Título original: Oldboy.Año de producción: 2003.Dirección: Chan-wook Park.Actores: Min-sik Choi, Ji-tae Yu, Hye-jeong Kang, Dae-han Ji, Dal-su Oh, Byeong-ok Kim, Seung-shin Lee, Jin-seo Yun.Este viernes se estrena en algunos teatros de Bogotá una insólita historia de venganza titulada Oldboy. No es una película para estómagos delicados. No es un drama realista -un drama convencional- de esos que nos invitan a la labor de identificarnos con los conflictos de sus personajes. Sigue de cerca a su protagonista, el torpe Dae-su Oh, en la noche en que no pudo entregarle un regalo a su hija adorada, en los 15 años de secuestro dentro de una habitación asfixiante y en el regreso a un mundo en donde sólo le queda la revancha, pero más que todo le interesa conseguir imágenes memorables, jugar con las posibilidades del lenguaje cinematográfico y parodiar la violencia de ese tipo de relato ("la historia de venganza") en el que se podrían catalogar El conde de Montecristo o Érase una vez en el Oeste. Es una joya inacabada, una genialidad a medias. La disfrutarán más de la cuenta los cinéfilos que se enloquecieron con Kill Bill. A los demás nos servirá, más que todo, para pensar qué se debe esperar de una obra cinematográfica.

No es que Oldboy no tenga una trama que atrape: los cinco días que se le conceden a Dae-su Oh para vengarse del hombre que lo tuvo encerrado 15 años se convierten, en la media hora final, en una serie de revelaciones que esperábamos desde el comienzo. Pero la película se enreda más de la cuenta en su camino a la resolución. Y, como maneja a sus personajes como títeres, como su edición más bien parece malabarismo, y lo hace todo, absolutamente todo para deslumbrarnos, pronto transforma nuestra compasión en simple curiosidad. Es la cuerda floja por la que suele caminar este tipo de cine, el cine que no habla de la realidad del mundo sino de la realidad del cine, "el cine para gente que ha visto mucho cine" que tanto le gusta a Quentin Tarantino: al tiempo que consigue volver nuestra atención sobre la esencia del lenguaje visual, al tiempo que logra recordarnos que es el montaje, no el drama, lo que nos hipnotiza frente a la pantalla, su gustarse demasiado a sí mismo y su encantamiento con sus propias posibilidades nos convierte en espectadores distantes, en hinchas que ven un partido de fútbol en el que no juega su equipo.

Lo que no significa, al final, que no sea un privilegio ver esta extraña fábula, mitad oriental, mitad occidental, que llega tantas veces a lo sublime. Su gran director, el surcoreano Chan-wook Park, autor de una decena de producciones estilizadas, no está dispuesto a filmar relatos que contribuyan a una paz ("si quieren confort, vayan a un gimnasio", ha dicho) que en verdad es una vergonzosa negación de la realidad, pero no cree en mostrar actos de violencia sin dejar claro el sufrimiento que pueden causar. He aquí, en Oldboy, un buen ejemplo de lo que busca: que desde el principio hasta el final estemos a punto de quitar la mirada de la pantalla.