales en un campus norteamericano…) y la que en su propuesta incluye una vuelta más, la que el lector debería dar por dentro de sí mismo”.