Dante Alighieri

Comedia

Acantilado, 2018

936 páginas

(Traducción de José María Micó)

Yo no sé si esta es la mejor traducción de la Comedia, pero sin duda puedo decir que es la que más he gozado. La Comedia –así la tituló originalmente Dante, antes de que Bocaccio le antepusiera el ‘Divina’– es, primero que todo, un relato.

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Un relato sencillo: un hombre de 35 años –“a mitad del camino de la vida”– emprende un viaje por el infierno, el purgatorio y el paraíso que dura una semana, acompañado por tres guías: Virgilio, Beatriz y san Bernardo. Como todos los grandes libros, por extensos que sean, su trama cabe en un puñado de palabras: “Te llevaré por un lugar eterno / en el que oirás desesperados gritos, / verás viejos espíritus dolientes / pidiendo a voces la segunda muerte; / también verás a aquellos que en el fuego / permanecen contentos, porque esperan / verse un día entre beatas gentes. Si tú quieres después subir a verlos, / tendré que abandonarte, pero un alma / más digna que la mía irá contigo”.

Recuperar ese carácter narrativo es uno de los grandes logros de esta nueva traducción de José María Micó: “Mi obsesión era que se pudiera leer como un relato; buena parte de la complejidad de la ‘Comedia’ procede de su lenguaje poético; al verterlo en verso rimado te obligas a un registro, a forzar el sentido o la sintaxis; haberlo traducido en prosa sí hubiera sido traicionarlo; creo que este formato, manteniendo la métrica y poniendo asonancias cuanto me ha sido posible, equivale a lo que entendemos por poesía”.

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Mantener la métrica, sacrificando la rima. Creo que esa es la mejor opción. Porque una traducción rimada, fatalmente, termina traicionando el sentido. O creando otro estilo literario. Tratando de rimar paura (miedo), Ángel Crespo –mi traductor favorito de la Comedia, antes de conocer a Micó– utiliza ‘pavura’, una palabra de la cual ya Quevedo se burlaba por obsoleta: “¡Ah, pues decir cuál era cosa dura / esta selva salvaje, áspera y fuerte / que en el pensar renueva la pavura!” (‘Infierno’, I, 3-6). En cambio, Micó, sin esa obligación, dice ‘miedo’ sin problema: “Es tan difícil relatar cómo era / esta selva salvaje, áspera y ardua, / que al recordarlo vuelvo a sentir miedo”. Su versión es más literal y por lo tanto más comprensible. ¿Menos musical? No, menos barroca: con las palabras corrientes también se puede recrear una musicalidad. Por cierto, Dante eligió para su Comedia no la lengua culta, el latín, sino la lengua vulgar, el toscano, que se hablaba en las casas y era el idioma del diario vivir.

Y escribió un libro que se titula La vulgar elocuencia, en el que defendía hablar “como las comadres de feria”. Micó reivindica el aspecto vulgar de la Comedia y en ‘Infierno’, canto XXI, en el que se habla de un demonio que se tira un pedo, traduce sin recato: “Y él hizo de su culo una trompeta”.

De cualquier manera, Micó reconoce las traducciones anteriores: “Todas las versiones son mejorables y ninguna es despreciable: buenas o malas, comparten el designio más noble de la filología, que es entender y dar a entender los textos”. El lenguaje cambia, por eso es necesario traducir los clásicos periódicamente, para cada generación. “Aunque haya traducciones, hay que seguir haciéndolas. Es una obligación”. Y para que no quede ninguna duda, su trabajo tiene la siguiente dedicatoria: “A todos los traductores de Dante, condenados al mismo paraíso”.

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Me sentí muy cómodo y cercano al lenguaje de esta traducción. Y me encantó la edición en un solo tomo, cosida, con fino papel, con fuente e interlineado generosos, bilingüe. Sin farragosos pies de página, pero rigurosa, con breves y útiles notas introductorias al inicio de cada canto y una estupenda infografía del universo dantesco. En fin, todo hecho para darle vigencia a este clásico en el que todos somos personajes porque trata sobre los vicios y virtudes de los seres humanos. Y ¿quién no ha tenido su temporada en el infierno? O, quizás, vivimos en el infierno, hacemos esfuerzos para no ser condenados eternamente al purgatorio, y aunque ya no creemos en los paraísos, sabemos que sin una esperanza de redención, sin amor, sería imposible vivir.